El consumo de sustancias psicoactivas es uno de los mayores problemas de salud pública en el mundo. México no es la excepción. El alcohol, en particular, es causa directa e indirecta de enfermedades físicas y mentales, provoca accidentes, daña el tejido social y tiene efectos económicos muy altos. He aquí un panorama del problema en nuestro país.
Tanto en México como en la mayor parte de los países del mundo, las adicciones a sustancias psicoactivas de tipo legal o ilegal y el abuso en su consumo representan un grave problema social y de salud pública. Las adicciones no sólo pueden ser causa de enfermedad y muerte para quien las padece, también dañan familias y comunidades, disminuyen la productividad y generan violencia, delincuencia, trastornos mentales, accidentes y un gran número de problemas que representan un elevado costo económico para el Estado (Barbor, Higgins-Biddle, Saunders y Monteiro, 2001).
De todas las sustancias psicoactivas, las de tipo legal –el tabaco y el alcohol– son las que más daños y pérdidas generan, en parte porque son más toleradas y su uso es aceptado. Preocupa en particular el uso nocivo de alcohol, práctica que ha aumentado de manera alarmante en poblaciones vulnerables, en especial entre mujeres y menores de edad (Medina-Mora, Villatoro, Gutiérrez, Moreno, Fleiz, Juárez, Rodríguez, 2008).
El concepto de uso nocivo de alcohol es amplio e implica aquel consumo que tiene efectos sanitarios y sociales perjudiciales en el bebedor, en quienes lo rodean y en la sociedad en general, y que implica pautas de consumo con graves consecuencias para la salud (OMS, 2010).
Se calcula que, de manera global, su abuso causa 2.5 millones de muertes por año, y que una proporción importante de éstas corresponde a personas jóvenes. Directa o indirectamente, se encuentra relacionado con 5 de las 10 principales causas de defunción: enfermedades del corazón, accidentes, cirrosis hepática, lesiones y homicidios (OMS, 2010).
El uso nocivo de alcohol es uno de los principales factores de riesgo de mala salud en el mundo (ocupa el tercer lugar); contribuye de forma importante a la carga mundial de morbilidad, muerte prematura y discapacidad. Además, es uno de los cuatro factores principales de peligro para el desarrollo de enfermedades no transmisibles y hay evidencia que señala que su uso también contribuye a aumentar la carga de morbilidad debido a enfermedades transmisibles, como el VIH/Sida y la tuberculosis (OMS, 2010).
El abuso de bebidas alcohólicas también representa un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos mentales, diversos cánceres y la presencia de traumatismos intencionales y no intencionales como los accidentes de tránsito, la violencia y el suicidio (OMS, 2010).
Entre los costos sociales está el encarecimiento de los servicios médicos, pérdidas significativas en la productividad, accidentes, problemas con la justicia, etcétera. Además, para el sujeto que consume en exceso implica dependencia económica, aislamiento social y pérdida de oportunidades de trabajo, con efectos negativos para su familia y la sociedad (Borges, Medina-Mora, Cherpitel, Casanova, Mondragón y Romero, 1999).
El grado de riesgo y daños que el uso nocivo de alcohol genera en la personas varía de acuerdo a características personales como la edad, el sexo, la tolerancia al alcohol, la situación o el contexto en el que se bebe, entre otras. Sin embargo, las devastadoras consecuencias que tiene son cada día más evidentes, en especial entre las poblaciones más vulnerables (OMS, 2010).
La situación de México
En el país, los datos que arroja la Encuesta Nacional de Adicciones (ENA) más reciente, de 2008, confirman el hecho de que la población no bebe a diario o casi a diario. El patrón más común es el de grandes cantidades por ocasión de consumo. Casi 27 millones de mexicanos beben de ese modo, lo cual significa que aunque lo hagan sólo en determinadas ocasiones (fines de semana y fiestas), en éstas consumen grandes cantidades (más de cuatro copas por ocasión las mujeres y más de cinco los hombres). De los 27 millones de mexicanos antes mencionados, se calcula que alrededor de 4 millones beben grandes cantidades al menos una vez por semana (bebedor consuetudinario) (Medina-Mora, Villatoro et ál., 2008).
Aunque esta manera de beber es característica de la población masculina, se trata de una práctica que ha aumentado especialmente entre las adolescentes (ver la Gráfica 1). Por cada mujer adolescente (12 a 17 años) que bebe de manera consuetudinaria, hay 1.9 adultas (mayores de 18 años) que lo hacen, mientras que entre los hombres se reporta un adolescente por cada cinco adultos (Medina-Mora, Villatoro et ál., 2008). De manera general, los niveles de consumo más altos para hombres y mujeres se registran en el grupo de edad que va de los 18 a los 29 años (Medina-Mora, Villatoro et ál., 2008).
