La muerte de Heriberto Lazcano hace unas semanas es un fin apto para la estrategia antricrimen de Felipe Calderón: la caída de uno de los capos de mayor trayectoria representa un golpe importante y un triunfo publirrelacionista, pero también conlleva el riesgo de un incremento de violencia en los estados donde los Zetas operan, sobre todo en el noreste del país.
De los 37 capos declarados como los más buscados en México en 2009, ahora 25 se encuentran tras rejas o bajo tierra, según mi conteo personal. Con la excepción de Chapo Guzmán, Ismael Zambada, Juan José Esparragoza, y Servando Gómez, esa cifra incluye todos los más notorios de la época actual. El éxito en este ámbito representa una mejoría importante en la capacidad operacional de las agencias gubernamentales, en especial la Marina. También, demuestra un mayor nivel de cooperación entre las agencias relevantes de Estados Unidos y México.
Además, la caza exitosa de los capos revierte una de las faltas principales de los primeros años del sexenio calderonista. A veces se olvida ahora, pero frecuentemente se argumentaba que la supuesta guerra de Calderón era una pantalla y nada más, ya que los despliegues de los militares a Michoacán, Tijuana, y otros sitios resultaban en los arrestos de figuras menores, pero que los peces gordos seguían nadando libres. Ahora, tal argumento no es posible (aunque sigue la sospecha que la política anticrimen esté diseñada para ayudar a los capos sinaloenses); la guerra de Calderón también ha tocado a los más poderosos.
Así que la búsqueda de los capos ha resultado todo un éxito, eso sí, menos en el asunto que más importa: la violencia que está azotando a la sociedad mexicana.
Es decir, los tres años de éxito contra los capos mayores ha coincidido con una ola de sangre que ha invadido casi cada rincón del país. Según los datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública, 13,155 personas murieron asesinadas en 2008, el año previo al arranque de lo que en Estados Unidos se ha etiquetado “the kingpin strategy”. En 2009, la cifra subió a 16,118, y luego a 20,681 un año después. El número sanguinario alcanzó 22,480, y lo más probable es que ronda lo mismo este año. Es decir, casi diez mil muertos más durante el apogeo de la caza de los capos.
Viendo estos datos, una conclusión inevitable es que tumbar a los capos no representa una estrategia real. El gobierno de Calderón ha argumentado que el arresto o la muerte de un capo no ocasiona un incremento en la violencia, pero no convencen–tanto el entorno nacional como los casos específicos demuestran una asociación entre los muertos y el cambio en el liderazgo criminal. (En el caso de Lazcano, la aparición de mantas de Los Legionarios, una nueva escisión de los Zetas, amenazando a Miguel Ángel Treviño ofrecen una muestra del mismo fenómeno.) Yo soy de la opinión que la capacidad de arrestar a los criminales más poderosos sí es importante –Chapo Guzmán no sería Chapo Guzmán si se hubiera detenido definitivamente hace 20 años– pero las ventajas de la estrategia de los capos valen poco comparado con una duplicación en la tasa de homicidio, y un disparo en otros crímenes como la extorsión y el secuestro.
Entonces, ¿qué hubiera hecho Calderón, y qué debería hacer Peña Nieto? Algunos analistas afirman que es una simple cuestión de fijar a personas distintas como los blancos principales. Como reportó The New Scientist hace unas semanas, los fiscales colombianos han concluido que los personajes que funcionan como puentes entre dos células distintas son las claves. Ahora ellos utilizan los algoritmos para identificar a tales personas, y canalizan la fuerza del gobierno colombiano en su contra. Eso no quiere decir que los capos ya no importan, ni tampoco que los puentes representan una bala mágica. La verdad es que la etiqueta de “puente” es algo bastante sencilla, pero la realidad es más complicada, y arrestar a los personajes identificados como tal no siempre tendrá un impacto previsible.
Así que las necesidades van más allá que sustituir una estrategia de puentes por una de capos. De todas maneras, lo que queda clarísimo es que el simple enfoque en los más famosos no es una solución a la inseguridad de la cual padece México actualmente.