Me es sorprendente, y un poco triste, que siendo ya el 2012, un periódico respetado e importante daría espacio a una filosofía tan desacreditada como es el anarquismo. Sin embargo, eso es precisamente lo que pasó el pasado 7 de diciembre, cuando La Jornada publicó una nota bajo el título, “El gobierno utilizará los desmanes para criminalizar la protesta social, advierten”.
Los protagonistas del artículo mencionado son dos miembros de la llamada Cruz Negra Anarquista, que se hacen llamar Ricardo y Emma.
“–¿Cuáles son las bases teóricas del anarquismo?
–Es un planteamiento político revolucionario de transformación social. Históricamente ha contribuido al avance de la humanidad. No es caos y vandalismo. Busca la libertad del individuo en relación con la libertad colectiva, creando un ambiente libre de dominación y explotación, una sociedad sin autoridad coercitiva, sin nadie que domine ni explote, sino que el ser humano desarrolle su potencial solidario y fraterno, que pueda darse sin la mediación del Estado.
Se ha dicho que la anarquía es una utopía, una bonita idea, pero a lo largo de la historia se han llevado a la práctica estas ideas, se han desarrollado comunidades basadas en ellas.”
El artículo se publicó gracias a las detenciones el 1ro de diciembre. Emma y Ricardo no fueron detenidos, pero pronostican una época de represión contra grupos sociales a raíz de la llegada de Peña Nieto. Y puede que tengan razón. El caso es lejos de esclarecerse, pero todo indica que había detenciones injustas y casos de tortura, y por tanto víctimas que merecen nuestra simpatía. Las acciones de la policía, pues, fueron condenables. Pero es asunto muy aparte de las bases del anarquismo, que finalmente es una filosofía deplorable. Cualquier esfuerzo para legitimarla y tratarla como una opción viable es un error.
Vista de una manera, la historia de la civilización es la historia del crecimiento del estado. Todos los países del mundo, incluso los estados más fuertes de hoy, tienen antecedentes en que el gobierno tenía un menor alcance, que es lo que buscan los anarquistas. Como ilustran un sinfín de ejemplos, el debilitamiento del estado coincide con un grave empeoramiento en la calidad de vida. En China, el debilitamiento del Imperio Qing dio lugar a la rebelión de los Taiping, en que se murieron unos 20 millones de personas en el siglo 19. El fin del Imperio Romano nos llevó a la Edad Medievo, un periodo de estancamiento en la vida europea. Y eso es sin mencionar la violencia generalizada que prevalecía en tiempos prehistóricos, antes de que un estado surgiera. Como predecía Hobbes, y como han afirmado académicos modernos como Stephen Pinker, la falta de un Leviatán siempre ha sido una receta para sangre y sufrimiento.
La misma lógica prevalece hoy en día también. Entre más débil sea un gobierno—piense usted en Congo, Afganistán, Chad—más violentos y pobres son los pueblos. Un estado parecido a la anarquía prevalece en Somalia, y no casualmente es uno de los países más inseguros del mundo. En cambio, los países más exitosos hoy, aplicando la medida que usted quiera, tienen un gobierno muy fuerte, que es toda la antítesis a los objetivos del anarquismo. Cada vez más, la raza humana se aleja más del anarquismo, y precisamente por eso vivimos cada vez mejor.
Hoy existe cierta nostalgia por el anarquismo, debido a sus posiciones antifascistas el siglo pasado, especialmente en España. Pero los anarquistas también fueron los terroristas más temidos del mundo hace cien años, y el grupo sirvió de chispa para prender el fuego de la Primera Guerra Mundial. Y finalmente, por más mal que le cae Peña Nieto, no tiene nada que ver con el nacionalismo español de Franco.
Eso no quiere decir que las quejas sobre el estado generalmente, o el gobierno mexicano específicamente, no son válidas. En muchos casos, sí son. El estado no es la respuesta para todos los males de hoy, y puede ser la fuente de mucho sufrimiento. Pero la anarquía es una prescripción sin sentido.
Lamentablemente, esto es un patrón en la vida política mexicana. Al percibir defectos del gobierno, muchos toman la lección de que cualquier medida se valga con tal de luchar contra el estado. Por eso vemos las tomas del congreso, el rechazo de las derrotas electorales, y las maniobras políticas como la que buscó instalar al Juanito en Iztapalapa. Es decir, la reacción a un defecto real es un extremismo anti-democrático y contraproducente. Es una lástima, y entre más pronto desaparezca esta tendencia, mejor será el país.
Pero por el momento, sigue vigente, como bien demuestran las decisiones editoriales de La Jornada. Al principio del artículo, los autores nos recuerdan que el anarquismo “no se trata de romper vidrios o utilizar ropa negra con una A en el pecho”. Ojalá y así fuera. En realidad, es mucho peor, y mucho más peligroso. Cualquier periódico que le trate a tal filosofía como nada más una opción más entre varias, igual que, por ejemplo, el liberalismo social o el libertarianismo, se puede etiquetar como una de dos cosas: o radical o ignorante.