Por otro lado, poco más de cuatro millones de mexicanos cumplen con criterios de dependencia al alcohol, cifra muy elevada pero que no representa el mayor problema al que nos enfrentamos (Medina-Mora, Villatoro et ál., 2008). A pesar de que las consecuencias negativas del consumo de alcohol se suelen asociar al alcoholismo, es un hecho que en México las personas que lo sufren no forman parte del grupo que genera más pérdidas, accidentes, enfermedades, conflictos sociales, etcétera. El grupo que más lo hace es el de personas que lo consumen en exceso. El uso nocivo de alcohol por sí solo representa 9% del total de la enfermedad en México (Borges et ál., 1999).
El abuso de las bebidas alcohólicas se asocia frecuentemente con problemas de tipo familiar (10.8%) y peleas (6%) y en menor proporción con problemas con la policía (3.7%), a pesar de que 41.3% de las personas detenidas están bajo los efectos del alcohol, según reportes (Medina-Mora, Villatoro et ál., 2008).
En cuanto a la distribución del consumo a lo largo del país, los mayores índices de uso elevado de alcohol se ubican en la zona Centro-Occidente (Aguascalientes, Zacatecas, Nayarit, Michoacán, Jalisco, Distrito Federal, Hidalgo, Tlaxcala, Morelos, Puebla y Querétaro). A estas entidades se suman Campeche y Quintana Roo, de la zona Sur, y Sonora, Baja California Sur, Nuevo León y Tamaulipas, en el Norte. En el caso de los hombres, se incluyen Chihuahua, San Luis Potosí y Guerrero (Medina-Mora, Villatoro et ál., 2008).
Cuando se considera únicamente a la población con dependencia del alcohol, los estados más afectados son los del Centro y Sur del país. De la región Norte, Tamaulipas y Baja California Sur; del Centro, Aguascalientes, Durango, Nayarit, Michoacán, San Luis Potosí, Zacatecas, Morelos, Puebla, Querétaro, Hidalgo, y se suma Guerrero. De la zona Sur, permanecen Quintana Roo y Campeche. Para los hombres, se suma Oaxaca. Para las mujeres adolescentes se suman Veracruz y el Distrito Federal, y para las mujeres adultas, Tabasco y nuevamente el Distrito Federal (Medina-Mora, Villatoro et ál., 2008).
En lo que respecta a la evolución del consumo de bebidas alcohólicas, las encuestas mexicanas documentan que de 1988 a 1998 disminuyó en 10 años la edad de los consumidores y de los consumidores fuertes. Mientras que en 1988 el mayor consumo se ubicaba entre los 40 y 49 años de edad, en 1998 éste ocurría entre los 30 y los 39 años. Al mismo tiempo, se han incrementado los problemas asociados, lo cual genera una problemática mayor para la sociedad. Además, la participación de las mujeres en las prácticas de consumo se ha incrementado (Medina-Mora, Cravioto et ál., 2002).
En cuanto al tipo de población, existen diferencias que separan a la población rural de la urbana. El consumo más alto se da en poblaciones urbanas y, en éstas, entre varones, quienes normalmente reciben los ingresos más altos. El consumo de las mujeres procedentes de zonas urbanas es, de igual forma, significativamente más alto que el de las de zonas rurales. En la población rural, el índice de mayor consumo se ubica entre las personas de 40 a 49 años, como ocurría en la población urbana en la década de los ochenta. Para el caso de los menores de edad se reportan consumos en menor proporción, pues si en poblaciones urbanas uno de cada tres menores reportó consumir bebidas con alcohol, en zonas rurales el porcentaje asciende sólo a 14 (Medina-Mora, Cravioto et ál., 2002).
Al analizar los datos recabados en los servicios de urgencias hospitalarias del país en 2009, del total de las personas entrevistadas, 564 (3.4%) llegaron bajo la influencia de alguna droga, y 6 mil 560 (39.9%) reportaron haber consumido alguna sustancia en los últimos 30 días (incluyendo tabaco). De quienes estaban bajo el influjo de alguna droga, se halló que 323 (57.3%) solicitaron atención medica por lesiones de causa externa. En este grupo, el alcohol fue la droga con más presencia: se encontró en 256 casos, es decir 79.2% (sisvea, 2009).
Por lo que hace al Servicio Médico Forense, un informe proporcionado por 20 entidades del país reportó que de un total de 18 mil 724 defunciones, 24.4% ocurrió bajo la influencia de alguna sustancia, siendo el alcohol la más reportada (sisvea, 2009).
