Hace ya varias décadas, Octavio Paz destacó la integración de pintura y escultura en la obra de Manuel Felguérez. Describió esta encrucijada como un nuevo muralismo. Y en efecto, en piezas como la que aún adorna el vestíbulo del cine Diana en Paseo de la Reforma —ahora convertido en un complejo—, es evidente esta colisión entre dos lenguajes emparentados pero fundamentalmente distintos, colisión atómica, cósmica, que sugiere un caos primigenio pero también una gradual síntesis, un equilibrio de fuerzas. Felguérez innovaba, reorientaba el muralismo y, simultáneamente —como Orozco, Rivera y Siqueiros en su tiempo—, reinstauraba la tradición, traía al presente la milenaria historia del relieve.
Puede argumentarse que este trastocamiento, este choque de lenguajes hasta la confusión y la síntesis estética, ha sido una constante en la trayectoria de Felguérez. Se trata, dijimos, de animales fundamentalmente diferentes. Pintura y escultura pertenecen y se conducen en dimensiones distintas. Pero Felguérez les aplica la tensión y el hierro, las somete a las fuerzas formidables de su arte, y las reúne, mezcla sus estructuras moleculares.
Las pinturas que reproducimos en estas páginas no son ajenas a esta búsqueda. Como si el escultor intentara salir cuando a Felguérez lo domina la identidad del pintor, como si los planos y los volúmenes, luego de tantas décadas encerrados en el mismo cuerpo y gobernados por el mismo amo, hubieran olvidado sus personalidades y sus turnos, en estas obras lo escultórico emerge y transpira. Hay piezas hechas casi de sombras y espacio que podrían ser la representación bidimensional de las visiones volumétricas de Felguérez: formidables bocetos pictóricos de sus piezas físicas. Hay obras que parecen hechas de caverna, fuego y piedra. Hay piezas de planos y fenómenos visuales que se superponen hasta brotar y ser palpados, en cada uno de sus fondos, por los ojos.
Felguérez preserva en estos trabajos esa voluntad de síntesis que ha devenido consustancial a su estilo, y nos recuerda el gozo del arte. Por eso celebramos la oportunidad de acoger, por segunda ocasión en poco más de un año y ahora con el atractivo añadido del color, su magnífica obra. Nuestro agradecimiento y nuestro afecto a él y a su esposa, Mercedes Oteyza, que amablemente favoreció el asunto.