Los valores son un medio para conservar la cordura individual y social, un mecanismo de preservación de la vida humana, pero ¿qué es esa vida que buscamos proteger y fomentar? El siguiente texto es la introducción a Pensar la vida (El Colegio Nacional/Ediciones Era, México, 2011), libro que busca responder a esa pregunta desde diversos ángulos.
El significado de la vida no es la
solución a un problema, es más bien
un asunto de vivir la vida de cierta forma.
No es un problema metafísico, sino ético.
Terry Eagleton, The Meaning of Life
La reacción social a los abundantes graffiti en bardas, puertas y otras superficies urbanas en las ciudades es en general de enojo e irritación, porque frecuentemente reflejan aspectos un tanto bárbaros del comportamiento de muchas sociedades y pueden ser abominables expresiones de lo peor de la naturaleza humana, pero también (aunque sea rara vez) pueden constituir pequeñas joyas de sabiduría. Uno de estos ejemplos, visto por ahí, asevera de manera francamente acertada que “la vida es una enfermedad hereditaria”. Uno más, que no podía ser encontrado en otro sitio sino en Los Ángeles, afirmaba que “la muerte es el mejor pasón, por eso se guarda hasta el final”. Vida, muerte… conceptos contrastantes pero al fin ligados. La vida: ese proceso por el cual la Naturaleza derrama vida en la muerte y muerte en la vida sin verter una gota de sangre.
En el seno del Consejo de El Colegio Nacional, donde con alguna frecuencia se discuten buenas ideas sobre las actividades que los miembros debemos realizar como parte de nuestras obligaciones por el privilegio de pertenecer a esta casi septuagenaria y honorable institución, arribamos a la idea de organizar un simposio multidisciplinario sobre el tema de la vida, en el que hubiese una amplia participación de saberes representados por un buen número de miembros de El Colegio, así como también de otros colegas académicos que no pertenecían al mismo. En largas meditaciones sobre un nombre que adecuadamente caracterizara el simposio, llegamos a la decisión de titularlo “Pensar la vida”, concepto que, entre otras cosas, podía significar soñar, meditar, arriesgar ideas y rumiarlas…, pero especialmente hacerlo desde múltiples experiencias y vivencias de la vida profesional y cultural de quienes tomaron parte en este simposio.
El propósito fue explorar ampliamente el concepto de la vida en la que, según los antiguos, los dioses intervenían de múltiples formas para crearla o controlarla, hasta verla ahora como resultado, en todas sus formas, de un permanente proceso evolutivo por medio de la selección natural, como nos enseña la ciencia. Analizar esa fuerza primigenia que confiere al planeta Tierra su atributo más preciado: la vida, que se perpetúa, que evoluciona, de la que somos producto y parte.
Pero también interesa la vida como experiencia personal humana en todos sus aspectos, desde los meramente biológicos, como el origen de un ser humano, hasta las percepciones de los artistas acerca de la misma. O bien la vida vivida como un fenómeno social, comunitario, con todo el cúmulo de aristas que supone entenderla, desde las económicas hasta las sociológicas y legales.
El simposio se inició con la consideración de la vida partiendo de los mitos acerca de sus orígenes, en concepciones que abarcaron desde Mesoamérica (Miguel León-Portilla y Eduardo Matos Moctezuma), transitaron por Egipto y Mesopotamia (Linda R. Manzanilla) y terminaron en Grecia y Roma (Ramón Xirau).
Las presentaciones franquearon esas concepciones mitológicas para arribar a la realidad orgánica, química y física de la vida al acercarnos a varias incógnitas y problemas: desde su origen en la Tierra a las posibilidades de la vida en otras partes del universo que habitamos (Antonio Lazcano Araujo), hasta los diferentes esfuerzos por encontrar vida inteligente en el ámbito extraterrestre (Luis Felipe Rodríguez).