Según datos proporcionados por centros de tratamiento no gubernamentales, el alcohol es la droga de inicio más reportada (ver la Gráfica 2). También es la principal droga de impacto: con 29 mil 417 menciones, fue la sustancia que llevó a más personas a buscar los servicios de dichas instituciones. Le sigue la cocaína con 10 mil 450 menciones, la marihuana con 8 mil 235, y las metanfetaminas con 6 mil 950 (SISVEA, 2009).
Los datos anteriores no sólo muestran que el alcohol es la droga con la que las personas suelen tener su primer contacto, sino también que es la sustancia que más conduce a la búsqueda de ayuda y tratamiento por problemas de consumo o adicción.
De acuerdo con información del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), durante 2001 este organismo proporcionó un total de 61 mil 527 consultas médicas por problemas relacionados con el consumo de alcohol y drogas. Es de subrayar que las consultas “de primera vez” originadas por problemas asociados al consumo de alcohol (8 mil 868) ocuparon el primer lugar en todos los grupos de edad, excepto para el de 0 a 9 años; es decir, de los 10 años en adelante los problemas por consumo de alcohol fueron la principal causa de la primera consulta (Córdova-Castañeda, Muñoz, Guarneros-Chumacero, Rosales-Avilés y Camarena-Robles, 2002).
En México alarma el consumo de alcohol en general y su uso nocivo en poblaciones en las que se ha venido observando un aumento constante. Los más afectados son los estudiantes y en especial la población femenina. En una encuesta aplicada a estudiantes de la Ciudad de México en 2009, se halló que 71.4% de los adolescentes ha consumido alcohol alguna vez en la vida; de éstos, 40.9% lo hizo en el mes previo a la encuesta (Villatoro, Gaytán, Moreno, Oliva, Bretón, López, Bustos y Medina-Mora, 2010).
En lo que se refiere al consumo de alcohol “alguna vez en la vida”, se halló que hombres y mujeres son afectados por igual (71.4%). En cuanto al consumo por edad (ver Gráfica 3), el porcentaje de adolescentes de 14 años o menos que lo ha consumido alguna vez es de 59.9 y el de quienes tienen 18 años o más es de 89.9. Más de la mitad de los adolescentes de 17 años (menores de edad) ha bebido alcohol en el último mes, y 38.5% consume alcohol de manera nociva (Villatoro, Gaytán et ál., 2010).
La edad de inicio del consumo también ha ido disminuyendo, situación alarmante si se considera que un inicio temprano en el consumo de tabaco o alcohol –que ocurre generalmente antes de los 13 años de edad– incrementa mucho las probabilidades de consumir otras drogas (Villatoro et ál., 2005).
El consumo de estas sustancias entre la población adolescente es motivo de gran preocupación ya que los jóvenes se encuentran en una etapa especialmente propicia a la experimentación y el uso de drogas, debido tanto a la curiosidad y búsqueda de sensaciones nuevas como a la necesidad de enfrentar problemas emocionales y a la rebeldía, siempre en función del proceso de búsqueda de la propia identidad. Además, se trata de un grupo muy vulnerable, al que el uso nocivo de alcohol afecta de manera más evidente (Villatoro et ál., 2005).
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el uso nocivo de alcohol es y seguirá siendo un problema de salud pública en el mundo. Reducir sus niveles –con medidas normativas eficaces y la infraestructura necesaria para aplicarlas correctamente– no es una cuestión que se circunscriba a la salud pública. Se trata de un asunto de desarrollo de especial relevancia para México pues la magnitud del riesgo correspondiente es mucho mayor para los países no desarrollados, toda vez que en los países de ingresos altos las personas están cada vez más protegidas por leyes e intervenciones (OMS, 2010).
Así, la OMS, en su Estrategia mundial para reducir el uso nocivo de alcohol 2010, ofrece una serie de políticas y acciones encaminadas a afrontar los problemas causados por dicho fenómeno, entre ellas la de reforzar la acción mundial y la cooperación internacional para respaldar y complementar las iniciativas regionales y nacionales, y la de posibilitar la labor intersectorial para que las acciones de combate al problema incluyan la participación de diversos sectores. Las políticas destinadas a la disminución del uso nocivo de alcohol deberán ir más allá del sector salud y abarcar áreas como las de desarrollo, transporte, justicia, bienestar social, política fiscal, comercio, agricultura, educación y empleo, así como a actores económicos y de la sociedad civil (OMS, 2010).
