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La plataforma panista: ¿ahora sí?
Este País | Víctor Reynoso | 01.06.2012 | 1 Comentario

Parafraseando, o más bien, exagerando a Borges, se podría decir que así como el mejor lugar para esconder un libro es una biblioteca, el mejor lugar para esconder una propuesta política es una plataforma electoral. Es muy improbable que alguien, militante, analista o ciudadano, pueda encontrarla allí, sea para hacerse una idea de lo que el partido propone, sea para exigir su cumplimiento si el partido llega al poder.

Aun así, las plataformas son documentos indispensables, legal y políticamente. Lo primero, porque la ley las exige; lo segundo, porque fijan, así sea de manera vaga, la agenda pública de un partido. Aunque los ciudadanos no se formen una opinión del partido a partir de las plataformas, estas son un eslabón necesario para esa formación.

Aquí presentamos la plataforma del Partido Acción Nacional (PAN) para el periodo 2012-2018, precedida de algunas reflexiones sobre este instituto político y su entorno. Al concluir planteamos la necesidad de superar la idea de ciudadano total, y dar lugar a formas más realistas y sensatas de ciudadanía, que permitan, entre otras cosas, una lectura fructífera de las plataformas partidarias, superando la paradoja borgeana arriba señalada.

Profesionales y amateurs

Los panistas han sido vistos por algunos críticos como políticos amateurs, con temor a ejercer el poder político. Se distinguirían así de sus adversarios, sobre todo de los priistas: el pan nació y vivió durante largas décadas en la oposición, y, según esta interpretación, se siente más a gusto allí, criticando a jugadores y al árbitro, sin asumir responsabilidades de gobierno. Lo anterior, en claro contraste con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que nació en el poder y no tiene problema para ejercerlo. Desde esta perspectiva, el pan sería un partido de políticos aficionados, mientras que los políticos profesionales están en otro lado.

Lo anterior sería algo preocupante. En un libro escrito hace décadas pero todavía legible, James Q. Wilson señalaba que el político profesional tiene una actitud profesional hacia el poder, del mismo modo que el médico la tiene hacia la enfermedad, el enterrador ante la muerte y la prostituta hacia el sexo. Una actitud amateur llevaría al médico a deprimirse cada vez que enfrenta a un enfermo grave, lo mismo que al sepulturero frente a un entierro, y a la sexoservidora ante la actividad sexual. Un político amateur, una actitud no profesional frente a los problemas del poder, sería un desastre.

Algo hay de cierto en esta versión, pero es excesiva y, tomada literalmente, falsa. La tradición legislativa panista data de los años cuarenta. En el Legislativo, dentro de un sistema presidencial, se ejerce el poder de manera distinta que en el Ejecutivo. Las responsabilidades son menores en número, las decisiones menos urgentes, las consecuencias menos inmediatas. Pero es una forma de ejercicio de poder y la tradición panista en esto es larga y en muchos momentos intensa.

La tradición panista en el Ejecutivo es menor, pero no menospreciable. Aparte del PRI, es el único partido mexicano que ha gobernado desde la Presidencia de la República. Lo ha hecho también ya en muchas gubernaturas y ayuntamientos. Es una historia de logros y derrotas que, sin duda, ha forjado una clase política profesional.

Ciertamente el pan no nos ha dado el país que a todos nos gustaría tener. ¿Habrá algún partido o político capaz de hacerlo? Pero tampoco nos han llevado al desastre. Los fines de sexenio panistas han sido, hasta ahora, mucho menos críticos que los de 1976, 1982, 1988 y 1994. Esto no implica que no haya problemas, y graves. Respecto a la violencia del crimen organizado, con todo lo lamentable que sea en sí misma y por sus efectos, hay que compararla con la que se tenía en el país en los años ochenta y antes, o incluso con la que tienen hoy algunos países considerados ejemplares, como Brasil. Los datos duros, objetivos, dan una versión distinta a la del desastre.

