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Ese «auténtico» objeto del deseo
Cultura | Este País | Identidades Subterráneas | Bruno Bartra | 01.01.2012 | 1 Comentario

En 1962 salió al mercado estadounidense el álbum de un artista en quien la disquera Columbia apenas y confiaba. Con un par de canciones originales y once covers de clásicos del folk de Estados Unidos, el disco logró vender cinco mil copias en ese año, cantidad considerada raquítica en los tiempos en que no existían ni las descargas gratuitas ni se había generalizado la copia en casetes. A los altos ejecutivos de la compañía discográfica les sobraban ganas para sacar a patadas a ese artista izquierdoso, pero el productor John H. Hammond logró convencerlos de que le dieran otra oportunidad.

El disco llevaba por nombre el del músico, quien a la postre se convertiría en una de las figuras más importantes del rock, folk y la música popular estadounidense; tan sólo en los tres años siguientes, con la evolución de su música, generaría un cataclismo social y cultural que contribuiría a la agitación de una de las décadas más turbulentas del siglo XX. En las calles de Nueva York, ciudad a la que había arribado a inicios de la década, este hombre se hacía llamar Bob Dylan.

Robert Allen Zimmerman —nombre original del artista— nació en Duluth, Minnesota, el 24 de mayo de 1941, y llegó a la Gran Manzana en busca de su héroe musical, la leyenda del folk de la primera mitad del siglo, Woody Guthrie (1912-1967), quien, convaleciente en el hospital, fue visitado en numerosas ocasiones por el joven cantante, que incluso le dedicó una pieza del álbum debut mencionado.

Con aspecto desaliñado y guitarra en mano, Dylan se hacía pasar por un misterioso vagabundo de estirpe obrera que había recorrido todo el país y contaba asombrosas historias de inverosímiles encuentros musicales; buscaba encajar en la descripción del hobo tan anhelada por los nuevos folcloristas de izquierda, y además procuraba ocultar su verdadero apellido para evitar que se descubriera su origen judío y de clase media.

Pero el cantante había hecho mucho ruido en la escena neoyorquina desde su llegada y, pese al leve impacto del disco, su nombre estaba en boca de toda la comunidad artística de la ciudad. El 4 de noviembre de 1963 la revista Newsweek reveló el pasado del artista en un profundo reportaje, sorprendiendo incluso a la novia de éste. Aunque a esas alturas, ya nada podría afectar el ascenso de la carrera de Dylan.

La autenticidad

En un país que, a cien años de su Guerra Civil, se mantenía profundamente dividido entre el sur racista y el norte industrial y progresista, una nueva izquierda se configuraba y en la música se manifestaba intentando hallar la “auténtica” canción folclórica estadounidense, arraigada en la tradición y con una vocación populista e integradora.

Aunque la mayoría de las piezas del álbum Bob Dylan no eran originales, destacaba la “autenticidad” de la interpretación, algo que inmediatamente atrajo al líder del renacimiento del folk de protesta estadounidense, Pete Seeger, quien albergó a Dylan casi como un hijo pródigo.

Seeger era en ese momento la figura más conocida de un movimiento que incluía a artistas como Joan Báez o The Kingston Trio, y que estaba enfrascado en esa desesperada búsqueda por ser auténtico, algo que se vinculaba no sólo con la manera de interpretar la música, sino con el estilo de vida del hitchhiking hobo (el bohemio que viaja por el país a base de “aventones” por las autopistas) con una vocación política de izquierda y una perspectiva anticomercial y antimaterialista. En este sentido, las marchas por los derechos civiles de Selma, en 1965, en las cuales Seeger cantaba y el público coreaba al unísono el folk de protesta representaban para éste, según ha escrito el historiador Benjamin Filene en su libro Romancing the Folk: Public Memory and American Roots Music, la autenticidad en su estado más puro: “firmemente arraigada en la tradición, pero contemporánea, pragmática y aplicada”.
Bob Dylan con Joan Baez en la Marcha por los Derechos Civiles en Washington, D.C. (1963)

A su manera, esto marginaba a diversos grupos que no sea alineaban con su perspectiva política, como The New Lost City Ramblers, quienes, a pesar de tener un conocimiento vasto y de primera mano del folk estadounidense, al no manifestar una postura de izquierda eran ignorados por los artistas más conocidos.

Fue entonces que Seeger empezó a hallar contradicciones entre su persona y el músico de folk ideal que él mismo había construido: incluso llegó a escribir en un artículo que sus ideales habían sido mancillados por su propia realidad. No sólo tenía un origen de clase media y de alta educación, sino que se había convertido en un intérprete muy conocido y exitoso: lo opuesto a su prototipo del folclorista auténtico.

Mientras el nuevo folk se configuraba, Bob Dylan pasó de ser el niño consentido al enemigo: de sus discos The Freewheelin’ Bob Dylan (1963), The Times They Are A-Changin’ (1964) y Another Side of Bob Dylan (1964), salieron las canciones “Blowin’ in the Wind”, “The Times They Are A-Changin’” y “It Ain’t Me Babe”, auténticos himnos de izquierda y clásicos instantáneos que hicieron del género uno de los más populares en Estados Unidos, y que ubicaron al Newport Folk Festival entre los eventos más importantes del año, dado que ahí participaban todas las luminarias, encabezadas por Dylan y Seeger.

Después vino el “fatídico” año de 1965, cuando Dylan, además de sacar los dos extraordinarios álbumes Bringing It All Back Home y Highway 61 Revisited, que “ensuciaban” el folk con blues y rock, se presentó en Newport —¡oh, sacrilegio!— con guitarras eléctricas. Su presentación, de tan sólo tres canciones, fue abucheada, aunque aún se debate si ello se debió a la mala sonorización, a lo breve del concierto, o a que el músico se hubiera electrizado. El caso es que a partir de ahí, Dylan y Seeger se distanciaron y el revival del folk se sintió abandonado, buscando por años un nuevo líder hasta que la llama encendida con ayuda de Dylan se extinguió. En cambio, el ahora folk-rocker se había vuelto la estrella del país y, posiblemente en ese momento, el único músico de Estados Unidos capaz de rivalizar al maelstrom británico que representaban los Beatles.

Pese a que el género revitalizado por Seeger, los Ramblers y compañía lo había marcado, Dylan no había pretendido ser auténtico, sino crear música auténtica. Al final, logró ambas.

“Dylan jamás abandonó la lealtad al proceso de la canción folk que Seeger atesoraba tanto”, detalla Filene en su libro. “Su trabajo posterior a 1965 representa una transmutación, no una abdicación, al rol del estilista folk”.

A cincuenta años del álbum debut, la obra de Dylan ya no es aquella que busca interpretar con mayor autenticidad el pasado. Es el sonido que los intérpretes del futuro procurarán reproducir de la forma más auténtica posible. Es la música de nuestros tiempos, el folk del futuro. Y quien persiga la autenticidad en este siglo no la hallará al reproducir las canciones de Dylan de la manera más fiel al original, sino al emular la actitud de este rockero ante la creación artística. ~

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Escritor, sociólogo y DJ, BRUNO BARTRA ejerce desde 2000 el periodismo en medios como Nuestro Rock, Sónika, Replicante y Reforma. Es fundador y miembro de la agrupación de balkan beat La Internacional Sonora Balkanera.

Una respuesta para “Ese «auténtico» objeto del deseo
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