Anticipar las matanzas, prevenirlas, encontrar las causas de la maldad y del sometimiento al otro, al dolor infligido por placer. ¿De dónde manan nuestros instintos perversos? Ya que podemos convertirnos en torturadores de la noche a la mañana, algo entrañamos de avieso. El bullying diario en las escuelas no es sino la más infantil de las ramificaciones del común sadismo cotidiano: las torturas sexuales de Abu Ghraib; los secuestros y asesinatos de migrantes a manos de delincuentes y autoridades; las decapitaciones video grabadas y compartidas en línea que recuerdan tanto al cine snuff. Todo lo que hacemos u observamos a otros hacer, ocultando apenas la fruición. No es nueva la pregunta sobre nuestro lado oscuro.
Tampoco es novedoso subrayar que este sadismo emparentado con la norma y la virtud, puede leerse a flor de carne en las historias de los santos y que en nuestro papel de asesinos por naturaleza gozamos de hacer cumplir la ley dañando al otro, así este sea nuestro propio cuerpo. Y no solamente porque el verdugo encuentra siempre como atajo las sagradas escrituras, sino porque hay algo perverso en el cumplimiento lógico y tenaz de la razón y de la norma. Por eso habría que desconfiar de todo aquél que, apersonándose en los ropajes de la ley, pretende estirarlos como si fuesen una resortera, semilleros de juristas apuntando envenenados contra todo aquél cruzado en su camino; así, también el holocausto se esgrimió contraparte necesaria al destino superior de la raza aria, escucha de la ley del porvenir, visión del súper hombre.
Anticiparse al mal fue la preocupación de toda una vida de Theodor Busbeck, psiquiatra alemán obsesionado por los horrores del holocausto y de sus visiones de cuerpos apilados y desnudos, amalgama de “pornografía y obscenidad inversa, en la que no podría encontrarse excitación, pero sí el asombro de alguien que mira no hombres, mujeres o niños reducidos a huesos, sino otra cosa, otro material, otra sustancia”.
Busbeck nos relata: “Quería que de mi estudio resultara una gráfica, establecer una relación entre el horror y el tiempo. Comprender si ha disminuido o aumentado a lo largo de los siglos. Si descubro que el terror posee cierta estabilidad histórica, estaré ante un hallazgo fundamental. Una vez obtenida la gráfica del fenómeno repartido por el tiempo, podría encontrar algo más importante aún: la fórmula, el registro matemático y cuantitativo que permita actuar y no sólo lamentar. Que resuma las causas de la maldad y que permita anticiparla. Es necesario entenderlo: ¿Cómo es posible que sin miedo se hayan hecho ciertas cosas?”
“El bien y el mal tienen su origen en la actividad y el tedio”, intuyó Busbeck una de esas tardes en que contemplaba los cuadros del horror nazi. “El desempleo debe por fuerza tener repercusiones tanto en el instinto de violencia como en el opuesto”, el de la bondad o compasión infiltrado en ciertas personas altruistas. El trabajo podría ser entonces la forma de evitar las grandes matanzas de la historia, aunque así también “desaparecerían las condiciones que hacen posible el actuar de los grandes hombres, de los santos”.
Después de años de esfuerzo, Busbeck lo logró. Obtuvo su gráfica y aisló la fórmula del mal. También anticipó el fin de la historia: llegará un momento en el que todos los pueblos reciban el mismo mal que cometen y entonces su equilibrio nos llevará a la muerte. Esta tesis tiene una consecuencia práctica que sólo apareció en el último volumen de su vasta obra, “el más polémico”, aquél en que se atrevió a prever los acontecimientos de los siglos por venir –entre los que ya se encuentra el nuestro– presentando una tabla en la que enlista a todos los países que serán objeto de matanzas y aquellos otros responsables de llevarlas a cabo. Una descripción matemática exacta con base en las posibilidades que se juegan entre unos y otros instintos humanos. Se trata de países o gobiernos que ya dañan o dañarán a núcleos poblacionales diversos, que torturarán, que vejarán.
¿Cuáles son esos países? ¿México se encuentra en tales listas? Podríamos estar allí como territorio emisor de migrantes, o bien por las torturas cotidianas, encarcelamientos o violaciones permitidas a los que recibe. ¿Se halla nuestro país inscrito en los trabajos de Busbeck? ¿Cuándo llegaremos al equilibrio entre las ofensas recibidas y brindadas?
Para fortuna (o quizá para desgracia) nuestra, Theodor Busbeck sólo vive en la obra del escritor portugués Gonçalo M. Tavares, y específicamente, en su novela-estudio sobre el mal: Jerusalén, escrita en una prosa fría, clara y brillante que brinda en el justo centro, en el meollo de nuestra alma, un golpe duro de tristeza por todo el mal que se agazapa en nuestro vientre.