Tiene mala fama el paso del cangrejo, y por eso nunca falta quien dice que los mexicanos caminamos hacia atrás, como ellos. Por eso no me extrañó escuchar hace unos días la historia del pescador que en nuestra frontera del norte guardaba a estos crustáceos en una o en otra cubeta dependiendo de su nacionalidad: si era gringo, en la de color azul con tapa; si mexicano, en la tricolor sin cobertura. La razón que adujo es que mientras los artrópodos estadounidenses se ayudaban para salir, los connacionales hacían lo impensable para evitar que alguno escapara. Esta bella historia me recordó el clásico de Anatoli Dneprov Los cangrejos caminan sobre la isla: un par de científicos desembarcan en una ínsula junto con varias cajas de piezas de metal, que entierran en varios puntos. El último paquete contiene un pequeño cangrejo robotizado capaz de hacer copias de si mismo. Para ello, deberá desenterrar la materia prima y construir las copias que se hagan necesarias para la evolución. Unos cuantos días más tarde, miles de cangrejos correteaban por la isla:
… trabajaban, así como se dice, eligiendo el material con movimientos rápidos de sus finos tentáculos anteriores. Tocaban las barras metálicas y, creando en sus superficies un arco voltaico, como en la soldadura eléctrica, fundían los trozos. Los cangrejos se metían el metal en sus anchas bocas. En el interior de estos bichos ronroneaba algo. A veces salía crepitando de las fauces un haz de chispas, después, el segundo par de tentáculos sacaba del interior las piezas elaboradas.
El protagonista descubrirá que el experimento encierra el objetivo de crear un modelo de robot capaz de acabar con las provisiones de metal del enemigo (la historia fue escrita durante la guerra fría). Contemplará una atroz batalla entre los bichos metálicos que desean todo el metal para sí mismos, y observará cómo, una tras otra de sus copias, evolucionan hacia el modelo final. El desenlace es impactante y no se los voy a contar, pero basta con que sepan que tiene que ver con cierta naturaleza profunda egoísta y narcisista nuestra, contra la cual la sociedad está llamada a combatir. Hay algo que nos llama al despotismo.
Para muchos, justo aquí radica la importancia que en una democracia tienen las asociaciones civiles, que además de servir como correas de transmisión entre la sociedad y las estructuras partidistas y/o gubernamentales a la hora de enviar demandas hacia los encargados de darles solución, también cumplen la tarea de supervisar y evaluar las acciones del gobierno. Cuando Alexis de Tocqueville visitó Estados Unidos, se sorprendió del gran número de asociaciones y de la enorme participación de los ciudadanos norteamericanos en las mismas. Para él, esos poderes intermedios podían salvar a una sociedad tanto del individualismo (todas las personas descuidan lo público y se preocupan únicamente por sus asuntos), como del despotismo resultante de dicho individualismo (el vacío de poder dejado por los ciudadanos es ocupado por déspotas y autoritarios).
El Foundation Center de Estados Unidos reporta la existencia de aproximadamente 1.5 millones de asociaciones no lucrativas y de caridad en aquél país. En México, por el contrario, existirían tan sólo poco más de 20,000. ¿Qué debería hacerse respecto a este déficit? A pesar de la importancia del tema, existe muy poca información. Por eso es una buena noticia la publicación del libro Sociedad civil organizada y democracia en México, de Fernanda Somuano, que busca responder a la interrogante de por qué un individuo decide asociarse y ser parte de una organización de la sociedad civil (OSC).