En efecto, hay una tentación panista hacia el amateurismo, a regresar al cómodo palco de la oposición. Lo vemos en algunos momentos de las campañas políticas de los panistas: critican al pri como si fuera el causante de todos nuestros males. Pero es imposible ignorar que el PAN es el que ha gobernado la federación en los últimos dos sexenios. No ha tenido todos los hilos del poder, por lo que no es responsable de todo, aunque sí tiene la mayor responsabilidad. Los ciudadanos así lo ven, y así lo manifestarán en las elecciones de este año, donde el PAN parece que rondará alrededor del 25% de los sufragios.

El todo y las partes

Como su nombre lo indica, el partido es una parte. No tiene sentido en sí mismo (a excepción del “partido único”, reveladora paradoja semántica). Una parte no se entiende sin el todo, aunque lo más frecuente es centrarse en algún partido, ignorando que su significado solo se capta cuando se pone en el contexto del sistema.

Imaginemos un sistema político de nuestra preferencia, el sueco, por ejemplo. Su buen funcionamiento dependerá –más que de la buena calidad de sus partidos considerados individualmente, o además de ella– de la buena calidad del sistema del que forman parte y que los forma. Si es un sistema de sana competencia, los partidos tendrán razones para tomarle el pulso a la sociedad o, más precisamente, a los sectores de la sociedad que votan por ellos o que potencialmente puedan votar por ellos. Tendrán incentivos para conservar a sus leales y buscar a sus adeptos potenciales.

Sin duda, las plataformas electorales no son el mejor lugar para buscar esas virtudes partidarias. Salvo rarísimos casos, estas virtudes se hallarán en el contacto con los ciudadanos. Este contacto se da en la imagen de los gobernantes y candidatos del partido, en los juicios y prejuicios que despiertan en los ciudadanos.

Es por ello que uno de los conceptos centrales de la sociología del elector es el de atajo (shortcut, en inglés). Los ciudadanos no podemos manejar toda la información relevante sobre los partidos, sus candidatos y sus gobiernos. Necesariamente buscamos atajos, simplificaciones que puedan orientar nuestro voto.

Se puede considerar que el sistema de partidos mexicano es tripartidista, o “de tercios”, como se ha expresado en la actual campaña electoral. Cada tercio refleja en parte a un sector de la sociedad mexicana, sus ideas, percepciones, valores, prejuicios, fobias. Cada tercio tiene un núcleo duro y una periferia volátil. Los atajos electorales más claros seguramente estarán en cómo cada tercio ve a sus rivales. Si el rival es el PRI, se enfatizará su pasado y presente de errores y corrupción; se seleccionarán los errores y dislates del candidato priista, omitiendo sus logros. Se verá el regreso del pri como un peligro para México, como el mayor de los males que es preciso evitar.

Al pan se le verá como el partido de la reacción, del tradicionalismo católico que solo puede rechazar con asco ciertos temas, como el aborto y la homosexualidad; un partido ligado a los privilegios económicos.

Y a las “izquierdas”, como representantes del peor pecado que pueda cometer un político (a juicio de Weber): la irresponsabilidad, encarnada en el discurso demagógico y populista de su candidato.

Algo de verdad hay en estos atajos, que pueden derivar en (o son ya) estereotipos. Pero recordemos que el estereotipo es una gran mentira basada en una pequeña verdad. Una sana opinión pública no puede evitar las simplificaciones, los shortcuts. El término opinión (distinto de saber o conocimiento) se refiere precisamente a esto. No toda simplificación es un estereotipo, no todo atajo del conocimiento es una gran mentira. Pueden ser opiniones razonablemente veraces.

