Poeta y ensayista, Armando González Torres (Ciudad de México, 1964) no pertenece a ningún grupo literario, guarda una prudente distancia por voluntad propia; tránsfuga de los reflectores. Es un hacedor de construcciones poéticas y generador de ideas, que se niega a ser absorbido totalmente por una sociedad regida por los criterios de productividad. Cree firmemente que la poesía y el arte son “un espacio de resistencia de la inteligencia y de la sensibilidad”, como lo demuestra en su más reciente libro de poesía La Peste (El Tucán de Virginia/Conaculta, 2010), “un homenaje nada disimulado” del título del legendario libro de Albert Camus.En el camino ha edificado una sólida obra: La sed de los cadáveres, Del crepúsculo de los clérigos (poesía), Las guerras culturales de Octavio Paz, ¡Que se mueran los intelectuales!, Zaid a debate (ensayo), entre otros. En 1995 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen y ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), pero comenta que el reconocimiento es una circunstancia y no una finalidad. JG
JAIMEDUARDO GARCÍA: En tiempos en que las responsabilidades son una quimera, ¿los poetas deben tener obligaciones?
ARMANDO GONZÁLEZ TORRES: Se ha diseminado la función del poeta. Anteriormente había parámetros claros en torno de la poesía en la vida pública, sin embargo, cuando esta se extrae, se privatiza cada vez más en el interior de las comunidades poéticas. Por ello se difumina la noción del papel público del escritor.
En la generación de Octavio Paz estaba vigente esa idea del poeta como profeta y faro social capaz de observar vetas de la realidad que no podían mirar otros personajes. En su juventud, a Paz le corresponde una disyuntiva muy importante: la autonomía del arte y el compromiso.
Ahora la participación en la vida social o política de un escritor es una decisión fundamental, ya no puede hablarse de un deber gremial, sería verdaderamente anacrónico.
La poesía contemporánea ha adquirido un prestigio excesivo con la ruptura. Es un paso fundamental dentro de la maduración de un poeta establecer distancia, pero la ruptura vuelta como un gesto mecánico es una pérdida de la memoria.
Muchos de los poetas más originales —el propio Octavio Paz, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Manuel Ponce, incluso Gerardo Deniz (“a mí me parece el prototipo de la vanguardia”)— son autores profundamente conocedores de la tradición de su lengua y del canon occidental.
En tus libros la ironía, la soledad, la crítica están presentes, ¿es inconsciente o deliberado?
La escritura es crítica de sí misma, es metaescritura, desde el Quijote se establece en la ironía un punto de equilibrio para guardar sentido de las proporciones.
La autoconciencia de la escritura es algo deliberado en mis libros, además de que están presentes instantes confesionales, donde puede haber intentos de arquitectura poética.
En un ensayo que publicaste con motivo de los ochenta años de Carlos Fuentes escribiste que en las entrevistas que le hacen los reporteros “le preguntan de todos los temas imaginables, menos de literatura”. En un ejercicio de autocrítica, ¿cómo definirías tu obra poética?
La he construido con pausa, al margen de las comunidades poéticas predominantes. Es una marginalidad libremente elegida, pues tengo un pie dentro y uno fuera de ellas.
Es una obra construida a partir del interés por la indagación en torno a las posibilidades expresivas, a las fronteras del lenguaje y sus enfermedades, como en La Peste.
Es la reflexión sobre las posibilidades denotativas, expresivas, comunicativas, de un lenguaje cada vez más sometido a mayores degradaciones por la mercadotecnia y la política. Es la posibilidad de la poesía como una instancia de resistencia ante el empobrecimiento del lenguaje.
En tu poesía hay reminiscencias teológicas.
Sí. La presencia religiosa, el erotismo y la exploración sobre el lenguaje son tres constantes dentro de mis libros. Hay mucha búsqueda religiosa, a veces con solemnidad, en otras con humor.
El arte, por su propia naturaleza de indagar las cuestiones más apremiantes para el individuo, se plantea los temas de la finitud, de la religión. La poesía puede ser una vía para plantearse esas preguntas más allá de la filosofía, que no tiene relación con el argumento sino con la intuición, el sentimiento y la emoción.
¿Tu libro La Peste tiene inspiración en la obra de Albert Camus?
Es un homenaje nada disimulado a Camus y a la literatura de Occidente, la cual se ha ocupado de los temas de la finitud y de la enfermedad colectiva.
La peste aparece desde la Ilíada, pasa por Giovanni Boccaccio, por Daniel Defoe, hasta Camus. Es un tema recurrente que permite reflexionar en torno a la mortalidad, sobre todo cuando el fenómeno individual de la conciencia de la finitud se transforma en un suceso colectivo.
¿Te refieres al ámbito de la salud o como metáfora de una crítica social?
