Sígueme en Twitter @yasnayae
Escribir no es transcribir. La lengua utilizada en la escritura es distinta de la lengua utilizada en la oralidad, aprender a escribir implica necesariamente aprender a utilizar otro sistema lingüístico, con un léxico particular y con estructuras especiales. La lengua utilizada en la escritura tiene prestigio, se le llama “formal”, “elegante”, “culta” pero en la realidad, las personas que escriben pocas veces utilizan en la vida cotidiana el “no obstante”, el “a saber”, el “asir”, el “en un giro inesperado…” mientras dialogan durante la comida con algunos amigos. Sería muy gracioso, por decir lo menos, utilizar la lengua propia de la escritura para argumentar las bondades de distintas marcas de detergentes. Imaginen por un momento que ante la pregunta “¿Te sirvo refresco?” alguien respondiera “Después de haber evaluado todas las alternativas que plantea tu cuestionamiento, he de decir que me decanto por el lado positivo”. Impensable. La lengua utilizada en la escritura es muy distinta de la que utilizamos en la oralidad y debe serlo, considerando que responden a necesidades y contextos distintos. No es que la lengua utilizada para la escritura sea mejor (lo cual es solo una apreciación subjetiva), es distinta; de hecho, en muchos otros sentidos, podríamos decir que la lengua oral, como sistema, es mejor, pues no responde a reglas establecidas, es más compleja y vital, más real y dinámica.
Aprender a escribir implica aprender a utilizar una lengua distinta. Aprender a escribir no significa aprender a utilizar un sistema gráfico o un determinado alfabeto, no es aprender a codificar en grafías lo que se dice en la oralidad. Ignorar este hecho tiene serias consecuencias; me parece que el hecho de que se reporten muy bajos niveles de calidad en el uso de la lengua escrita, tiene que ver en gran medida con que “enseñar” a escribir se concibe en la práctica como enseñar a transcribir. Pareciera que en el caso del español, la lengua de la escritura y la lengua de la oralidad es la misma, así que no nos preocupamos por aprender esa otra lengua, esas otras palabras, esas otras construcciones sintácticas.
La diferencia entre la lengua escrita y la lengua oral sería más clara si, por ejemplo, lo que ahora conocemos como español nunca se hubiera escrito; supongamos por un momento que la lengua para la escritura siguiera siendo el latín: un niño en París y un niño de la ciudad de México, independientemente de las lenguas que hablan, acuden a la escuela y se les enseña a leer y escribir en latín. Imaginen que toda la producción escrita, o la mayor parte de ella, en occidente se siguiera produciendo en la lengua de Virgilio. Esta situación tendría sus innegables ventajas, sería posible que estos dos niños pudieran escribirse cartas y reunirse luego en congresos en los que el latín sería la lengua para argumentar, discutir, y presentar ideas. La televisión y la radio transmitirían noticias sobre el congreso en latín para todos los países de lenguas romances. Después, cada uno de los participantes podría llamar a casa en español, en francés, en rumano o en italiano. Es más, para mucha gente, las lenguas romances serían una misma lengua con variantes particulares según el país, aunque en la realidad sean ya sistemas ininteligibles entre sí. El hecho de compartir una misma lengua para la escritura crearía la ilusión de “unidad lingüística”. Esto, que suena como algo tan fantasioso, es una realidad para muchas lenguas, por ejemplo, para las lenguas árabes. Existen sistemas lingüísticos distintos e ininteligibles entre sí, pero todos los niños aprenden el árabe clásico para la escritura, una lengua que ya nadie habla. El hecho de que el llamado árabe clásico se utilice para la escritura permite hablar de una sola lengua “árabe” aunque en la oralidad sean muchas lenguas distintas.
Aún cuando el caso del español, la distancia parece ignorarse, es un hecho de que la lengua utilizada en la escritura es distinta de la usada en la oralidad, no es gratuito que se presenten tantos problemas de comprensión lectora, no basta con hablar una lengua y conocer los valores fonéticos de las letras para entender un texto escrito.
En el caso de las indígenas en las que la escritura está siendo impulsada de nuevo (después de una interrupción obligada de una tradición escrita que para muchas de ellas ya existía), me pregunto cómo es que este proceso de diferenciación entre la lengua hablada y la lengua escrita se está llevando a cabo. Pienso en los orígenes del español escrito, ¿será que en un comienzo solo se transcribía el habla? Sin duda, en las lenguas indígenas existen diversos estilos, el estilo de la tradición oral es decididamente distinto del de la oralidad cotidiana, seguro que el discurso ritual es diferente del utilizado para hablar de las últimas travesuras del nieto más pequeño. ¿Será que el estilo de la tradición oral sea el utilizado para la escritura? Tal vez el proceso sea distinto y poco a poco el otomí escrito adquiera una vida idependiente.
¿Es mejor la lengua escrita que la lengua hablada? No lo creo, son distintas, a veces no tanto, a veces muchísimo. Lo que creo es que, por un lado, nadie debería ser discriminado por la manera en la que habla al mismo tiempo que todos deberíamos tener garantizado el derecho de aprender la lengua escrita. Poder hablar el ayuujk sin posibilidad de discriminación y poder aprender el estilo utilizado en los discursos rituales; poder hablar el español como en Tepito y escribir como Julio Cortázar: eso es lo que a mí me gustaría.
Pues sí, tienes razón, no es mejor una que otra, son diferentes, como diferentes son los procesos de cada una, la lengua hablada es espontánea, fresca, ¿emocional?, y ahí radica su riqueza, mientras que la escrita tiene el “rigor” que le marca el “pensar” lo que se va a exponer, el buscar decir “bien” lo que se quiere comunicar, y ahí radica también su riqueza. Pues hablemos y escribamos, lo importante al final de cuentas es darle rienda suelta a la expresión.