El “otro” se crea a partir de establecer una diferencia generadora y es precisamente esa diferencia la que se torna tan importante que al “otro”, deslindado ya de uno mismo, se le considera como un “otro” uniforme y homogéneo; es tan fuerte esta certeza que muchas veces se ignora que aquel “otro” no se considera a sí mismo, ni por asomo, una misma unidad. Tendemos a nulificar las diferencias existentes entre ese “otro” para poder categorizarlo y de algún modo lidiar con él sin tener que involucrarse, sin tener que relacionarse a profundidad, sin tener que conocerlo. La evidencia constante, por supuesto, desmiente categóricamente tal homogeneidad y esta evidencia solo surge de un involucramiento intenso.
Esto sucede, por citar un ejemplo muy simple, con el caso de los rasgos físicos asociados normalmente a los orientales: resulta casi imposible para determinada población distinguir entre chinos, mongoles, coreanos y japoneses. Esta incapacidad se resuelve en cuanto estableces una relación más cercana y en todo caso, se puede explicar arguyendo la distancia geográfica que media entre los países orientales y el continente americano.
En el caso de los pueblos indígenas, el hecho de que constituyamos un “otro” uniforme y homogéneo para la mayoría de la población mexicana sorprende, por decir, lo menos; sobre todo, considerando que formamos parte del mismo estado-nación, considerando que llevamos una convivencia de cinco siglos y que además de todo, en el discurso se habla con orgullo del mestizaje físico y cultural de nuestro país. En este caso no hay distancia geográfica que valga para justificar esa homogenización que se hace del mundo indígena, la nulificación de nuestras complejidades y diferencias solo evidencia que, a pesar del tiempo y la mutua convivencia, aún no establecemos una relación realmente verdadera y de iguales que propicie un conocimiento profundo y un intercambio intenso.
Esta situación se refleja particularmente en la creencia abierta o implícita de la existencia de un “español indígena”. Las personas que tenemos una lengua originaria por lengua materna y estamos en proceso de aprender a hablar español como segunda lengua, tenemos un periodo de adquisición en el que seguramente cometeremos errores y evidenciaremos un acento particular, como sucede con cualquier otra persona del mundo que está en proceso de adquirir una segunda lengua. Sin embargo, siguiendo el imaginario construido sobre todo por la televisión, se asume que todos los hablantes de lenguas indígenas (independientemente de nuestra lengua materna) hablamos español como Tizoc, el personaje de la película homónima que protagonizaron Pedro Infante y María Félix. No importa si nuestra lengua materna es chichimeco Jonaz, seri, mixe o chuj los estereotipos creados dictan que hablaremos la lengua de Cervantes con el acento de la india María. Por el contrario, nadie creería que un hablante de japonés, otro de ruso y otro de alemán tendrán el mismo acento al momento de hablar español. ¿Por qué entonces asumir que hablantes de lenguas tan distintas como el kumiai, el náhuatl y el purépecha deben tener el mismo acento? Ciertamente, esto no tiene que ver con criterios estrictamente lingüísticos sino más bien sociales, los prejuicios aterrizan en el habla y se hacen evidentes cuando, por ejemplo, se da una valoración distinta a alguien que siendo guarijío habla “mal” el español de alguien que, aunque también lo hable mal, sea francés. El desempeño lingüístico no es ciertamente el problema.
No existe un español indígena, en todo caso, es una creación de la televisión, esa gran fabricadora de categorizaciones y estereotipos; cada vez que se hace necesaria la aparición de un personaje indígena en programas o telenovelas, éste habla invariablemente con el acento de Juan Diego en las representaciones de la aparición de la Virgen de Guadalupe. Para ser precisos, habría que hablar de un acento mixe del español, de un acento zoque, de un acento huave, etc.
La homogenización del “otro indígena” me parece elocuentemente representado en la película Tizoc: se trata de un príncipe que es tacuate (Oaxaca) pero que vive, según podemos inferir, en un pueblo de Chiapas, aunque el personaje de María Félix vista “trajes” de la región que en realidad son una mezcla impresionante de vestimenta de comunidades indígenas totalmente distintas entre sí. Así, a pesar de los cinco siglos, para muchas miradas, somos una mezcla de todo, somos todos lo mismo, lo mismo son nuestras lenguas, lo mismo nuestros estilos de vida (tan contrastantes entre sí a decir verdad). Somos uniformes y homogéneos. Y además, en el mejor de los casos, somos estoicos, ingenuos y de buen corazón como Tizoc. Negarle al otro la capacidad de ejercer la maldad es una de las maneras más sutiles y crueles de discriminarlo.
