El G20 es una entidad relativamente nueva y su peso en la economía global es reciente. Aunque México ha tenido un papel distinguido en el grupo, la influencia general de las economías emergentes que forman parte de él ha sido limitada. Estratégicamente, a México le conviene que el G20 permanezca, pero no hay garantía de ello.
El rol de un organismo multilateral es, usualmente, cambiar el mundo en algún aspecto importante para todo el planeta. Dicho esto, la diplomacia internacional también tiene propósitos no tan cooperativos, altruistas y comunes: normalmente los países desempeñan roles multilaterales con el fin de impulsar sus propios intereses. ¿Son los fines del país x compatibles con el bien común, o antagónicos a este?
En 2009, Moisés Naím escribió un artículo muy estimulante en Foreign Policy llamado “Minilateralismo: el número mágico para que haya acción internacional real”.1 Naím parte de un axioma conocido: el costo de transacción en una negociación entre múltiples partes aumenta exponencialmente en función del número de participantes. La comunidad internacional necesitaba en 2009 —y necesita hoy— una respuesta coordinada ante los problemas más amenazantes para la estabilidad global: las crisis económicas de tipo sistémico, las pandemias, la proliferación nuclear, el proteccionismo comercial o el cambio climático. ¿Cuál es el número mágico de países que permite que las cosas sucedan, sin llegar al inmovilismo de organismos mastodónticos como la ONU?
A finales de la década de los noventa, los gobiernos del mundo pensaron que 20 era el número mágico. El Grupo de los Veinte (G20) surgió en ese momento como respuesta a la crisis asiática, y consistía en una reunión de ministros de finanzas y banqueros centrales. La finalidad del grupo era llevar estabilidad a los mercados financieros y promover la cooperación económica. Con el advenimiento de la crisis financiera de 2008, el G20 se vio como el foro con mayor potencial para encauzar la crisis y mitigar sus efectos. Así, de ser un grupo de ministros de finanzas, escaló al máximo nivel en los 20 gobiernos y la primera reunión de líderes globales ocurrió en 2008, en Washington.2
¿Por qué súbitamente cobró relevancia el G20? Probablemente porque el club más exclusivo preexistente —el G8— se vio rebasado por la magnitud y alcances de la crisis financiera de 2008. Los líderes de las economías avanzadas integrantes del G8 (Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido, Canadá y Rusia) se dieron cuenta de que, dado el nivel de endeudamiento y bajas perspectivas de crecimiento de mediano plazo en sus países, era importante formar un grupo más amplio, que representara un porcentaje mayor del producto bruto y de la población mundial. Quizás el G20 podría haber sido solamente el G9 con la adición de China, pero el mundo desarrollado necesitaba más contrapesos del gigante asiático en la discusión de la subvaluación del yuan y el desequilibrio que ello causa en la producción, el ahorro y el consumo mundiales. Así, el G20 incluye a países emergentes con un rol importante en el futuro del crecimiento mundial, además de China: Sudáfrica, México, Argentina, Brasil, Corea del Sur, India, Indonesia, Arabia Saudita, Turquía, Australia y la Unión Europea representada como un colectivo —junto con los países que ya integraban el G8.
La presidencia de México en el G20
México ha tenido un papel admirable como presidente del G20 en este 2012. Mi percepción —que no es la de un insider, pero sí la de alguien cercano a la comunidad de negocios mexicana que participa en B203— es que cuesta trabajo mover al mundo desarrollado. Cada coma, cada punto en una declaración, tiene que ser revisado minuciosamente, burocráticamente, de manera muy compleja. Países avanzados con un elevado peso del Estado en la economía, como Francia, preferirían no hacer compromisos orientados a la reducción del gasto público y el aparato del Estado. Sus organismos empresariales son tan burocráticos como el propio Estado.
Por otra parte, el mundo en desarrollo, encabezado por México, realmente está enfocándose en los problemas para consolidar su liderazgo. Quizás, una vez concluida la crisis de 2008, el G8 está tratando de cerrar otra vez el círculo de la toma de decisiones. México, como otros países emergentes, está tratando de tener un rol relevante en la gobernabilidad mundial, y ello se ve reflejado en el esfuerzo que el país está invirtiendo en la presidencia del grupo este año.
La crisis griega, que llena de nubarrones el horizonte del crecimiento europeo y las perspectivas de estabilidad mundial, quizá convenza a los líderes del G8 de que todavía necesitan a los otros 12 países. Esta es una circunstancia feliz para lograr una gobernabilidad internacional mucho más incluyente, pero también plantea retos importantes para México en un año electoral. Un agudizamiento de la crisis griega en las próximas semanas, de manera simultánea a la presidencia de México en el G20 y la sucesión presidencial mexicana, puede tornarse en un escenario político complicado al interior. Sin embargo, el presidente Calderón parece estar relativamente desconectado de la contienda interna y enfocado en el G20, lo cual augura un buen resultado externo, tal como ocurrió con la cop16.
