I
Hace un millón de años, un monolito se posó sobre la superficie de lo que ahora es África y su mensaje, interpretado de forma ambivalente por una especie simiesca, la llevó a evolucionar.
Al igual que hacen Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, me gusta pensar en la ley como una enorme y enigmática roca que en su discurso mueve a los hombres hacia un lado o hacia otro: ya Freud escribió acerca de la neurosis como el negativo de la perversión (a la manera en que se relaciona una fotografía con su negativo, el neurótico sueña con lo que el perverso actúa), lo que quiere decir que, puestos ante “la norma” los seres humanos pueden interpretarla de manera no sólo distinta, sino errónea.
Algunos neurobiólogos interpretan el fenómeno como buenos materialistas, tal como hicieron científicos de la Universidad de Nebraska al creer que el conflicto entre seres humanos puede deberse a una constitución fisiológica distinta. “Al mostrar una serie de imágenes desagradables (arañas en el rostro, heridas abiertas) o atractivas (niños sonriendo, lindos conejos) a voluntarios de ideología conservadora o liberal, encontraron que los primeros reaccionan con mayor intensidad a las imágenes negativas mientras que los segundos, ofrecen una mayor respuesta a las imágenes positivas”. “Aquellos en la derecha y aquellos en la izquierda políticas podrían simplemente experimentar el mundo de manera distinta”, concluyeron. Cerebros multiformes provocarían que unos consideren a los otros como amenaza, lo que ha llevado a algunos a preguntarse, “¿se reducen todos nuestros problemas al ordenamiento particular de las células de nuestro cerebro?”1.
En realidad la posición respecto a la norma depende de la socialización que se haga de esta. ¿No fue el destino de Josef K., el perplejo personaje kafkiano, decidido por su incapacidad para cruzar las puertas de la ley? Es cierto que nunca tuvo verdadera responsabilidad ni fue informado de la razón de su culpa, pero esta era para todos evidente y en un intento desesperado por advertirle de los resultados de su proceso, un sacerdote le dijo que en cada hombre debería existir un representante de la ley. Somos muchos los dispuestos a aconsejar, pero también a enjuiciar.
En ocasiones la socialización de la norma no siempre ocurre como debería y ante su superficie suceden las lecturas disímbolas. Algunos la interpretan más o menos bien (no matarás, no fornicarás con la mujer de tu próximo, no codiciarás los bienes ajenos). Otros no sólo la desvirtúan sino que intentan encarnarla transformándose a sí mismos en monolitos, como hicieron o hacen los fascistas o muchos conservadores dispuestos a matar en su nombre (tal como hicieron con Josef K.): se confunden con la norma y en consecuencia, la malinterpretan.
Otra lectura posible de la ley es la de los perversos, que juegan con ella a la manera de John Doe en la película Se7en, quien logró desvirtuar a la justicia mediante la ira del protagonista. Jugar con la ley, intentar transgredirla es lo que hacen criminales y asesinos. Son a su vez producto de una exposición violenta a las reglas. En todo caso, lo que estas interpretaciones muestran es que la norma existe y al igual que las voces eternas de Yeats, nos habla todo el tiempo.
II
Antígona fue la más piadosa de los hijos de Edipo, pues acompañó a su padre cuando este fue al exilio. Más tarde regresó a Tebas encontrándola en guerra entre sus dos hermanos: Eteocles la había hecho suya faltando a la palabra brindada. Polinices reunió el ejército de los siete y atacó. Ambos murieron en el campo de Batalla y cuando Creonte subió al trono, ordenó bajo pena de muerte abandonar sin sepultura los restos de quien atacara su Polis, condenando a su alma a vagar sin descanso. Antígona desafió las leyes del reino por cumplir las de los dioses. Enterró a su hermano y se hizo acreedora al castigo. De nada sirvieron los ruegos de todo un pueblo para salvarla.
Hay en los héroes trágicos una fuerte dosis de desmesura, pero como sucede en el caso de Antígona, nadie podría decir que interpreten las leyes erróneamente. Que estén dispuestos a morir por ellas es otra cosa. ¿Quién podría censurar a los que han muerto buscando justicia? Pedro Leyva, Trinidad de la Cruz, Nepomuceno Moreno. Quizá el ejemplo que causa mayor indignación sea el de Maricela Escobedo, asesinada frente al Palacio de Gobierno debido a que ni José Reyes Baeza Terrazas ni César Duarte Jáquez hicieron lo que tendrían que haber hecho: darle resguardo sin esperar a que la ley escrita se los ordenara.
Por fortuna la regla en papel ya existe y quizá lo primero que los Mecanismos de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas tendrían que asegurar, es la vida del padre Solalinde, cuyo trabajo a favor de los migrantes centroamericanos se encuentra retratado en el reportaje hecho por Emiliano Ruiz para Gatopardo (entre septiembre de 2008 y febrero de 2009 la Comisión Nacional de Derechos Humanos registró 9 758 secuestros a migrantes; entre abril y septiembre de 2010, 11 333).
Padre Solalinde ©Martha Izquierdo
La vocación del sacerdote para defender lo correcto le ha provocado amenazas de policías municipales, estatales, narcotraficantes, zetas y funcionarios del Instituto Nacional de Migración (INM), tal como cuenta al reportero: “Con [el gobierno de] Ulises Ruiz me queda claro que ellos querían hacer un negociazo con los migrantes: ganar en volumen con extorsión, secuestros, trata, todo. La mafia, desde el gobernador para abajo, presidente municipal, la policía judicial, vieron que era un botín, que eran clientes cautivos”. Al respecto Emiliano Ruiz relata: “Ulises Ruiz Ortiz atacó el albergue. Gabino Guzmán, el presidente municipal de Ixtepec (2008-2010) que acompañó a la turba … era uno de sus subordinados políticos. Cuando Ruiz era gobernador, Solalinde fue presionado por la delegada del INM, Mercedes Gómez Mont, y su propio obispo para cerrar el albergue. A cambio le darían otro a tres kilómetros de ahí, en un terreno alejado de las vías del ferrocarril, a donde nunca irían los migrantes…” 2.
Hechos como éste, o como el de la matanza de Tamaulipas perpetrada por los zetas contra 72 migrantes, son el resultado de malas políticas y malas leyes. La investigación “En tierra de nadie. Laberinto de Impunidad”, realizada por i(dh)eas A.C., muestra la forma en que, al criminalizar al migrante, nuestra ley es causa principal del maltrato y violación de sus derechos. La norma migratoria en México (resultado de una discriminación perversa de los derechos de ciudadanía) empuja a los migrantes a la ilegalidad y al peligro pues, al buscar las rutas menos transitadas, se hacen presa fácil de autoridades y delincuentes.
Quizá la interpretación de la norma nunca ocurra como debería, y seamos seres en constante perfeccionamiento. Pero lo que definitivamente no podemos hacer es aplicarla como si no hubiéramos aprendido nada durante nuestra historia y como si no existieran los derechos humanos: la criminalización del aborto, la condena a la homosexualidad hecha por la Iglesia y otras religiones, la discriminación a los más débiles como ocurre con los migrantes, son fenómenos que tienen que ver con una interpretación silvestre y superficial, con un perderse entre las ramas o ver los árboles pero nunca el bosque. Todo el que justifica la muerte en cumplimiento del deber y permite violar derechos en su nombre, se asemeja a aquellos simios ante el monolito vislumbrado por Clarke, y al intentar cumplir la ley, la desvirtúan.
1. Preguntas hechas por Pijamasurf. Ver también la investigación a la que la noticia refiere. Otro resumen puede leerse en The Economist.
2. En Gatopardo.