Una de las críticas más frecuentes a las democracias contemporáneas, incluida la mexicana, es el pobre nivel de información de los ciudadanos. Generalmente, las críticas en estos sistemas van contra los políticos, y así debe ser: la democracia es un sistema basado en la crítica de quienes ejercen el poder, por varias buenas razones. Pero la crítica también debe considerar a la ciudadanía y el bajo nivel de nuestro debate público. Lo más fácil es atribuir a los otros ese bajo nivel, y considerar que nosotros estamos bien y son los demás los que están manipulados, sea por los medios de comunicación, particularmente la televisión, sea por sus propias ideas acríticas y ajenas a la realidad.

Aunque todas las democracias modernas se basan en opiniones o en atajos, al ser imposible que todos los ciudadanos contemos con conocimientos sólidamente fundados sobre la política, las opiniones pueden variar desde lo razonable hasta los estereotipos deformantes. De ahí la importancia del libre juego de la crítica, de la libertad de expresión, propia (poder expresarnos) pero también ajena (saber escuchar a los demás).

Las plataformas electorales distan de ser estos atajos. Ni siquiera son útiles para formarlos. Son demasiado largas para que el ciudadano común acceda a ellas y se haga de una opinión. Esa opinión se forma de manera muy distinta, en la interacción con los grupos de referencia (familia, amigos, vecinos, escuela, iglesias, trabajo) y hasta con los medios de comunicación.

Sin embargo, la lectura de las plataformas es útil y puede ser interesante si uno se pregunta cómo reflejan y reconstruyen la agenda pública del país. Cuáles son los temas que incorporan, los que priorizan y los que dejan fuera.

La prosperidad en el centro

Las plataformas electorales de los partidos políticos son documentos difíciles: difíciles de leer y, supongo, de redactar, cuando se trata de hacerlo bien. Es casi imposible que sean más que un catálogo de buenos deseos, de sanas intenciones con las que casi cualquiera estaría de acuerdo.

Por un lado, el catálogo será demasiado largo para poder ser leído y asimilado por el ciudadano medio, pues son muy numerosos los problemas públicos que deben ser al menos enunciados.

Pero en el otro extremo, por más extensa que sea la plataforma, será insuficiente para dejar claro cómo los problemas enunciados serán enfrentados y resueltos, con qué recursos, con qué costos y consecuencias.

Sin embargo, las plataformas tienen su razón de ser, no solo jurídica, pues son una obligación legal, sino política, pues obligan a los partidos a presentar las coordenadas más generales dentro de las que deberán moverse.

La plataforma electoral del PAN para 2012 tiene 98 páginas divididas en 7 apartados. Cada apartado está formado por párrafos numerados: un total de 467. Demasiados para ser leídos por un ciudadano (que debería leer las plataformas de todos los partidos), y demasiado pocos para que el ciudadano se dé una idea clara de qué tan viables son las propuestas del partido.

Los siete temas, y el número de párrafos de cada uno, son los siguientes:

México próspero (119);
México sustentable (68);
México innovador (19);
México con porvenir (48);
México equitativo (57);
México seguro (67);
México sólido (89).

El apartado sobre la prosperidad es el más extenso, además de ser el primero. Parece que en este tema está la prioridad panista. Poco más del 25% de sus propuestas se centran en esa cuestión. Contrasta con el asunto de la desigualdad, “estrella polar” de las perspectivas de izquierda, que si bien es tratada por el pan bajo el título de “México equitativo”, ocupa el quinto lugar de los siete temas y tiene poco menos de la mitad de propuestas (57 párrafos, 12.2% del total) que la cuestión de la prosperidad. El mensaje parece ser claro: la equidad es importante, es tema en sí mismo y debe estar en la agenda política del país, pero su fundamento, su condición previa, debe ser la prosperidad.

La prosperidad tiene su base en la estabilidad económica, según el documento, que aprovecha para señalar que “la principal aportación de los gobiernos de Acción Nacional” ha sido “la fortaleza económica del país”. Principal logro de las administraciones panistas, ha permitido enfrentar, según la plataforma del pan, las dos grandes crisis económicas de la década pasada.

