No cabe duda que nuestra ciudad es un laberinto abierto que así como descubre grandes espacios a los que concurren cotidianamente miles de personas apresuradas para cumplir con la faena o, en no pocas ocasiones, a manifestar su enfado, dispone de casas luminosas y templos sombríos que reciben a unos cuantos iniciados deseosos de evadir el tedio, de compartir sus regocijos, de importunar con frustraciones y de pasear conquistas. Ese laberinto también esconde en los rincones de sus caminos refugios para unos cuantos interesados en penetrar algunos misterios de la inteligencia y en disfrutar la compleja o atormentada sensibilidad de los artistas. Impulsado por la curiosidad decidí acudir a uno de esos sitios que amparan la cultura de modo que me lancé a las calles de ese nuestro mítico artificio y, tras haber soportado los agobios de una ruta opresora que lleva al sur de la ciudad, llegué extrañamente con puntualidad a la cita. Asistía, gracias a la amable invitación de Bárbara Cifuentes —investigadora apasionada por la historia de la lingüística mexicana y excelente amiga—, a una de las sesiones vespertinas del curso “La Glotopolítica actual en el mundo hispánico” que impartió José del Valle en el auditorio Javier Romero de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), del 13 al 17 de agosto.
José del Valle es un doctor español que funge actualmente como coordinador y profesor del Programa de Doctorado en Lenguas y Literaturas Hispánicas y Luso-Brasileñas de la City University of New York (CUNY). Invitado por quienes coordinan el Posgrado en Ciencias del Lenguaje en la enah, el doctor Del Valle dio un interesante curso sobre Glotopolítica, que tuvo como objetivo “examinar las políticas de representación del lenguaje en el mundo hispánico durante los siglos XIX y XX, así como repasar la naturaleza e implicaciones de políticas que perseguían la construcción de comunidades lingüística y culturalmente homogéneas (nacionales y trasnacionales) así como discursos metalingüísticos en los que se debatían cuestiones de ciudadanía y autonomía cultural”. El programa constó de cinco sesiones cuyos temas fueron los siguientes: 1) La Glotopolítica frente al horizonte histórico de los estudios del lenguaje; 2) Gramática, ortografía y emancipación lingüística: Los casos del normativismo de Bello y el evolucionismo de Luciano Abeille; 3) La ansiedad del letrado ante la autonomía del campo lingüístico: El caso de Juan Valera frente a Rufino José Cuervo y Ramón Menéndez Pidal. El nacionalismo liberal español y la cuestión del lenguaje: El caso de Orígenes de Menéndez Pidal; 4) La normatividad y sus dispositivos institucionales: El caso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, y 5) Recorridos enfrentados por las fronteras del español: El caso de la conceptualización del español en Estados Unidos.
A primera vista parece que se trata de asuntos y materias de especialistas que poco o nada tienen que ver con nuestras ordinarias preocupaciones, sin embargo cuando uno se entera de que la Glotopolítica se interesa por estudiar las formas en las que alguien en algún momento determinado toma decisiones para que usemos el idioma, la lengua —el español, en nuestro caso—, de un modo u otro; que se ocupa de las explicaciones que sobre su historia, evolución, funcionamiento y descripción se aceptan o no. En pocas palabras, como se trata de saber cómo se fijan las normas para usar las palabras que nos sirven para comunicarnos todos los días, resulta que es un asunto de interés público.
El concepto de Glotopolítica, definido por Guespin y Marcellesi, según Daniela Lauria: Designa las diversas formas en que una sociedad actúa sobre el lenguaje, sea o no consciente de ello: tanto sobre la lengua, cuando por ejemplo una sociedad legisla respecto de los estatutos recíprocos de la lengua oficial y las lenguas minoritarias; como sobre el habla, cuando reprime tal o cual uso en uno u otro empleo; o sobre el discurso cuando la escuela decide convertir en objeto de evaluación la producción de un determinado tipo de texto. Glotopolítica es un término necesario para englobar todos los hechos del lenguaje en los que la acción de la sociedad reviste la forma de lo político.
