El cierre del 2012 trae noticias económicas importantes en Estados Unidos, algunas deprimentes y muy conocidas, pero otras menos notadas pero muy alentadoras.
Primero, lo feo: no obstante las negociaciones entre los republicanos en el Congreso y la Casa Blanca, el país se acerca al llamado abismo fiscal, el repentino auge en los impuestos y los recortes simultáneos en el gasto público que están programados para el 1ro de enero. Tal resultado haría mucho para cerrar el déficit presupuestario, que es el objetivo final que motiva las negociaciones, pero el problema es que son medidas tan drásticas que frenarían la actividad económica, y pondrían al país en peligro de una nueva recesión. La mejor manera de implementar políticas dolorosas pero necesarias, como son estas, es paulatinamente.
El origen del asunto se encuentra en la negociación sobre el tope de deuda, durante el verano del año pasado. Como expliqué en esos entonces en este mismo espacio:
“Desde 1939, el Congreso ha sido obligado a aprobar cada venta de bonos gubernamentales –es decir, la expansión de deuda– para financiar la operación diaria y pagar las obligaciones del gobierno federal, desde los cheques de seguro social de los cuales los de tercera edad dependen para vivir, hasta los intereses de los bonos de la tesorería americana. Históricamente, el Congreso ha subido el tope de deuda sin problemas mayores –lo ha hecho 89 veces desde que entró en vigencia el sistema actual.
[…]
Esta vez la situación es distinta. La tesorería dice que el 2 de agosto se les agotan sus fondos, y sin la venta de más bonos, el gobierno de Estados Unidos se quedaría en default. Pero el partido republicano, que controla la cámara baja y por lo tanto puede frenar cualquier iniciativa, se niega a aprobar el incremento en el tope sin que haya una reducción simultánea en el tamaño del déficit en el presupuesto.”
El acuerdo final que salió en agosto de 2011 fue un aumento en el tope por un lado, y por el otro la promesa de negociar una reforma fiscal duradera para reducir el déficit. Pero eso no fue todo: en caso de no llegar al acuerdo prometido, los legisladores también programaron los recortes y aumentos ya mencionados, con la idea de que el peligro de frenar repentinamente la economía obligaría a los dos lados a llegar a un acuerdo. Y esto es donde estamos ahorita.
El problema con aquel plan bien intencionado es que no han llegado a un acuerdo, y no parece que uno está cerca. Uno de los problemas fundamentales es que, aunque el problema del déficit es real, EU tiene un gobierno relativamente chico. (Por darle una muestra a lo que me refiero, entre 2004 y 2007, solamente cuatro países en la OCDE tuvieron un gasto público menor que el estadounidense, tres de ellos mucho menos desarrollados.) Eso quiere decir, no tienen de donde recortarse fácilmente los programas gubernamentales, que además suelen ser muy populares. Peor aún, los gastos públicos serán cada vez más en el futuro, gracias al envejecimiento de la población los costos que conllevarán para Medicare, el sistema médico para la gente de tercera edad.
Visto así, la mejor forma de cerrar el déficit es subir los impuestos. Pero tal resultado sería muy complicado, porque la oposición a cualquier aumento en los impuestos es el principio más importante para el partido republicano. Más que 90 por ciento de los legisladores republicanos se han comprometido, con un juramento escrito y firmado, a nunca votar a favor de impuestos más altos. Por lo pronto, no tenemos por qué esperar que ese grupo rompa su promesa, así que los únicos acuerdos posibles se concretarían a través de los recortes.
Así pues, el sistema político se encuentra en un callejón sin salida; no es solamente que lo que debería suceder –un acuerdo que cierra el déficit más con impuestos que recortes– no se ve viable. El asunto fundamental es que no se vislumbra ni una solución. El “abismo fiscal” es una etiqueta equivocada—no habrá una catástrofe inmediata el 1ro de enero, acuerdo o no—pero este problema de fondo sí es real, mucho más real que una solución.
Pero no todo está mal. Al principio de este post, hablé de dos noticias, y falta hablar de la más optimista. Por el otro lado, se anunció un gran cambio a las políticas monetarias que sucedió sin siquiera una fracción de la atención que recibe la situación fiscal diariamente. Me refiero al anuncio de la Fed que mantendrá las tasas de interés bajas hasta que la tasa de desempleo baje a 6.5 por ciento, a menos que la inflación anual alcance 2.5 por ciento. Efectivamente, por el futuro previsible, es una promesa de dinero barato, la herramienta más eficaz de un banco central en momentos de turbulencia económica.
Este cambio representa un reconocimiento mucho más explícito del impacto del alto desempleo que hemos visto antes –Ben Bernanke, jefe de la Fed, describió el desempleo como “un desperdicio de potencial económico y humano”– y una aceptación que la mayor institución económica del país tiene la responsabilidad de combatirlo. Además es un rechazo de las voces (que son muchas) que priorizan limitar el riesgo de la inflación futura encima de mitigar el efecto maligno del desempleo actual.
Eso solo no va a curar al país de todos sus problemas, pero sí es un paso en la dirección correcta. Ojalá y se viera lo mismo en los políticos.