En estos días, ante los resultados obtenidos en las elecciones, los analistas interesados en explicarlos consideran y discuten el papel que jugaron y juegan las redes sociales, la importancia que tuvo y tiene en la circulación de información y de opiniones el ciberespacio nacional, y si el uso de internet ha contribuido o no a la democracia dentro y fuera de nuestras fronteras. Me parece, en todo caso, que se trata de un tema ineludible, de una presencia que llegó para quedarse, de un significativo cambio en las formas de producción y consumo que se identifica desde hace dos décadas, y tal vez un poco más, como era de internet o era digital, y que la lengua, nuestro español, así lo demuestra, tanto con la incorporación de términos y frases en la comunicación profesional y cotidiana, cuanto con el aprendizaje de novedosas sintaxis y caracteres que pretenden dar lugar a una lengua franca. Por tal motivo seguimos con la revisión de algunas de las palabras que forman ya parte de nuestro vocabulario y que comentamos en números anteriores. Antes, con su permiso, una breve disquisición.
La imaginación de los griegos concibió a Hermes, un dios mensajero capaz de viajar a todas partes, de llegar, incluso, a la región de los muertos para comunicar los designios de la divinidad. Heraldo del Olimpo, encargado como estos oficiales de carne y hueso que, desde la Antigüedad hasta la Edad Media, y aun en épocas posteriores, disponían las condiciones necesarias para convocar a quienes debían conocer un mandato o una información determinada; imponían silencio para escuchar una arenga; y llevaban mensajes a las autoridades, nobles y militares, propias y extrañas, en medio de los combates y conflictos, o en tiempos de paz, pues gozaban de una especie de inmunidad diplomática.
Hermes y, sobre todo su versión romana, Mercurio, han prestado desde el siglo xvii su nombre y sus atributos como protectores de mensajeros, viajeros y comerciantes, a publicaciones, diarios y revistas para confirmar los propósitos informativos y empresariales de hábiles impresores y editores serviciales. Un par de casos notables en nuestro país: el de Carlos de Sigüenza y Góngora y su trabajo titulado Mercurio volante, con la noticia de la recuperación de las provincias del Nuevo México conseguida por D. Diego de Vargas, Zapata, y Luxan Ponce de León, un folleto formado en la Imprenta de Antuerpia de los herederos de la viuda de Bernardo Calderón en 1693; y el del Mercurio volante con noticias importantes y curiosas sobre varios asuntos de física y medicina, periódico que salió a la luz hace, prácticamente, doscientos cuarenta años, entre octubre de 1772 y febrero de 1773, con el afán de divulgar el conocimiento científico, en palabras de su editor, José Ignacio Bartolache:
Siempre fueron estimadas las artes como otros tantos preciados dones de la providencia, concedidos por particular gracia en beneficio de los mortales; y ninguna noticia importante vino al mundo, según este modo de pensar, justo y razonable, de otra parte que de los altos cielos o de hombres dignos de colocarse allá. Así pues, por una especie de alegoría nada reprensible, he querido llamar Mercurio volante a un pliego suelto, que llevará noticias a todas partes, como un mensajero que anda a la ligera.
Hermes no solamente transporta designios sino que “interpreta”, de modo que la palabra hermenéutica hace referencia, según el Diccionario académico al ‘arte de interpretar textos y especialmente el de interpretar los textos sagrados’ (de aquí su relación con la teología, la filología y la crítica literaria) y ‘en la filosofía de Hans-Georg Gadamer, a la teoría de la verdad y el método que expresa la universalización del fenómeno interpretativo desde la concreta y personal historicidad’.
Un filósofo, sabio o mago afiliado a Hermes, y cuya existencia parece no estar comprobada del todo, es Hermes Trimegisto, adaptación griega del dios egipcio Tot; sus escritos y conocimientos dieron lugar al Hermetismo, una filosofía o enseñanza reservada para quienes eran considerados iniciados, de aquí su vinculación con lo oculto, lo mágico, inaccesible y cerrado. El esoterismo, la astrología y la alquimia medievales se nutrieron de las ideas atribuidas a Trimegisto. Lo anterior explica que el adjetivo hermético, ca haga referencia entonces a ‘las especulaciones, escritos y partidarios de aquellas creencias’; ‘a lo impenetrable, cerrado, aun tratándose de algo inmaterial’, y a lo ‘que se cierra de tal modo que no deja pasar el aire u otros fluidos’.
El hermetismo es lo más opuesto a la exposición de los saberes que vivimos en la nueva era de Mercurio, piadoso dios que concedió los dones necesarios a unos cuantos privilegiados para lograr que con sus inventos las distancias no cancelaran ni tardaran las comunicaciones. Personas prácticas que bautizan sin dilación ni muchos miramientos lingüísticos a sus creaciones porque lo urgente es echarlas a andar, y como las tales no tardan en correr, sus nombres andan pronto en boca de todos. Así Google, Twitter y Facebook, entre los más populares. Una amiga curiosa reclama la incorporación del verbo textear en el Diccionario de la Real Academia, porque considera que su uso se ha extendido ampliamente con los teléfonos celulares y otros dispositivos electrónicos. No le falta razón si consideramos que resulta más económico que decir “voy a mandar un mensaje de texto” o “te envío un mensaje de texto”.
Tampoco parece recomendable decir “googlear”, aunque se trata de una palabra empleada cada vez con más frecuencia por los usuarios de internet que recurren al buscador de Google. En este sentido, cabe advertir que en español pueden formarse derivados de nombres propios extranjeros con la adición de una terminación adecuada y la adaptación ortográfica correspondiente, de modo que es posible que en algún momento nos encontremos con “guglear”. Sobre todo si tomamos en cuenta que así ya ha sucedido con las formas españolas tuitero/a, tuitear, tuiteo y retuiteo, consideradas como apropiadas para las actividades relacionadas con la red social Twitter (que por ser nombre propio de una marca debe escribirse con w y doble t). Es el mismo caso de otros verbos y sustantivos ingleses admitidos en nuestro idioma desde hace algunos años: resetear y reseteo; escanear y escaneo.
Creo que se requiere de cierto esfuerzo para decir “facebookear” así que parece improbable que se hispanice una extraña grafía como “feisbuquear”, y ya que resulta igualmente difícil encontrar un equivalente o una traducción de Facebook, pues “librocara”, “librorrostro”, “fazlibro”, “agenda electrónica con fotos”, “ciberálbum” abortan en el instante de su concepción, creo que seguiremos escribiendo, leyendo, diciendo y escuchando expresiones como “La encontré en Facebook sin problema”, “Conseguimos trescientos amigos en Facebook en una semana” y “Subió las fotos del viaje en su Face”.
La súbita aparición de la modelo Julia Orayen, según un escandalizado periódico, “revolucionó el debate presidencial en México”. ¿Por qué? Porque se convirtió en trending topic, tendencia o tema del momento, pues su escote atrajo la atención de Hermes Tuiteo y don Caralibro, cuyo poder se manifestó en cuestión de minutos, o de segundos, al extender sus lascivas miradas entre cientos, miles, millones de cibernautas que, al día siguiente, se conmovieron con la honesta declaración que la edecán hizo a los medios: “Se me veía bien [el vestido], creo que no le queda duda a nadie”.
——————————
MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la unam. Ha sido profesor tanto de literatura como de español y cultura mexicana para extranjeros. Especialista en siglo xix, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima Casa de Estudios, fue director de la Fundéu México y actualmente coordina el servicio de Español Inmediato.