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“Cuando la incertidumbre sobre la identidad crece, la acción se paraliza”
Sheba Camacho
Aún no alcanzo a comprender la relación entre la lengua materna y la identidad, me parece siempre tan compleja y a falta de conclusiones divago o ensayo el alma sobre el tema; más complejo aún cuando la pregunta apunta, amenazante, hacia lo que fue, o sigue siendo, mi propio proceso. En Europa fui mexicana, en México soy oaxaqueña, en Oaxaca estoy siendo mixe, en la sierra suelo ser de Ayutla. En algún punto soy indígena, pero eso me lo dijeron o lo intuí en el contraste antes de que llegara el nombre. Durante un ataque de fuerzas extra-terrestres seguro que seré terrícola, y lo seré con pasión. No entiendo de identidad sin contrastes, a cada nuevo contraste, una identidad nace en mí, “con que ahora también soy latina eh?”. Dado que, por fortuna somos capaces de hablar más de una lengua (me da pánico imaginarme que no), la relación entre la lengua y la identidad no puede ser de ningún modo determinista, hay un espacio en el cual ambos forman un subconjunto pero es inestable, se ensancha o se escurre según sea el caso.
En el discurso oficial, la auto-adscripición basta para ser considerado indígena, en los hechos, y para efectos estadísticos, solo son indígenas aquellos que hablan una lengua perteneciente a una de las once familias lingüísticas que se hablaban en lo que ahora es territorio mexicano antes de que Cortés llegara con el indoeuropeo en los labios. Ante pregunta explícita mi abuela niega ser indígena, ella es ayuujk, dice, y eso lo sabe bien, gente de la lengua de la montaña. Para mí, el mundo se dividía en dos y era muy claro: si no hablabas ayuujk, solo podías ser akäts (no-mixe); seas japonés, suizo, tarahumara, guaraní o zapoteco solo podía nombrarte así: akäts. No es gratuito que en la mayoría de las lenguas indígenas no exista una palabra para indígena. Estableciendo nuevos y múltiples contrastes simultáneos, me di cuenta que detrás del nombre se tejía una red, una red que puede ser una trampa.
“Dice mi madre que yo ya no soy mixe”, escuché sorprendida hace unas semanas “…que como ya no hablo el ayuujk, ya no puedo llamarme así”. Le hice un par de preguntas y luego de muchos mezcales concluimos que ella era tan ayuujk como la neblina rodeando el Zempoaltépetl (montaña sagrada); ella es una mixe que habla español. Así, m-i-x-e, con todas su letras, mixe en español. ¿Quién puede negarlo?
Muchos de los movimientos de reivindicación de los pueblos indígenas suelen enarbolar la revitalización de sus lenguas como una bandera de lucha, aunque, como consecuencia extrema, eso incluya un menosprecio, a veces tácito, a veces transparente, hacia aquellos que ya han perdido la lengua. No es que no tengan lengua materna, es que ahora su lengua materna es el español. Me parece que, sobre todo, en los procesos de revitalización y fortalecimiento lingüístico se debe evitar utilizar los mismos mecanismos que han servido para imponer el español; para lograr una mínima coherencia con los reclamos y en la lucha por una sociedad intercultural no es posible descalificar a alguien por hablar español.
A pesar de este contexto de linchamiento lingüístico, me he encontrado con que los hijos de muchos de los dirigentes indígenas no hablan la lengua originaria o que solo la entienden. Sus padres saben, saben demasiado, sobre la importancia de la lengua, sobre cómo el perderla significa cancelar un medio de transmisión de conocimiento directo. Saben que en el contexto actual hablar una lengua indígena implica resistir. Ideología no es lo que falta, entonces ¿qué sucede?. No me interesa en absoluto juzgar este fenómeno pero quisiera explicármelo. El posicionamiento ideológico ante una lengua, al parecer, no es suficiente. Estar orgulloso de tu lengua materna, apreciarla, conocerla, tampoco parece garantizar que podrás transmitirla a tus hijos. ¿Qué sucede? Pregunto de nuevo, ahora más intrigada. Atino a decir: hablar una lengua es también un hábito, una práctica cotidiana automática y una vez que se han establecido las primeras interacciones en una lengua determinada resulta que, como todo hábito, es difícil de cambiar. Por alguna razón, siempre hablo en ayuujk con un amigo por más que sé que habla español a la perfección; por alguna razón siempre hablo en español a una amiga que acabo de conocer en la ciudad aunque sé perfectamente que el ayuujk es su lengua materna y la habla todos los días, pero no conmigo. No somos concientes, no elegimos o casi no.
¿Qué sucederá con las personas que aprenden en la infancia y al mismo tiempo hasta tres lenguas? ¿Qué papel juega cada una de sus lenguas en la construcción de su identidad? ¿Cómo es la relación entre lengua e identidad de los hablantes nativos del inglés? No lo sé. Les decía yo que la lengua materna se entreteje en la tela que nos reviste de identidad pero que no la determina hasta que el llamado del contraste la despierta; todo eso les decía yo pero, sinceramente, no puedo evitar alegrarme cuando, en algún pueblo de la sierra mixe, alguien me dice después de escucharme hablar: “Ah, mira, aunque pareces akäts, hablas ayuujk, entonces eres una de nosotros… cuéntame pues ¿de qué pueblos eres?”, entonces, invariablemente, sonrío aliviada.
Yásnaya.
Es muy importante lo que expones. Yo no siento ningún problema por no hablar el Zapoteco. Mi madre lo habló,pero ami me prohibió hacerlo, lo hizo desde la escuela. Es quizás por esto, que la explicación que le doy a mi identidad, radica en la comprención de mi entorno, de mi comunidad, de mi región. Por ello, me empeñado en ejercitar un lenguaje comunal, más social e históricamente determinado. Esto me identifica con los que sienten lo que yo, esten fuera o adentro. Platicarémos más de esto.
gracias, disfruté, reformulo…
Muchas gracias Rosa Elba, me gustaría mucho participar de ésas clases. Un abrazo!
La verdad escribes muy bonito, tu si sabes decir, lo que otros solemos sentir. Felicidades!!!
Yásnaya querida.
Tu texto contiene todas las preguntas que yo me he hecho desde que comencé a interesarme por la etnicidad. Me has proporcionado un material de discusión fresco e interesante para utilizar en clase. ¡Beso cariñoso!