Además, la investigadora se propuso comprobar si efectivamente estas organizaciones son las escuelas de democracia que ciertas teorías han descrito. ¿Sus integrantes resultan más éticos que los ajenos a la organización? ¿Son más sólidos sus valores democráticos? La respuesta que encontró es negativa: muchos de quienes integran tales asociaciones caminan como los cangrejos y piensan que es preferible un sistema de gobierno autoritario a uno democrático, si es que resuelve sus problemas económicos, e incluso estarían dispuestos a sacrificar sus libertades a cambio de un mayor bienestar. Los miembros son también menos tolerantes que los no miembros, que estarían mucho más dispuestos a tener un vecino musulmán o inmigrante que los primeros. Esto echa por la borda la teoría de que el trabajo voluntario y conjunto desarrolla valores democráticos como la confianza social, normas de reciprocidad, y cooperación, así como la capacidad de trascender puntos de vista estrechos.
En este punto la investigadora aclara que no todos los integrantes de las OSC en México piensan igual, y que sus puntos de vista cambian de acuerdo a la naturaleza de la organización a la que pertenecen. Así, los miembros de sindicatos y de organizaciones de profesionistas, de beneficencia, de ayuda social y culturales, señalaron en más ocasiones estar de acuerdo con que se permitiera salir en televisión a alguien que va a decir cosas que están en contra de su forma de pensar, contrario a lo que sucede con los miembros de organizaciones religiosas, que son mucho más intolerantes. Otro hallazgo de Somuano, es que los miembros de organizaciones religiosas, ecológicas, de jóvenes y pacifistas, ven más positivo el gobierno militar de un país.
La lectura de este libro me dejó pensando que habría que incentivar la formación de ciertas organizaciones beneficiosas a la democracia, mientras que a otras deben dirigirse urgentes programas educativos. Hay algunas que deberían desaparecer. En Estados Unidos, por ejemplo, es claro el papel negativo que han jugado asociaciones como la American Legislative Exchange Council (ALEC), relacionada con la National Rifle Asociation, ambas detrás de la ley Stand your Ground de Florida –aquella que permite a sus ciudadanos disparar a quien se considere una amenaza.
La investigación de Fernanda Somuano también aporta información valiosa sobre las razones por las cuales los mexicanos participan o no: “Al calcular las probabilidades ajustadas, encuentro que un hombre jubilado, que hable una lengua indígena, que se identifique con el PRI, que haya recibido ayuda de una organización de ciudadanos, que exprese interés en problemas de su comunidad, que haya recurrido al intento de organizarse con otras personas para resolver un problema, que tenga un ingreso y una escolaridad promedio, tiene muy alta probabilidad (84%) de ser miembro de una OSC”.
A pesar de que las organizaciones no gubernamentales no son las escuelas de democracia que hubiéramos creído, es innegable su papel fundamental durante la transición democrática en México y de su lucha permanente a favor de los derechos humanos. Por eso es que son necesarias para equilibrar la fuerza tanto de los gobernantes, como de los poderes fácticos. El trabajo de Somuano reconoce este hecho y brinda las pistas necesarias para trabajar en las propuestas de ley, políticas y programas que mejoren los incentivos que los mexicanos tienen para participar.
Los cangrejos y el PRI
Da gusto ver lo bien que se coordinan los priístas, y el trabajo que hay detrás del pacto firmado hace unos días. Con Calderón lanzado fuera de nuestra cubeta de cangrejos, terminan seis años de un gobierno atroz que estuvo lejos de cooperar con otras fuerzas. El suyo fue un mandato de impotencia autogenerada que optó por la salida violenta. Por el contrario los priístas han planteado mucho en poco tiempo (aún es pronto para felicitarlos, sin embargo). Pero lo más sorprendente no es la coordinación del PRI. Cuando Fernanda Somuano halló en sus datos que los ciudadanos de ese partido tienen más probabilidades que los de otros, de pertenecer a una organización de la sociedad civil, explicó el hecho en razón de que históricamente el PRI ha promovido la creación de muchas organizaciones (hay que recordar que éstas normalmente eran clientelares y antidemocráticas). Lo verdaderamente sorprendente, aquello que nos permite ser optimistas, es que estén buscado trabajar con el PRD y con el PAN, y que estos partidos no se hayan puesto aún moños y estén colaborando en proyectos que, de concretarse, beneficiarían a todos los mexicanos.