El doctor Del Valle condujo las reflexiones del grupo asistente mediante el análisis de textos significativos que se ocupan de diversos asuntos relacionados con posiciones políticas sobre la lengua española. Esos textos, cuidadosamente escogidos, informan acerca de algunas de las formas en las cuales se ha buscado construir comunidades homogéneas en lo lingüístico y en lo cultural; y también muestran cómo se llegan a interponer intereses políticos sobre los lingüísticos y culturales.
El artículo “Gramática histórica” de Juan Valera, por ejemplo, además de ser una pieza que vale por su retórica literaria, muestra el escepticismo del novelista español ante las explicaciones de la transformación del latín vulgar en lenguas vernáculas por las llamadas leyes fonéticas, que planteaban, a principios del siglo XX, algunos lingüistas en sendas Gramáticas históricas, entre ellos, nada más y nada menos que Ramón Menéndez Pidal.
Igualmente llamaron la atención del grupo las consideraciones y la vehemente propuesta que hizo Martín Luis Guzmán durante el Primer Congreso de Academias de la Lengua Española en 1951 ante el desaire que la Real Academia Española hizo a la Academia Mexicana de la Lengua al rechazar su invitación, por indicaciones del gobierno del general Franco.
Muy provocador resultó el análisis del estudio de Ricardo Otheguy sobre el espanglish, que conduce a la persistente discusión de la norma, a las diferentes posturas ante el español culto y el español popular.
Los estudios del doctor Del Valle lo han convertido en un crítico de las instituciones lo cual, a mi modo de ver, puede favorecer los trabajos y las decisiones de quienes las dirigen porque solamente quien conoce los aciertos de su labor y señala sus equivocaciones contribuye a su evolución.
Para terminar esta reseña, y como acostumbramos en este espacio, procedemos a un repaso de las vecindades de la palabra Glotopolítica: la raíz glota, procede del griego γλῶσσα, lengua, que pasó al latín como glossa para designar a una ‘palabra oscura, que necesita explicación’, y una glosa es en español, según el Diccionario de la lengua española: ‘Explicación o comentario de un texto oscuro o difícil de entender’, ‘Nota que se pone en un instrumento o libro de cuenta y razón para advertir la obligación a que está afecto o sujeto algo, como una casa, un juro, etc.’, ‘Nota o reparo que se pone en las cuentas a una o varias partidas de ellas’, ‘Composición poética a cuyo final, o al de cada una de sus estrofas, se hacen entrar rimando y formando sentido uno o más versos anticipadamente propuestos’, ‘Variación que diestramente ejecuta el músico sobre unas mismas notas, pero sin sujetarse rigurosamente a ellas’.
Es fácil comprobar que la idea que se formulan los hablantes con la raíz glota- se asocia con la palabra glotón, que designa a una persona ‘que come con exceso y con ansia’ y es el nombre de un ‘animal carnívoro ártico, del tamaño de un zorro grande’, que lo debe seguramente a su continuo apetito. Un hombre glotón suele cometer el pecado de la gula, ‘exceso en la comida o bebida, y apetito desordenado de comer y beber’, porque es un tragón, zampatortas, insaciable, comilón o tragaldabas. Por lo anterior, se nos ocurre pensar que en el momento en el cual se acuñe el término glotopolítico, que, como ya vimos, debería servir para designar a quienes estudian las prácticas lingüísticas que influyen en las transformaciones de las relaciones sociales y de las estructuras de poder, se emplee para referirse a los políticos que hablan mucho, que prometen resolver todos los problemas y “empeñan su palabra” para promoverse y ganar adeptos. De este modo, es muy probable que al escuchar la voz glotopolítico el imaginario popular tienda a recrear la silueta de un político excedido de peso o el nombre de alguno de la especie muy afecto a la comida y los restaurantes; lo que no será difícil pues en los días que corren se multiplican los políticos gourmet, voz francesa equivalente a la española gastrónomo, ‘persona aficionada a las comidas exquisitas’ (la gourmandise es la gula en francés). También sería útil para aludir al político inclinado a devorar a sus oponentes y a obtener poder para poder poder.