Siempre fiel a su vocación de difusión cultural, la Orquesta Sinfónica de Minería acerca al público un programa de verano que, lejos de formarse en base a gustos personales, se crea y enriquece con un método elaborado con la única finalidad de obtener un resultado variado pero consistente, sumamente atractivo. El autor nos presenta el programa de este año.
Cada una de las temporadas de verano de la Orquesta Sinfónica de Minería corresponde, en buena medida, con la naturaleza de un festival artístico. En efecto, durante todos los meses de julio y agosto se reúne un grupo selecto de instrumentistas de incuestionable solvencia técnica para integrar una orquesta que da cuenta de peculiaridades y virtudes infrecuentes: la agrupación, aun discontinua, tiene estilo y maneras propias, y ejecuta una programación que suele ser coherente; su público disfruta de una oferta musical concisa de nueve programas dobles en la Ciudad de México, ofrecidos en un recinto idóneo durante una temporalidad en que las orquestas de las instituciones públicas hacen un receso en sus actividades regulares —lo que permite que “Minería”, como suele llamársele coloquialmente, sea el ámbito en que convergen muchos de los mejores atrilistas del país sin disputarse preeminencia alguna—; por último, los criterios rectores que dan sustento a su programación anual, son, grosso modo, cualitativos e incluyentes, lo que significa que la Orquesta sobresale por su óptimo desempeño.
Por su propia naturaleza e historia, la Orquesta Sinfónica de Minería es gestionada por un ente de derecho privado que cuenta con el respaldo de instituciones públicas, de tal suerte que en el quehacer cotidiano se evidencia el valor y la idoneidad del paradigma de corresponsabilidad en la promoción cultural. En rigor, puede decirse que la raigambre de la Academia de Música del Palacio de Minería es, ab initium, la premisa inalterable que hace de la Orquesta Sinfónica de Minería un instrumento al servicio de la difusión cultural que lleva a cabo la Universidad Nacional Autónoma de México. Naturalmente, el respaldo moral y económico regular de la institución universitaria, así como el apoyo de las instituciones culturales federales y del sector privado es indispensable para cumplir con el propósito que distingue a la Academia y a la Orquesta, su producto más conspicuo: promover y enriquecer la cultura musical de la sociedad.
A simple vista, pudiera parecer que la tarea de programar una serie de presentaciones artísticas de cualquier índole es un mero asunto de gustos y preferencias personales o de un grupo reducido que logra llegar a un acuerdo; sin embargo, la realidad dista mucho de ello. No se trata de agregar una obra tras otra para obtener un plan de trabajo realizable y significativo, sino de una larga ponderación conceptual que implica la necesidad de renunciar a determinadas apetencias al elegir y ordenar el repertorio que habrá de ser ejecutado en tal o cual temporada.
Es claro que toda elección implica discriminar y, en consecuencia, declinar. Lo que no resulta tan evidente es que de la buena elección deriva, o se predica la elegancia. Y con ese concepto en la mente, es posible explorar a vuelapluma el contenido de la temporada de verano de 2012 de la Orquesta Sinfónica de Minería, que será presentada los sábados y domingos del 7 de julio al 2 de septiembre en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario.
Los ejes temáticos de la programación de la Orquesta para 2012 pueden resumirse en los siguientes conceptos: en primer término, tras dos temporadas dedicadas a la densidad de Mahler y las “afinidades electivas” en torno suyo en las que prevaleció la sonoridad germánica, resultaba más que deseable explorar otros estilos (¡casi a la manera de un saludable antídoto o, al menos, como un respiro!), y la conmemoración del ciento cincuenta aniversario del natalicio de Debussy —una de las más grandes figuras de la música gala— fue el punto de partida para edificar un programa marcadamente francés. En segundo lugar, hubo una voluntad consciente de incorporación de una serie de obras que, por méritos intrínsecos, gozan de gran popularidad y que no deben desaparecer del repertorio de nuestra orquesta por ser los consabidos “caballitos de batalla”; más bien, es oportuno visitar de nuevo, con ánimo de exploración y hallazgo, las obras que creemos conocer por el trato frecuente que tenemos con ellas (Tradition ist Schlamperei —“la tradición es desaliño”—, dijo Mahler, y al refrescar la audición del repertorio de siempre se va en busca de un nuevo entendimiento de la obra de arte, y no de un acomodo superficial que parezca satisfacer al público sin darle la posibilidad de renovar sus perspectivas habituales). En tercer sitio, se procuró subrayar la vocación de nuestra orquesta en lo que concierne al repertorio más reciente, colocándolo en la medida de lo posible entre obras de más fácil digestión. Por último, el afán de divulgación del repertorio mexicano más valioso reaparece como premisa indeclinable en la configuración del programa artístico de cada año.
Con estos conceptos como punto de partida, conviene comentar, aun con brevedad, como se dijo antes, cada uno de los programas. El primero de ellos comenzará con la formidable Obertura de “Guillermo Tell”, la última ópera de Rossini, compuesta ex profeso para París. Este auténtico tour de force orquestal, conocido sobre todo por las archifamosas cabalgatas del Llanero Solitario sobre Silver, dará paso al Tercer concierto para violín y orquesta de Saint-Saëns, una de las joyas del repertorio para este instrumento, que será interpretado por el solista israelí Vadim Gluzman. El primer programa, dirigido por Carlos Miguel Prieto, concluirá con una de las sinfonías más importantes en el tendido de puentes artísticos entre los continentes europeo y americano: la Novena sinfonía, “Desde el nuevo mundo”, de Dvorák.
El segundo programa empezará con la parte ulterior del tríptico sinfónico Images, de Debussy: Rondes de printemps, y continuará con el Segundo concierto para piano en sol menor, de Saint-Saëns, quizá el más gustado de los cinco conciertos de piano compuestos por este autor. La solista, ya conocida por el público habitual de nuestra orquesta, será Valentina Lisitsa. En la segunda mitad de este programa se presentará toda la música incidental de Beethoven para la tragedia Egmont, de Goethe. El nuevo texto narrativo partirá de la versión concertística de Grillparzer, y la solista vocal será la joven soprano mexicana Ana Gabriella Schwedhelm. Este programa, así como los dos subsiguientes, será dirigido por José Areán.
El tercer programa, una auténtica celebración sinfónica, habrá de comenzar con el excitante rondó Le bœuf sur le toit de Milhaud; a continuación, dos obras estrictamente virtuosísticas, Tzigane de Ravel, y la Fantasía sobre temas de “Carmen” de Bizet, en arreglo violinístico de Pablo de Sarasate, permitirán el lucimiento de Philippe Quint, violinista estadounidense de origen ruso que participa con frecuencia en las temporadas orquestales y camerísticas de Minería. La segunda parte del programa será igualmente deslumbrante: se presentará L’apprenti sorcier de Dukas, scherzo genial compuesto tras la balada de Goethe y conocido por propios y extraños gracias a las imprudencias de Mickey Mouse en sus tratos con la hechicería; luego, con ímpetu sonoro creciente, se ofrecerá el Capriccio espagnol de Rimsky-Korsakov —emparentado con la fascinación que España ejerciera sobre Bizet— y, como culminación, La valse, de Ravel.
En el cuarto programa será posible hallar un contraste anímico casi inusitado: al comienzo de la primera parte del tríptico Images de Debussy, Gigues, se mostrará una ligereza no exenta de picardía; en cambio, la Cuarta sinfonía de Sibelius, la obra siguiente, es una de las más desgarradoras partituras de todos los tiempos: sinfonía atípica, sin posible redención o final feliz, ambigua, enigmática, desconcertante y oscura. Esta partitura, la menos conocida del corpus de sinfonías del maestro finlandés será, qué duda cabe, una auténtica revelación. Como contraparte a lo sombrío de “este” Sibelius, en la segunda mitad se presentará el diáfano Requiem de Fauré, una de las obras más dulces en relación con la esperanza transmundana. La soprano Rosa María Hernández y el barítono Josué Cerón figurarán como solistas, y las partes agudas del coro estarán confiadas a voces blancas —la Schola Cantorum de México y el Grupo Coral Cáritas, dirigidos respectivamente por Rodrigo Michelet Cadet Díaz y Carlos Alberto Vázquez—, mientras que las partes graves serán cantadas por el Coro de Cámara de la Escuela Nacional de Música, que dirige Samuel Pascoe y la Coral Ars Iovialis de la Facultad de Ingeniería, que dirige Óscar Herrera.
A partir del quinto programa, y hasta el último, Carlos Miguel Prieto estará de nuevo al frente de la Orquesta. Al principio del programa número cinco será presentada la Quinta sinfonía de Carlos Chávez, magistral partitura para cuerdas, con la que dará comienzo la ejecución, a lo largo de dos temporadas consecutivas, de las seis sinfonías del más grande músico mexicano, que serán también grabadas como un nuevo testimonio discográfico. A la fecha, la grabación del ciclo integral de estas sinfonías dirigido por el propio compositor ya no se encuentra disponible, y las estupendas interpretaciones que hiciera Enrique Diemecke hace alrededor de veinte años no constan íntegramente en disco; por lo tanto, solo se cuenta con la valiosa grabación que hiciera hace casi cuatro décadas Eduardo Mata con la Orquesta Sinfónica de Londres, y resulta deseable que haya una nueva versión de estas sólidas partituras, que dé nuevos bríos a la promoción de nuestra propia herencia orquestal. En el mismo programa se presentará el Primer concierto para violonchelo de Shostakovich, con Carlos Prieto como solista, en un homenaje que la Orquesta le ha de ofrecer por su septuagésimo quinto aniversario. Para concluir, en la segunda mitad se presentará la orquestación de Ravel a Cuadros de una exposición de Mussorgsky, obra gustadísima por doquier.
El sexto programa comenzará con la ejecución de la Cuarta sinfonía, “Romántica” de Chávez, y continuará con el Concierto para piano en re mayor para la mano izquierda de Ravel, con el gran pianista mexicano Jorge Federico Osorio, una partitura encargada por Wittgenstein al compositor (como hiciera también con Strauss, Prokofiev y Hindemith), tras la pérdida de su brazo derecho en el transcurso de la Gran Guerra. La segunda mitad del concierto estará constituida por la colosal Sinfonía fantástica de Berlioz, partitura capital en la historia de la forma sinfónica, de la orquestación y del desarrollo posterior del poema sinfónico.
El ciclo de Images de Debussy concluirá con la presentación de la segunda parte del tríptico, Ibéria, para abrir el séptimo programa. Como se podrá constatar, la imagen de España y lo español, real o idealizada, pero siempre verosímil, tendrá una presencia constante en esta temporada, desde los fragmentos de Bizet arreglados por De Sarasate, pasando por Rimsky-Korsakov y el propio Debussy, hasta llegar a Ravel. A continuación, una de las más ambiciosas partituras sinfónicas de todos los tiempos, la inconmensurable Sinfonía Turangalîla de Messiaen, mostrará la riqueza del repertorio francés del siglo xx, con la participación de los solistas François Weigel al piano y Thomas Bloch en las ondas martenot.
En el penúltimo programa el público podrá conocer la escueta y expresiva Sinfonía de Antígona, la primera de las sinfonías de Chávez, surgida de la música incidental compuesta para una presentación de la Antígona de Sófocles en versión de Jean Cocteau. Enseguida, se llevará a cabo la ejecución de uno de los conciertos para violonchelo y orquesta más profundos y seductores de los tiempos recientes: Tout un monde lointain, de Dutilleux, con el solista alemán Alban Gerhardt. La segunda mitad del programa estará integrada por obras de carácter español compuestas por Ravel: Alborada del gracioso, Rapsodie espagnole y, para terminar, el imprescindible Boléro, una de las mejores muestras de la variedad de los timbres orquestales a partir de una melodía reiterada, sobre un patrón rítmico ostinato.
La temporada concluirá con una doble celebración francesa: en primer lugar, el arreglo que hiciera Berlioz a La marseillaise, de Rouget de Lisle y, como parte medular del programa de clausura, una partitura descomunal, también de Berlioz: Roméo et Juliette, con la participación de la mezzosoprano albanesa Enkelejda Shkosa, el joven tenor Jesús León y el bajo-barítono Noé Colín, dueño de una impecable trayectoria lírica internacional. El Coro Filarmónico Universitario, dirigido por John Daly Goodwin, y el Convivium Musicum, fundado por la querida maestra Erika Kubacsek hace cuarenta años, y dirigido en la actualidad por Víctor Luna, participarán en los conciertos de clausura de la diversa a la par que homogénea temporada de 2012.
El ímpetu que motiva el contenido renovado de la programación artística de la que surge cada año la actuación de la formidable Orquesta Sinfónica de Minería, bien pudiera asemejarse al espíritu que, en palabras de Pedro Nunes, provenientes de su Tratado em Defensão da Carta de Marear del siglo xvi, caracterizó el arrojo de los navegantes de Portugal: “[…] os Portugueses ousaram cometer o grande mar oceano. Entraram por ele sem nenhum receio, descobriram novas ilhas, novas terras, novos mares, novos povos: e o que mais é: novo céu e novas estrelas”. Así pues, queden expresados los votos para que el público haga este verano un viaje gozoso de reconocimiento de puertos conocidos y, a la par, de descubrimiento de nuevos y fascinantes territorios y firmamentos. ~
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SERGIO VELA (Ciudad de México, 1964) es director de ópera, promotor artístico y músico. Fue presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Actualmente es el Consejero Artístico de la Academia de Música del Palacio de Minería.