Si algo pueden los jóvenes, es decir la verdad. No es que nosotros no la conozcamos, pero no siempre nos movemos en su marco, atrapados entre reglas e intereses la negamos como hizo San Pedro una, dos, tres veces. Y aunque sea cierto que las instituciones implican madurez, también nos traen renuncia. No por nada en los sesenta se aconsejaba no confiar en nadie mayor de treinta años.
El sistema se mantiene a partir de la aceptación que el sujeto hace del lugar que se le asigna. La única identidad del individuo, de esencia carenciado como está, se crea a partir de la mirada de los otros, y el poder se aprovecha de esta insubsistencia metafísica al ofrecer un puesto, un nivel, una oficina y así ha trascurrido por la historia cooptando consciencias.
Althusser pensaba que la diferencia entre un aparato represor y uno ideológico se cifra en que para apoderarse de nuestras mentes, este último necesita de nuestra venia. Como cuando invitas al vampiro a entrar a tu casa, la ideología cunde entre nosotros como un virus de zombi.
¿Pueden todos los jóvenes decir la verdad? La honestidad intelectual no es en ellos un atributo natural, sino condición circunstancial. También existen adolescentes casi adultos, atrapados entre privilegios aún mínimos: gestos, miradas, reconocimientos, o invadidos por los deseos de sus padres. ¿Podría la joven hija de Romero Deschamps, en su sano juicio, participar en el movimiento #yosoy132, exigir la democratización de los medios de comunicación, renunciar a su estilo de vida, retoño de un jeque? Ella es joven, sí, pero situada (sitiada) entre intereses poderosos.
Una de las grandes fuerzas de la juventud se encuentra en la observación imparcial de los acontecimientos. Porque ser joven (al menos en un sentido ético) es carecer de compromisos egoístas y contar por ello, de una lucidez surgida tanto del sano distanciamiento, como de un compromiso cívico que ya se extrañaba en nuestro país. Tal compromiso es el segundo elemento importante a tomar en consideración: lo que le acerca al movimiento de los indignados en España, y al Occupy en el mundo, es la naturaleza moral de su denuncia enderezada contra los grandes intereses.
Para saber lo que es la justicia es necesario el distanciamiento. Esa es una de las conclusiones a las que llegó el filósofo norteamericano John Rawls: el bienestar de la sociedad depende del de la persona que se encuentre en peor situación, el colectivo está mejor si se mejora el bienestar de esa persona, pero no gana nada si se mejora el de otras. Sin llegar a ser igualitarista, Rawls sostiene que para encontrar un conjunto de principios que nos digan cómo debe organizarse una sociedad, debemos olvidarnos de nuestros intereses egoístas. El individuo debe formarse una idea de lo que es “justo” antes de saber qué posición ocupará en la sociedad. A este método se le ha denominado “el velo de la ignorancia”. Si lo aplicamos en nuestro entorno ¿cómo sale evaluado el mundo?
#yosoy132 nace de la indignación ante el comportamiento de las televisoras, que actúan como lo hacen las grandes corporaciones de nuestro tiempo, sin ética, viendo por sus intereses, tomando decisiones que no benefician sino a unos pocos No se trata del primer movimiento contra un medio informativo. Manuel Clouthier dirigió contra Televisa en 1988 la campaña “No veas 24 horas porque oculta la verdad”. Pero la naturaleza del movimiento #yosoy132 se encuentra más cerca del espíritu de los indignados europeos y de los estudiantes chilenos.
Cierto que su queja se inició contra un candidato en particular, pero queda claro que si ahora es contra el de un partido político, hace seis años hubiera sido contra el de otro. La naturaleza profunda del movimiento #yosoy132 es global, debe dirigirse contra los grandes intereses que promueven la desigualdad y la concentración de la riqueza en una minoría, contra el manejo de la información y del poder en beneficio de unos cuantos que han puesto al mundo en riesgo de zozobra. La naturaleza del movimiento es por tanto altermundista y si aún no lo sabe, pronto lo descubrirá.