¿Qué desean los jóvenes que no tengan ya? Consentidos del sistema ¿por qué se quejan si nada les falta y su tarea es estudiar? Zombis que perdieron el rumbo manipulados por cerebros dueños de su barco revolucionario, nave de los locos.
Cosas como está y más se parafrasearon en el 68 desde las perplejidades de quienes no tenían modo de discernir el verdadero gobierno de todos y para todos, de la “democracia autóctona” defendida por los regímenes autoritarios de la época. El ciego no puede imaginar colores.
Si quienes movilizados, se hallaron más allá del daltonismo social, mucho se debe al factor educativo emergente durante las décadas de las movilizaciones pacifistas y garantistas, aplastadas en casi todo el mundo excepto en Estados Unidos (a pesar de los asesinatos a algunos de sus líderes), pues lograron detener la guerra de Vietnam y arrancar derechos para mujeres y afroamericanos.
Un factor adicional juega papel preponderante en los movimientos sociales de principios de siglo (del nuestro): la tecnología de la información y del conocimiento puesta al servicio de las redes sociales. ¿Qué quieren ahora los jóvenes? ¿Por qué le hacen segunda a López Obrador? Al menos en el 68 existían razones, sumergidos como estábamos en la dictadura perfecta. Hoy el poder se halla repartido entre todos los partidos políticos, libres de perseguir el voto y de ganar y perder elecciones periódicas y auténticas como esta, en la que los votos se contaron bien y el fraude a gran escala, a la antigüita o cibernético son posibles únicamente en mentalidades afiebradas.
Pero este argumento olvida algo fundamental: para cualquier observador del 68 no resultaba obvia ni mucho menos justificada la aspiración de la juventud cuando el país había sido gobernado con más aciertos que errores, la industria era pujante y el desarrollo, estabilizador. Desde 1940 habíamos mantenido una tasa anual de crecimiento económico superior a 6%. ¿Qué importaba quién ejercía el gobierno si lo hacía bien y con plena y revolucionaria legitimidad? Las aspiraciones juveniles parecían a la mayoría, sutilezas y juegos dialécticos de quienes no tuvieron que enfrentarse a la realidad del trabajo y del esfuerzo. Así, Gustavo Díaz Ordaz dijo el 1º de septiembre de ese año que en unas semanas o meses los acontecimientos tomarían con la perspectiva del tiempo su verdadera dimensión, y no pasarían como episodios heroicos sino como absurda lucha de oscuros orígenes e incalificables propósitos…
Claro que para los jóvenes tampoco era del todo claro lo que deseaban ¿cómo podían saberlo si la historia se encuentra tejida de incertidumbre? Y entonces el poder actuó como sabemos que lo hizo, bajo convicciones autoritarias en mucho compartidas por una ciudadanía parroquial y súbdita.
No es fácil entender. ¿Qué quieren los movimientos sociales en su estruendo? Para el justo análisis, Alberto Melucci los contrapone a las instituciones tradicionales encargadas de procesar las demandas colectivas. Tanto éstas como los partidos políticos han perdido funcionalidad para transformar en decisiones los conflictos sociales. Y es que representan intereses estables y persiguen beneficios a largo plazo mediante la acumulación de resultados cortoplacistas. ¿Cómo podrían escuchar a los movimientos sociales, incapaces como son de adaptarse a la pluralidad de actores implicados?
Por su parte, Alberto Olvera señala que además de los partidos políticos, también se encuentra en crisis en razón de la sobre-demanda de servicios que ha encauzado hacia sí mismo, el Estado de bienestar, incapaz igualmente de escuchar (si a esto le agregamos la sordera de nuestro actual gobierno, imagínense), ¿cómo solucionar el problema de la eficacia? El neoliberalismo responde con el mercado al aducir que el Estado de bienestar destruye las redes sociales y de solidaridad (el burro hablando de orejas). Pero responsabilizar al mercado de la atención de las demandas sociales ha derivado en el neo-corporativismo que actualmente se vive a escala mundial. ¿Quién puede escuchar en medio de este griterío de sordos?
Como solución, algunos recetan la repolitización de la sociedad mediante formas de representación descentralizada. Melucci adelanta que las voces pueden ser comprendidas y transformadas en decisiones políticas mediante la creación de un espacio intermedio entre sociedad civil y Estado: las movilizaciones sociales son importantes para las sociedades modernas al plantear a los aparatos de Estado “cuestiones no admitidas” por la propia lógica de éstos últimos.
Así, la igualdad en la diferencia de las mujeres, por ejemplo, o la lógica destructiva en el desarrollo económico basado en la amenaza de guerra, fueron cuestiones planteadas por las movilizaciones sociales de los años 70 y 80, y obligaron a los aparatos a justificarse, los empujó a hacer pública su lógica y la debilidad de sus razones, e hizo visible el poder (Assange y Manning son ejemplos actuales de ello). “Cuando el poder se ha vuelto anónimo, hacerlo visible es un logro político fundamental: es la única condición para negociar las reglas”. A partir de esto, Melucci se plantea la siguiente pregunta: ¿Que tipo de representación podría dotar de eficacia política a los movimientos sociales sin con ello mermar su autonomía? ¿De qué modo pueden lograrse cambios políticos efectivos?
Después de insistir que debido a la natural fragmentación de la acción colectiva, los movimientos sociales no pueden vivir en las sociedades complejas sin alguna forma de representación política, Melucci afirma que la existencia de canales de representación y de actores institucionales capaces de traducir a decisiones el mensaje, es la condición que preservaría a los movimientos sociales de la atomización o de la violencia marginal.
Por tanto, un nuevo espacio político es proyectado más allá de la tradicional distinción entre Estado y Sociedad Civil: un espacio público intermedio cuya función no sea ni institucionalizar los movimientos sociales ni transformarlos en partidos, sino hacer que la sociedad escuche sus mensajes y los convierta en decisiones políticas, mientras que los movimientos mantienen su autonomía con la consecuente salvaguarda de la importante función que cumplen: transparentar el poder.
Todo lo contrario señor Javier, en este texto defiendo la singularidad del movimiento del 68, que demandó una verdadera democracia.
INTELECTUAL PRE-GORBACHOV ¿”Con plena y revolucionaria legitimidad”? ¡Ah, chingao! Tons, ¿por qué se habrá decepcionado Gorbachov con los totalitarios que hicieron de Rusia la segunda potencia? No lo entenderá nunca esta Santiago. Debe ser gorda la bequita de nuestros impuestos que le da alguna institución del narco-Estado mexica para “razonar” así… o será discípulo de la banda Aguilar Camín.