Carlos Fuentes ejerció el magisterio de múltiples maneras. Lo hizo a partir de una sólida educación y del acceso ininterrumpido a las muy variadas fuentes de aprendizaje en las que abrevó. Los estudios del derecho no fueron pérdida de tiempo en su carrera de escritor. Reconoció un gran valor a las enseñanzas de don Manuel Pedroso y don Mario de la Cueva.
Formó parte de una generación destacadísima que desde los años jóvenes se propuso influir en la transformación del país; fue él quien pudo alcanzar una cima que le permitió entender y apreciar muchos de los contenidos, las formas y los colores de los que está hecha la gran diversidad de la cultura universal. Desde el sitio que se labró mantuvo una conversación viva con los creadores abocados a transfigurar la realidad y con aquellas figuras empeñadas en construir proyectos políticos destinados a transformarla en favor de la libertad y la justicia. Desde ahí supo también compartir los beneficios de su creación, de su reflexión y de su mirada.
Fuentes se forjó una conciencia que le fue inseparable, que lo condujo por el camino del compromiso y lo llevó a adquirir el hábito de tomar partido y asumir posiciones en toda controversia relevante. Fue a través de ella que se integró al pasado común, trabajó en la responsabilidad de cada momento presente y no dejó de imaginar el futuro al que México y el mundo podían aspirar. La fuerza de esa conciencia, la palabra y su enorme elocuencia le confirieron ese magisterio desde el cual compartió visión y conocimiento, anhelos y responsabilidades. En 1968, ese momento tan peculiar para México y para el mundo, hizo resonancia con los vientos del cambió y contribuyó a la interpretación de las voces que expresaban el reclamo. Advirtió con claridad los motivos que animaron allá y aquí las manifestaciones de rebeldía de los jóvenes. Cómo olvidar aquel cuadernillo tan bien ilustrado que daba cuenta de los sucesos del mes de mayo de París: textos e imágenes revelaban los cuestionamientos, protestas y acciones que confrontaban las determinaciones del Estado; el Barrio Latino convertido en escenario de combate; barricadas que desafiaban al héroe de la guerra mundial; frases emblemáticas que expresaban insatisfacción profunda con los derroteros a los que el mundo parecía encaminarse negando el derecho a la utopía. Como tantas otras veces, Fuentes nos invitaba a mirarnos en un espejo que nos incitara a sacudir el conformismo. Era el momento para exigir libertad; no era ya deseable continuar en un camino de estabilidad y crecimiento económico dejando de lado la justicia. Más adelante Fuentes consolidaría su convicción de que el régimen político surgido de la Revolución mexicana había alcanzado su término y que la adopción de la democracia no debía esperar más.
Fue siempre insistente en que los mexicanos estábamos obligados a realizar el gran esfuerzo que nos colocara a la altura del país al que nos debemos.
A consecuencia de ello pudo valorar la importancia de la educación. Sabía que en ella se finca la formación ciudadana, el sentido de la responsabilidad, el respeto a los derechos humanos, la preservación del medio ambiente. En muchas ocasiones y de diversas maneras se refirió a su papel fundamental. A ella dedicó la parte medular del discurso que pronunció ante el Senado de la República con la presencia del entonces presidente Ernesto Zedillo: “[…] la educación revolucionaria enseñó democracia, enseñó respeto a la opinión ajena, enseñó pluralidad y enseñó diversidad. La educación mexicana, en otras palabras, creó ciudadanos donde antes había sujetos”.
Fue por ello que la consideró el camino que nos permite abolir la discriminación, valorar y respetar la diversidad, reducir el grado de desigualdad que caracteriza a nuestro país y así poder ocupar en el mundo global un lugar que corresponda a la riqueza cultural que nos distingue.
________________________
MIGUEL LIMÓN ROJAS es presidente de la Fundación para las Letras Mexicanas y consejero de la revista Este País. Fue secretario de Educación Pública de 1995 a 2000.