Pero es necesario ahora ir más allá, construir un “modelo económico distinto” que, sin abandonar los logros panistas, logre el crecimiento económico, centrándose en los tres ejes que estructuran buena parte de la plataforma blanquiazul: prosperidad, sustentabilidad e innovación.

Los temas de la prosperidad inician con la política fiscal y hacendaria. Y abarcan una larga lista: eficiencia y transparencia en el gasto público; empleo y mercado laboral incluyente; democracia y transparencia sindical; equidad para las mujeres; fin a la discriminación laboral; sector agropecuario; turismo; micro, pequeña y mediana industrias; desarrollo regional; comercio exterior; desregulación y simplificación; inversión; competencia; energía.

Cada tema está desglosado en los ya mencionados párrafos numerados. No aportan gran cosa al lector, fuera del marco general de las propuestas panistas. Como a lo largo de toda la plataforma, de todas las plataformas de los partidos, no se precisan los medios para llegar a esos fines. Hay que buscar además las propuestas particulares con lupa, como un libro en una biblioteca.

Otros grandes temas, como la sustentabilidad y la equidad, más que políticamente correctos, son indispensables para la agenda pública del país. Sin ecología no hay vida, sin sustentabilidad no hay futuro, así de simple. Claro que la lectura de la plataforma panista en este tema, como en otros, deja una vez más la sensación de que está uno ante un catálogo de buenas intenciones, no de diagnósticos y propuestas claras que lleven a la solución de los problemas que amenazan la sustentabilidad. Lo mismo podría decirse de la cuestión de la equidad y de las demás tratadas en este documento.

A las limitaciones propias de toda plataforma política habría que añadir una de la plataforma panista. El ciudadano se preguntará con toda razón cómo resolverá el pan estos problemas en los próximos 6 años –de mantenerse en la presidencia– si no pudo resolverlos en los 12 años que lleva en el poder. La plataforma señala que las crisis económicas mundiales fueron bien sorteadas, pero limitaron los logros de los gobiernos panistas. Señala también la falta de cooperación de la oposición para realizar los cambios necesarios. Ninguna de estas razones serán suficientes para convencer al ciudadano de que ahora sí los gobiernos panistas van a hacer lo que no hicieron antes.

La ciudadanía especializada

Al menos desde Norberto Bobbio se ha criticado la noción de ciudadano total: aquel que sabe todo sobre la política de su sociedad y participa en todo. Es un ideal imposible, y por tanto absurdo y hasta peligroso, con consecuencias negativas si se trata de llevar a la realidad con obstinación.

La complejidad de las plataformas electorales lleva a otra idea de ciudadanía, aparentemente más modesta, pero también más realista y por tanto más eficaz: la ciudadanía especializada. Es otra forma de ver la participación política y social. No ya todos en todo, sino cada quien en el ámbito de la realidad que le interese. Hay ejemplos destacadísimos de ciudadanos mexicanos que han consagrado parte de su vida al combate al crimen organizado. No directamente, pues no les compete, pero sí en la supervisión de las leyes y en la valoración de las autoridades responsables de ese combate.

Cada tema de la plataforma política, en ocasiones cada párrafo, puede ser visto como un llamado a que el ciudadano se comprometa con esa temática. Que se organice, se informe, actúe o exija la actuación adecuada de las autoridades responsables. Se mencionó el tema del crimen organizado pero cada problema público puede suscitar la participación ciudadana. Pero con esto nos salimos ya del ámbito de los partidos y pasamos al de la sociedad que debe exigirles cuentas.

_____________________________

VÍCTOR REYNOSO es profesor-investigador de la Universidad de las Américas Puebla y autor de los libros Rupturas en el vértice. El Partido Acción Nacional a través de sus escisiones históricas (Centro de Estudios de Política Comparada, 2007) y Para entender al PAN (Nostra Ediciones, 2009).

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