El libro aborda multidimensionalmente el tema de la peste. Parte de la ficción, de elucubrar sobre una ciudad asediada por la peste y cómo diferentes personajes escenifican su drama ante la inminencia de la muerte, de la desaparición, y cómo dentro de este abanico de voces están las que pierden toda esperanza y aquellas que buscan agotar el placer hasta el último minuto y, en esta situación límite, guardan cierto optimismo.
Pero hay una alegoría, la peste no es únicamente un acontecimiento médico sino que es un fenómeno de desconfianza, de degradación social y de enfermedad de los lenguajes, de epidemia de los vínculos fundamentales de comunicación, de búsqueda de la verdad, de la indagación espiritual que tiene el individuo y del cual todas las voces parten del lenguaje.
Los motivos son literarios. Fue un entrecruzamiento entre lo libresco y la realidad. Yo llevaba bastante tiempo documentándome, en términos históricos no solo literarios, sobre las pestes en la historia y qué función han desempeñado. Han cambiado el equilibrio demográfico y geopolítico; muchas veces fueron aprovechadas políticamente para instaurar nuevas dinastías o nuevos gobiernos, para excluir grupos sociales, para censurar oficios.
¿Es un libro pesimista o una propuesta para reírnos de las situaciones adversas en las cuales vivimos?
Es las dos cosas. A través de poemas en prosa, miniaturas narrativas, aforismos, reproduzco la voz de distintos personajes (nobles, prostitutas, mendigos, falsos profetas, ciudadanos comunes y corrientes) y sus situaciones hipotéticas ante una epidemia.
Es un juego poético de los recursos con los cuales he trabajado, desde el poema en prosa, el verso blanco, el aforismo, hasta la reflexión filosófica.
En nuestra sociedad, donde toda actividad, incluyendo la literaria, debe cumplir una función productiva, ¿la poesía debe tener un cometido, o para qué sirve escribir poesía?
La naturaleza del arte no es su utilidad sino su gratuidad, esa que te permite salir del mundo pragmático e instalarte en otro universo con leyes de pensamiento y de razonamiento distintas.
La utilidad de la poesía y del arte es negarse a ser parte de esa instrumentalización de las actividades a las que estamos acostumbrados y seguir siendo un espacio de resistencia de la inteligencia y de la sensibilidad, ante la tendencia a la uniformidad, a la complacencia, al facilismo.
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JAIMEDUARDO GARCÍA es periodista cultural.
Estimado Lalo, una felicitación por la entrevista, bien por insertar todavía estos géneros, ahora más que nunca. Coincido con el autor todo intento creativo (poesía-arte) son puertas para resistir lo que encontramos al salir o entrar en diferentes situaciones. Por ello es urgente recuperar el sentido dentro de la creatividad. Sobre la Peste y la alusión a Camus, me gustó esa parte de que se te antoje el pesimismo en la obra, ¿qué haríamos sin reírnos, sin ironizar y sin contradecirnos? Totalmente humanos, ¿no?
Hace años me encontré un poema (no soy gran lector de poesía, pero ocurre que la gran mayoría, los he leído en periódicos o revistas, los arranco y tengo una carpeta con todos los que me han gustado, de ahí saqué este que les regalo)
CASCANUECES
Rafael Courtoisie (Uruguay)
La siquiatría no explica por qué la pulpa de la nuez parece un cerebro.
¿Por qué parece un cerebro?
Dirán que es casualidad. Los siquiatras ortodoxos dirán que es una coincidencia. La nuez parece un cerebro, pero no es un cerebro, es sólo el fruto del nogal, dirán los siquiatras.
Partirán la nuez, el cráneo de la nuez, la cáscara, los siquiatras.
Con la pulpa en la mano sonreirán:
¿No ven?
Displicentes. Y mascarán un pedazo.
Un pedazo de cerebro. Un trozo neuronal de la nuez. Las nueces piensan. Son cabezas, cabezas sin cuerpo, pequeños cerebros de la naturaleza destinados a pensar y nada más: a pensar, sin la molestia del cuerpo, sin el yugo emotivo de la voluntad, sin la cárcel ominosa del miedo, sin deseo alguno, sin pelo.
Los siquiatras son incapaces de entender ese pensamiento, las ideas constantes y fijas, sin distracción ni ansiedad de las nueces.
El cráneo de la nuez no presenta orificios para poder concentrarse. Sólo hay una sutura ecuatorial en la cabeza por donde se abre la cáscara para devorara el cerebro. Cuando se come una nuez se come su pensamiento.
Los pensamientos perfectos, diminutos de la belleza.
La nuez no presenta orejas ni boca para no distraerse.
Los siquiatras no entienden. Y las nueces no explican.
Un abrazo estimado Lalo, perdón si me excedí con el espacio.