Seguimiento de acuerdos del G20
Dicho lo anterior, a partir de la primera reunión de Washington disminuyeron sensiblemente el nivel de compromiso de los países y las expectativas respecto a lo que se puede lograr en este minilateralismo de 20 esquinas. A juzgar por las evaluaciones de cumplimiento de compromisos que anualmente hace la Universidad de Toronto, el entusiasmo inicial de la reunión de 2008, donde el puntaje promedio de cumplimiento obtenido por las 20 naciones fue de 0.67, se desplomó para la siguiente reunión en Londres, donde el puntaje fue de 0.23.4 Cada edición subsiguiente del G20 ha visto un incremento modesto en el puntaje de cumplimiento de acuerdos que otorga la Universidad de Toronto, pero no hemos regresado al entusiasmo inicial de la reunión de Washington (ver Gráfica).
Citando el informe de la Universidad de Toronto sobre la reunión final de Seúl en 2010, “el cumplimiento de acuerdos de los miembros del G8 que participan en el G20 es de 0.66 (83%), mientras que los miembros de G20 que no participan en G8 tuvieron un cumplimiento promedio de 0.36 (68%). […] La brecha de cumplimiento entre los miembros del G8 y los no-G8 se ha cerrado en el tiempo”.5 En la reunión de Seúl, el cumplimiento de compromisos de México es de 79%, por arriba del promedio de las naciones no-G8, pero por debajo de los miembros del G20 que también participan en el G8.
El G20 ha tenido algunas adiciones recientes a sus grupos de discusión. Hay un grupo dedicado a temas de seguridad alimentaria, consecuencia de la persistencia de elevados precios en los productos agrícolas. Sin embargo, el núcleo del organismo multilateral sigue siendo los temas financieros. Por ejemplo, en la reunión de Seúl, el compromiso número 40 —“nos moveremos hacia sistemas de tipo de cambio más determinados por el mercado e incrementaremos la flexibilidad del tipo de cambio para reflejar fundamentos económicos subyacentes, y nos abstendremos de devaluar la moneda para obtener competitividad”— fue evaluado por la Universidad de Toronto como no cumplido (calificación de -1) en el caso de Brasil, Japón y Corea; como trabajo en proceso (calificación 0) en Argentina, China, India, Indonesia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Turquía, Reino Unido y Estados Unidos, y como cumplido (+1) en Canadá, Australia, Francia, Alemania, México, Rusia y la Unión Europea.
Aquí cabe una pregunta. ¿Realmente el compromiso correcto es impedir la devaluación de las monedas? Quizá la elevada valuación del euro, apropiada para Alemania pero inverosímil para Grecia, es un punto mucho más importante para explicar la actual crisis griega y sus consecuencias globales que la subvaluación del yuan o la posible devaluación del dólar. Hay cocinas donde el G20 no se ha podido meter, y la moneda común de Europa es una de ellas.
Otro de los compromisos, el 48, dice: “Las economías avanzadas formularán e implementarán planes fiscales claros, creíbles, ambiciosos y amigables al crecimiento, en línea con el compromiso de Toronto, y diferenciados de acuerdo a las circunstancias nacionales”. Los miembros del G8 cumplen, pero ninguno de los otros 12 países está obligado a este compromiso. Sabemos que México está muy necesitado de un plan de consolidación fiscal, dados nuestros múltiples dolores de cabeza con las finanzas públicas estatales y municipales y especialmente con los planes de pensiones. Obviamente, nuestros problemas fiscales no son de la magnitud de los de Grecia o Japón, pero ¿no ayudaría un poco de presión de la comunidad internacional para transparentarlos y ponerlos en la palestra pública?
1 Moisés Naím, “Minilateralism: The Magic Number to Get Real International Action”, 2009. Disponible en http://www.foreignpolicy.com/articles/2009/06/18/minilateralism?page=full.
2 http://www.canadainternational.gc.ca/g20/index.aspx?lang=eng &view=d
3 B20 es un encuentro entre líderes de la comunidad empresarial global cuyo objetivo es promover el diálogo entre la comunidad empresarial y los líderes gubernamentales del G20. Ver http://www.b20.org.
4 La escala de la Universidad de Toronto es ad hoc, calificando con -1 el no cumplimiento, con cero los cumplimientos en proceso y con 1 el cumplimiento total. La Universidad de Toronto no publica un algoritmo explícito para la conversión al sistema popular de porcentaje de cumplimiento del cero al 100%. Sin embargo, la metodología de medición es consistente año con año, dado que el número de países no cambia.
5 University of Toronto, 2010 Seoul G20 Summit Final Compliance Report, p. 6.
____________________________________
MANUEL J. MOLANO es director general adjunto del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).