La sorpresa usualmente florece en el campo de las diferencias. En el terreno de la diversidad lingüística, como en casi todo, sorprende lo diverso y obviamos lo semejante. El asombro es la respuesta ante las lenguas que poseen 14 vocales distintas, asombran las lenguas que solo admiten una consonante al inicio de sus sílabas tanto como las que pueden aceptar más de cinco, las que usan múltiples palabras para el rojo y las que solo usan una, las que tienen tres palabras para “nosotros” y las que tiene múltiples pronombres para las terceras personas. En el mundo de las lenguas, las diferencias tan profundas ocultan las semejanzas que, no por obvias, dejan de ser sorprendentes.
Alguna vez leí un libro sobre los procesos de pensamiento que defendía la idea de que las semejanzas son necesarias para establecer las diferencias y por eso mismo son cognitivamente más básicas. Entre menos semejanzas comparten dos elementos a comparar más difícil será determinar las diferencias. Eso explica porque es tan complicado establecer las diferencias entre “mi abuelita” y “una bicleta”. El conjunto de rasgos semejantes es tan pobre que establecer diferencias parece un sinsentido. Entre más rasgos semejantes se comparten más fácilmente se podrán establecer las diferencias. Las semejanzas subyacen a las diferencias y, como el suelo que pisamos, a menudo las olvidamos.
Si es tan fácil establecer y hallar diferencias entre las lenguas del mundo es porque, bajo esta lógica, existe un gran conjunto de semejanzas. ¿Cuáles son las semejanzas entre todas las lenguas del mundo? Las posibles respuestas han sido parte de los debates fundamentales de la lingüística moderna que no describiré aquí, entre otras cosas porque aun no los entiendo a cabalidad. Cada uno de los rasgos que comparten todas las lenguas del mundo me sorprende con la misma intensidad con la que lo hacen sus maravillosas diferencias y dentro de ellas algo llamado “doble articulación” me asombra particularmente. En todas las lenguas del mundo es posible crear un número potencialmente infinito de elementos (palabras) a partir de un número finito de elementos (fonemas).
En otras palabras, para ejemplificar, el español utiliza un conjunto de tan solo 24 fonemas para crear con ellas todas las palabras del diccionario y todas las que no caben en él. Con 24 fonemas se han escrito todas las novelas que conocemos en esta lengua, se han emitido todos los programas de radio, se han compuesto todos los poemas, se han formulado todos los insultos, se han llevado a cabo todos los juicios, se han filmado todos las películas, se han narrado todos los encuentros de box, se han dado todos los sermones, se han escrito todos los tratados de física y se han realizado todas las conversaciones cotidianas de millones de hablantes de español, todas. Todo lo que puede hacerse en español y con el español se hace con escasos 24 fonemas: lo más sublime o lo más trivial. Y este hecho es el que me sigue sorprendiendo todas las veces.
Cada lengua tiene un número distinto de fonemas, eso es una diferencia; sin embargo, no importa si son 18 como las del ayuujk que yo hablo o más de 70 como dicen que tiene la lengua taa, todas las lenguas, todas, describen el mundo a partir de un conjunto finito de fonemas. Todas las lenguas del mundo tiene en común el hecho de que, de una pequeña chistera con un puñado de elementos pueden sacar miles y miles de conejos saltarines con su significado a cuestas. Ad infinitum. ¿No es digno de sorpresa?
Las diferencias son el camino hacia el descubrimiento de la semajanza, como se pasa de la superficie a la profundidad, de lo anecdótico a lo trascendente.