Hola Rodrigo: Qué interesante tu comentario, agradezco mucho tu testimonio. Justo ando haciendo un texto sobre las personas que aprende lenguas originarias como segundas lenguas, ¿cuál es? Y sí, el desempeño lingüístico no es el problema, solo esconde todo eso que dices. Un abrazo!
En la escuela de mi hijo me han escuchado hablar lenguas distintas a las europeas (frases, juegos, canciones para mi bebé, etc.), a raíz de lo cual la directora me mandó llamar para preguntarme si era hablante de alguna lengua indígena (ya sabes, para terminar de afinar el registro de inscripción y tener bien armado el cuadro estadístico). Curiosamente mi respuesta pareció desconcertarla mucho: «como lengua materna, no». La señora, al no saber bien cómo clasificarme, terminó por poner que no hablaba lengua indígena alguna; lo cual, en última instancia, fue una forma de discriminar, aunque no a mi, sino a las lenguas indígenas.
Si alguien me hubiera preguntado si hablo inglés y yo hubiera respondido lo mismo, jamás se le hubiera ocurrido a esa persona negar mi conocimiento de tal lengua. En este contexto, el sistema educativo asocia necesariamente la lengua indígena con la lengua materna, y no la pueden concebir como una «segunda lengua», una posibilidad de comunicación como el francés o el chino mandarín. Una lengua indígena no puede servir como una forma de «crecimiento» lingüístico en el imaginario social mestizo, el mismo que las ancla en la categoría de «rasgo identitario inalienable». Nadie puede ser bilingüe español-nahuatl.
Así pues, señora mía, queda una vez más demostrado en hechos su palabra de este otro lado de la identidad nacional, la mestiza. En este caso me refiero muy especialmente a: «los prejuicios aterrizan en el habla y se hacen evidentes cuando, por ejemplo, se da una valoración distinta a alguien que siendo guarijío habla “mal” el español de alguien que, aunque también lo hable mal, sea francés. El desempeño lingüístico no es ciertamente el problema».
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¿Por qué es un problema la lectura? (30.899)
Desarrollar el gusto por la lectura no es cuestión meramente de voluntad individual. El interés por los libros aparece sólo en ciertas circunstancias.
CALAVERA 2013
A MARÍA FELIX.
QUIERO QUE FILMES CON PEDRO
ISMAEL DIJO A MARÍA
¡NO QUIERO FILMAR TIZOC!
PEDRO TIENE SIMPATÍA.
TE PONDRÉ CON LETRAS GRANDES
DIJO ISMAEL CON DECENCIA.
AUNQUE TE DIRÉ QUE PEDRO
ES BUENO POR EXCELENCIA.
DEPÚES FUERON A BERLÍN
LOS PREMIOS LOS DIO LA FLACA
A MARÍA UN PINCHE PATÍN
Y A PEDRO OSO DE PLATA.
Agustín Limón. El autor auténtico.
Hola Rodrigo: Qué interesante tu comentario, agradezco mucho tu testimonio. Justo ando haciendo un texto sobre las personas que aprende lenguas originarias como segundas lenguas, ¿cuál es? Y sí, el desempeño lingüístico no es el problema, solo esconde todo eso que dices. Un abrazo!
En la escuela de mi hijo me han escuchado hablar lenguas distintas a las europeas (frases, juegos, canciones para mi bebé, etc.), a raíz de lo cual la directora me mandó llamar para preguntarme si era hablante de alguna lengua indígena (ya sabes, para terminar de afinar el registro de inscripción y tener bien armado el cuadro estadístico). Curiosamente mi respuesta pareció desconcertarla mucho: «como lengua materna, no». La señora, al no saber bien cómo clasificarme, terminó por poner que no hablaba lengua indígena alguna; lo cual, en última instancia, fue una forma de discriminar, aunque no a mi, sino a las lenguas indígenas.
Si alguien me hubiera preguntado si hablo inglés y yo hubiera respondido lo mismo, jamás se le hubiera ocurrido a esa persona negar mi conocimiento de tal lengua. En este contexto, el sistema educativo asocia necesariamente la lengua indígena con la lengua materna, y no la pueden concebir como una «segunda lengua», una posibilidad de comunicación como el francés o el chino mandarín. Una lengua indígena no puede servir como una forma de «crecimiento» lingüístico en el imaginario social mestizo, el mismo que las ancla en la categoría de «rasgo identitario inalienable». Nadie puede ser bilingüe español-nahuatl.
Así pues, señora mía, queda una vez más demostrado en hechos su palabra de este otro lado de la identidad nacional, la mestiza. En este caso me refiero muy especialmente a: «los prejuicios aterrizan en el habla y se hacen evidentes cuando, por ejemplo, se da una valoración distinta a alguien que siendo guarijío habla “mal” el español de alguien que, aunque también lo hable mal, sea francés. El desempeño lingüístico no es ciertamente el problema».