La literatura es sinónimo de tradición. Fue así en Grecia con los rapsodas o durante el lenguaje oculto de la poesía inglesa: el alumno entregado a las enseñanzas: T.S. Elliot permitió a Pound decidir sobre sus textos tanto como Rulfo recibió la mística de Efrén Hernández.
Junto a nombres como los de Paz, Fuentes, Reyes o Rulfo, existen otros menos conocidos bajo tierra, titanes poco estudiados. Y es que la tradición en ocasiones toma un destino distinto al de las editoriales. Por eso el trabajo de los gobiernos: palabras como las de Efrén Hernández, Salvador Elizondo, Juan Vicente Melo o Jesús Gardea serían casi inaccesibles si no fuera por la labor estatal.
Pero las instituciones pueden dañar tanto como el mercado al pretender decidir sobre lo literario. La influencia de escritores como Tario, mago de la palabra y del asombro, habría sido aire fresco para las letras en los años de sumisión a la carga ideológica de la administración, de desinterés por la lectura. La novela de la revolución fue muchas veces el fuego al que maestros y alumnos se acercaron hasta herirse, otras pocas la luz contra la que se internaron en el bosque de lo oculto.
Por eso también es una buena noticia la creación de editoriales que apuestan por la palabra original: Almadía, Sexto Piso, Aldvs o El tucán de Virginia, son ejemplos que han dado a las letras un respiro.
El círculo virtuoso no estaría cerrado sin la existencia de escuelas como la Mexicana de Escritores (EME), que en estos días cumple un año. Mario González Suárez, su director, así como Eduardo Parra Ramírez, presidente de la sociedad civil nos platican:
“Hasta hace poco tiempo -nos cuenta Mario González -era casi escandaloso hablar de una escuela de escritores. Aprender a escribir era cosa de andar en las cantinas o a lo más en facultades de filosofía. Pero si la academia no necesariamente produce artistas, las calles pueden llenarte de experiencias, nunca de las herramientas para trabajar con la palabra”.
“Los antecedentes de una escuela como ésta los encontramos en el Centro Mexicano de Escritores, que durante décadas formó a autores como Juan José Arreola, Juan Rulfo, Salvador Elizondo, Carlos Montemayor, Alí Chumacero o Carlos Monsivais. Hace poco tiempo cerró sus puertas debido a la ausencia de patronazgos y a la aparición, se dijo, de nuevas alternativas”.
“A finales de los ochenta dieron inicio los mecanismos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, esfuerzo del gobierno para brindar becas a jóvenes creadores. Se trata de un buen sistema que sin embargo, carece de una dirección minuciosa de tutores a alumnos, debido a los cientos de becarios que reciben las ayudas”.
“De allí la importancia que tiene la fundación de un proyecto como el de la Escuela Mexicana de Escritores: al trabajar en taller con maestros y compañeros, los alumnos se hacen receptivos a la crítica y mejoran día a día”.
“Una escuela como esta tiene una gran relevancia humanística al incidir en la sensibilidad y percepción del mundo”.
¿Cuál es la diferencia entre la Escuela Mexicana de Escritores y otros proyectos como el administrado por la Fundación para las Letras Mexicanas?
“Son proyectos diferentes. El de la Fundación –nos dice Eduardo Parra- es un programa de becas similar al que en su día ejerció el Centro Mexicano de Escritores y brinda a unos pocos talentos los tutores para su formación en una rama literaria particular”.
“La Escuela Mexicana de Escritores, por el contrario, presenta una visión general de la semántica literaria. Una escuela de escritores economiza el tiempo de los hallazgos y profesionaliza en el uso de las distintas redes semánticas, reivindicando al trabajo y al conocimiento de otras obras como pasaporte a las artes”.
“Para la formación del escritor que comienza, son indispensables referentes que le ayuden a ubicarse en la tradición propia, que a su vez se inserta en una más amplia. Es por tanto la cartografía de la literatura realizada en un idioma. Un joven escritor debe conocer a los autores con quienes dialogará”.
¿Por qué no dicen la verdad? que los echaron de la SOGEM y por eso tuvieron que hacer su «escuelita»