De igual forma, es necesario equilibrar distintos intereses. Es bien sabido que la industria del alcohol genera empleos y reporta ingresos considerables a los operadores económicos, así como ingresos fiscales a distintos niveles. Sin embargo, quienes formulan las políticas de salud se hallan ante el reto de dar la prioridad necesaria a la promoción y protección de la salud de la población, teniendo presentes al mismo tiempo otros objetivos, intereses y obligaciones (OMS, 2010).
Centrarse en la equidad también representa un gran reto. A pesar de que las tasas de consumo de bebidas alcohólicas a nivel poblacional son mucho menores en las sociedades pobres que en las ricas, un mismo consumo puede causar daños desproporcionadamente más graves entre las poblaciones más pobres. Ante esto, se hace urgente la necesidad de formular y aplicar políticas y programas eficaces que reduzcan esas disparidades sociales, tanto dentro de los países como entre ellos (OMS, 2010).
Por supuesto, las acciones de prevención del uso nocivo de alcohol y del alcoholismo también deben formar parte esencial de los esfuerzos encaminados a mejorar y elevar los niveles de salud de los mexicanos. Las intervenciones que se pretendan realizar deberán tener en cuenta los contextos locales y las características de la población a la que vayan dirigidas (OMS, 2010).
En este sentido y de acuerdo con los datos de consumo más recientes, una intervención para la prevención y el tratamiento por problemas de consumo de alcohol dirigida a jóvenes, en especial menores de edad y mujeres, se hace necesaria en toda agenda política de salud en nuestro país.
JULIA PANTOJA PESCHARD es licenciada en Psicología e investigadora del Centro Nacional para la Prevención y el Control de las Adicciones.
_______________________________________
- Barbor, T., J. Higgins-Biddle, J. Saunders y G. Monteiro, AUDIT, Cuestionario de identificación de los trastornos debidos al consumo de alcohol, OMS, Suiza, 2001.
- Borges, G., M.E. Medina-Mora, C. Cherpitel, L. Casanova, L. Mondragón y M. Romero, “Consumo de bebidas alcohólicas en pacientes de los servicios de urgencias de la ciudad de Pachuca, Hidalgo” en Salud Pública de México 41, 1999, pp. 3-11.
- Córdova-Castañeda, A., O. Muñoz, A. Guarneros-Chumacero, R. Rosales-Avilés y E. Camarena-Robles, “Instituto Mexicano del Seguro Social: Información 2001” en Consejo Nacional Contra las Adicciones (ed.), Observatorio mexicano en tabaco alcohol y otras drogas, conadic, México, 2002, pp. 83-86.
- Medina-Mora, M.E., J. Villatoro, M.L. Gutiérrez, M. Moreno, C. Fleiz, F. Juárez, C. Rodríguez, Encuesta Nacional de Adicciones 2008 (capítulo de alcohol), Consejo Nacional contra las Adicciones, Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, Instituto Nacional de Salud Pública, México, 2008.
- Medina-Mora, M.E., P. Cravioto, J. Villatoro, F. Galván, C. Fleiz, E. Rojas, P. Kuri, C. Ruiz, J. Casterjón, A. Vélez y A. García, Encuesta Nacional de Adicciones 2002 (capítulo de alcohol), Consejo Nacional Contra las Adicciones; Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz; Dirección General de Epidemiología; Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, México, 2002.
- Organización Mundial de la Salud, “Estrategia mundial para reducir el uso nocivo de alcohol”, Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias, Ginebra, 2010.
- Villatoro, J., F. Gaytán, M.L. Moreno, N. Oliva, M. Bretón, M.A. López, M. Bustos y M.E. Medina-Mora, Consumo de alcohol, tabaco y otras drogas en la Ciudad de México 2009, Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, México, 2010.
- Villatoro, J., M.E. Medina-Mora, M. Hernández, C. Fleiz, N. Amador y P. Bermúdez, “La encuesta de estudiantes de nivel medio y medio superior de la Ciudad de México: Noviembre 2003. Prevalencias y evolución del consumo de drogas” en Salud mental 28, 2005, pp. 38-51.
- Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud, Dirección General Adjunta de Epidemiología, Dirección de Investigación Operativa Epidemiológica, Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones, Informe 2009, México.
EL ALCOHOL NONOS DEJA NADA BUENO
me parece un estudio muy interesante y aleccionador.sin embargo se hace poco ppra su prevencion,pues se necesita mucho dinero para implementar un programa. existen grupos de auto ayuda como A.A pero no son preventivos y parten de la base que el alcoholismo es una enfermedad y que la ingesta de alcohol es un sintoma de un problema mas profundo.