Otro conjunto de reflexiones sobre la vida nos introdujo a cuestiones complejas, pero cruciales por sus repercusiones éticas, que van desde la determinación del inicio de la vida humana (Guillermo Soberón) a la regulación neuronal como factor decisivo en normar lo que entendemos como la vida consciente (Pablo Rudomín), y de ahí a la inmunología, es decir, a los mecanismos responsables del mantenimiento estable del estado vivo, especialmente de los humanos (Jesús Kumate). En un salto supraorganísmico, llegamos a la biodiversidad, un término que no existía hace un cuarto de siglo y que se refiere a la descripción y revisión de los millones de formas que la vida, a la escala de los organismos completos y más allá de ellos, ha adoptado como resultado de la influencia de la selección natural sobre el legado genético de los individuos en los ambientes en los que viven especies y comunidades (José Sarukhán).
Otros temas que podrían parecer tangenciales al concepto estrictamente biológico de la vida, pero que son en extremo atrayentes, integraron una nueva sección del simposio, que estuvo ligada a la vida humana y a los aspectos sociales, con preguntas diversas: ¿cómo es la vida en la calle?, ¿qué papel desempeña en la socialización de las comunidades humanas? (Roger Bartra); ¿cómo calculan los expertos el valor de una vida humana?, ¿hasta dónde está justificado invertir en una sociedad para resguardar la vida de una persona? (Daniel Reséndiz). También se exploraron los modos según los cuales se piensa y se trata a la vida en la poesía (José Emilio Pacheco) y en la música (Mario Lavista) y la forma como se transmite o se narra lo que una vida ha significado de logros, fracasos, experiencias… (Enrique Krauze).
Hacia el final del simposio se plantearon nuevas cuestiones que resultan ser clave para la sociedad en el ejercicio de pensar la vida. Una de ellas es la que concierne a las garantías jurídicas de la vida establecidas en México y el mundo (Héctor Fix-Zamudio), y dado que la vida tiene un término inexorable, mucho importa reflexionar acerca de ella en el contexto de la muerte. En estrecha relación con esto interesa pensar en un régimen jurídico para hacer posible un fin digno de la vida (Diego Valadés), así como ahondar en los significados de la muerte, acerca de la cual hay largas líneas de pensamiento y frases célebres como la de Mark Twain, quien se extrañaba de que hubiese personas que se quejasen de lo difícil que es morir, cuando esas mismas personas habían tenido el privilegio de vivir, o como Jean Giraudoux, quien mencionaba: “No tengo miedo a la muerte, es la apuesta que uno pone cuando quiere participar en el juego de la vida”; o, finalmente, el repetido y cínico argumento de que siempre ha habido impuestos y muerte, sin embargo la muerte no empeora cada año… El tema es abordado, en fin, desde la más seria perspectiva de la biología y la medicina (Ruy Pérez Tamayo).
A lo largo de las sesiones de este simposio hubo una exposición de esculturas en bronce de Vicente Rojo, Volcanes construidos, que evoca un tema que él ha querido relacionar con la vida y cuyo arte se plasmó en el diseño del libro.
La temática del simposio resultó ser en extremo rica y compleja. Pensar la vida significa, para cuantos estamos vivos, discurrir acerca de lo más íntimamente cercano a nosotros mismos, a nuestro lugar en el universo, a la relación que tenemos con el medio que nos rodea, y que a la vez mantiene innumerables enigmas y retos.
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MIGUEL LEÓN-PORTILLA es filósofo e historiador. Entre sus obras más celebradas están La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes y La visión de los vencidos, traducida a 15 idiomas. Ha recibido, entre otras distinciones, la Medalla Belisario Domínguez y el Premio Menéndez Pelayo. JOSÉ SARUKHÁN es doctor honoris causa por las universidades de Lima, Gales, Nueva York y Chapingo. De 1989 a 1997 fue Rector de la unam. Es miembro de la National Academy of Sciences de Estados Unidos y de la Royal Society y se cuenta entre los mayores ecólogos de América Latina. Recibió la Medalla al Mérito Cívico “Eduardo Neri, Legisladores de 1913”, que otorga la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión.