Hoy unos 130 millones estadounidenses deciden si quieren cuatro años más de Barack Obama, o si optan por un cambio de rumbo bajo el liderazgo de Mitt Romney. Son muchas las razones que me llevan a preferir el primer resultado.
¿Por qué Obama? Hablando de un papel con tantas responsabilidades tan importantes en un momento tan delicado, siempre sería posible encontrar defectos o desaciertos en el desempeño presidencial. Obama no es diferente. Pero la gran mayoría de los puntos usados para descalificarlo simplemente carecen de sustento.
Por ejemplo, la idea de que la economía haya sufrido por su liderazgo. Es cierto que el desempleo gabacho está a un nivel lamentablemente alto, y el crecimiento ha sido pobre. Pero eso no es un producto de Obama, sino de la crisis financiera mundial que estalló unos meses antes de su llegada. La recuperación ha sido débil, pero eso se debe al tipo de crisis que enfrentamos: como las crisis financieras suelen durar mucho más tiempo en arreglarse que las recesiones normales, el impacto ha perdurado durante toda su primera gestión.
La verdad es que, puestas las limitaciones políticas del momento, Obama tomó muchos pasos correctos. Aprobó un estímulo contracíclico semanas después de su llegada, que desafortunadamente se ha convertido en uno de los supuestos errores de su administración. Sin embargo, como demuestra Michael Grunwald en su nuevo libro «The New New Deal», el paquete representa uno de los programas más ambiciosos e importantes en la historia reciente del país. Obama también logró el rescate de las grandes automotrices de Detroit, símbolos de la potencia y liderazgo económico del país. Y aprobó una reforma de Wall Street que elimina unas de las causas del catástrofe del 2008.
Definitivamente su desempeño económico incluye unos errores: muchos economistas creen que el estímulo hubiera sido más grande, y la reforma financiera hace muy poco para eliminar el riesgo moral dentro de los bancos más grandes de Wall Street, ni el riesgo a la economía productiva que éstos presentan. Pero si no fue perfecto, la primera gestión de Obama sí se compara favorablemente con los demás países sufriendo los efectos del casi-colapso del sistema financiero global hace cuatro años.
Otro eje del voto anti-Obama es la reforma al sistema médico que se aprobó en 2010, el llamado Obamacare. Los detalles de la reforma son millones y son complicadisimos, pero el punto fundamental de Obamacare es este: ahora, todo ciudadano tiene como obligación conseguir seguro médico, a través de los planes médicos de sus trabajos o los de sus familiares (como la mayoría hacen hoy), o como parte de un grupo independiente. Los que no tienen con que comprar sus pólizas recibirán un voucher del gobierno federal.
Como en la mayoría de las actuaciones de Obama, los resultados no eran perfectos, pero Obamacare arregla uno de los grandes defectos en la vida estadounidense. Por setenta años, los políticos progresistas han intentado establecer una garantía universal para el tratamiento médico, pero sin éxito. Antes del Obamacare, EU fue el único país rico que no tenía tal sistema universal, y como consecuencia, 50 millones de personas no tenían acceso al tratamiento regular. Por lo tanto, las expectativas de vida en Estados Unidos están rezagadas a nivel mundial. Además, los estadounidenses pagan mucho más por el trato que sí reciben que los ciudadanos de países comparables, pese a los pobres resultados.
Obamacare no es perfecto ni mucho menos sencillo, pero ayudará a bajar los costos y asegurar que todos tengan acceso al trato médico. Si uno cree que, dentro de lo posible, el gobierno tiene la responsabilidad de garantizar el tratamiento médico al menor precio viable, Obamacare cuenta como un rotundo éxito.
Obama también ha despertado una ira marcado de la comunidad financiera y la clase empresarial, una fuente importante de apoyo para el presidente hace cuatro años. Para serles honesto, no me queda tan claro porque tanto desagrado a este grupo, pero la razón fundamental tiene que ser las propuestas de Obama para subir los impuestos. Por eso lo pintan como socialista y enemigo a la clase empresarial y progreso económico. Nadie quiere pagar más impuestos, pero la idea de que el país vaya a sufrir porque los más adinerados tienen que pagar lo que pagaron bajo Bill Clinton, cuyo mandato coincidió con el mejor desempeño económico de EU en generaciones, es absurdo.
Así que pese a la imagen de fracasado e incompetente que sale de muchas voces conservadoras y hasta unos centralistas, Obama ha tenido una gestión bastante productiva y generalmente correcta.
Por el otro lado, hay que considerar el alternativo. Romney no es el peor candidato que he visto en mi vida, pero la versión actual del partido que representa es una de las fuerzas políticas más extremas y retrogradas que existe en el mundo desarrollado. Es un partido que es fundamentalmente anti-ciencia y anti-intelectual, que ha parido el Tea Party y que rechaza los consensos existentes sobre el cambio climático. Por los últimos 30 años, su agenda económica consiste en una obsesión para bajar los niveles de impuestos ante cualquier situación, en cualquier momento, pese a que, comparado con otros países ricos, en EU el tamaño del gobierno es relativamente poco. Es un partido bélico a nivel internacional, que confunde los intereses e ideales de EU con algún tipo de código moral que el resto del mundo debe respaldar.
Lamentablemente, Romney es un producto del partido Republicano, y a través de este partido tendría que gobernar. Eso solo es suficiente para descalificarlo. Muchos votantes creen que, como presidente, Romney se portaría más como el gobernador moderado que fue en Massachusetts, y no el candidato extremo en el cual se ha convertido, cosa que se me hace un autoengaño. Un Romney moderado no tendría con quien trabajar para implementar su agenda, y lo sabe.
Por eso ahora Romney se etiqueta a sí mismo «severamente conservador», una de las frases más raras de la campaña. Por eso se opone al aborto. Por eso rechaza a Obamacare, aunque la reforma que Romney implementó en Massachusetts fue su modelo. Por eso Romney tiene entre sus asesores a los famosos neocons de George W. Bush, y nombró como su vicepresidente al icono conservador del momento, Paul Ryan. Por eso su plan económico promete más recortes en los impuestos, y el ha firmado un juramento escrito de nunca subir los impuestos. Por eso, como cualquier devoto de la escritora Ayn Rand, explica el mundo en términos binarios, de los trabajadores que producen y los flojos que gozan. El Romney moderado es una memoria, nada más.
Por eso yo le di mi voto a Obama.