Hace algún tiempo dije a un amigo que me gustaría creer en Dios. Su existencia me ahorraría muchos problemas. Este respondió: “para creer, me basta con mirar a mi alrededor”.
Gastón Bachelard abordó la poesía observando lo primigenio de su milagro. En la Poética del espacio (1957) y en la Poética de la Ensoñación (1960), se le vislumbra como a una voz perteneciente a todos que en su canto nos transforma. Pienso que además puede curarnos.
En Bachelard la defensa de la creación poética comparte la naturaleza existencial que mi amigo hacía de la presencia del creador: no hace falta sino vivir el poema para entenderlo como algo más que un artefacto de la vanidad, o el simple producto de un recuerdo. Tal creación hace eco inmediato en el ser de quien lee o escucha el poema, de quien al musitar cada una de sus formas se baña en sus palabras como en un bautismo.
Gastón Bachelard rechaza los psicologismos que intentan explicar las imágenes poéticas recurriendo al pasado del artista. “El poeta no me confiere los antecedentes de su imagen y sin embargo, esta arraiga enseguida en mí”. Al acrecentar conciencia y ser del lector, la frase poética nos remite a la cuestión de si un alma puede salvarse a través de la poesía. En un mundo de energías volcadas al crecimiento material ¿qué puede hacer la poesía por el hombre?
La voz poética tiene como resultado en el sujeto atento el incremento inmediato de su individualidad. Bachelard defenderá que aquello comunicado de un sujeto a otro es el conjunto de las ensoñaciones de la infancia, y al hablar de ellas debo subrayar un adjetivo: se trata de ensoñaciones de intimidad. ¿Y qué es la intimidad sino el intento de separarnos del colectivo para forjarnos una personalidad distinta entre quienes nos rodean?
Toda ensoñación tiene como origen el espacio feliz. Cuando Bachelard se dispone a examinar las imágenes de tal espacio, lo hace a partir de cuestionarse cómo las cámaras desaparecidas de nuestra infancia se constituyen en moradas para un pasado inolvidable, espacios a partir de los cuales encontramos un principio de integración psicológica: “en los poemas, tal vez más que en los recuerdos, llegamos al fondo poético del espacio de la casa. En esas condiciones, si nos preguntaran cuál es su beneficio más precioso, diríamos: la casa alberga el ensueño, protege al soñador, nos permite soñar en paz”. “ Siempre, en nuestros sueños, la casa es una gran cuna”.
De acuerdo a Bachelard debemos decir de los espacios de nuestra infancia lo suficiente para ponernos en situación onírica, a partir de lo cual nuestras palabras contendrán algunas sonoridades auténticas, voz lejana de nosotros mismos a ser vislumbrada al fondo de la memoria de quienes la escuchan. Entonces, cuando es un poeta quien habla, el alma del lector resuena, conoce esa resonancia: “tiene sentido decir, en el plano de una filosofía de la literatura y de la poesía, que se escribe un cuarto, se lee un cuarto, se lee una casa. Así, a las primeras palabras, a la primera abertura poética, el lector que lee un cuarto, suspende la lectura y empieza a pensar en alguna antigua morada”. La casa natal es más que un cuerpo de vivienda, es un cuerpo de sueño y de imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad, sin las cuales nos veríamos expuestos al terror antropocósmico.
Pero si la poesía tiene su bastión en la casa de la infancia, esto no puede deberse sino a que en ella el poeta se ha defendido de las ruedas realidades, se ha forjado sujeto, refugio en donde el niño conduce su ensueño de intimidad, lugar en el cual puede ser, crearse en individuo distinto a los adultos.
Y es aquí donde la pregunta ¿qué puede hacer la poesía por el hombre? cobra sentido pleno. En el marco del diálogo constante entre Bachelard y el psicoanálisis, la cuestión no es ociosa. Después de todo, la ciencia desarrollada por Freud tiene como misión liberar un alma enferma, dependiente de los deseos de otros. Pero más allá del sujeto, la humanidad misma permanece insuficientemente individualizada. Necesitar del reconocimiento y de la servidumbre ajena para la propia dicha es el principal síntoma de la enfermedad del colectivo, agravada por el empuje materialista y del consumo.
La imagen poética escuchada (porque nunca es inventada por el poeta; quien la escucha, la vislumbra) tiene entonces la naturaleza de una revelación: creación primigenia y libre de todo lo pasado. Es cierto que se alimenta de la infancia, pero no puede identificarse con la misma. La poesía es algo más.
Se trata de la voz que nos ha impulsado a todos a construirnos un hogar, una individualidad, un deseo. Si tales imágenes nos revelan algo importante, es porque en la lucha por fraguarnos personas hemos seguido los imperativos de esa voz que también habla al poeta. Imagen conocida en la infancia –porque los niños conocen la verdad– para la cual, en su presente inefable, no existen deudas por cubrir: se trata de un nuevo comienzo. Si vivir la poesía es una toma de conciencia, debe existir una voz detrás de la poesía.
La poesía brinda al hombre el entendimiento de su condición: cada quién es un nosotros respetuoso, y las vivencias de los poetas, al repercutir el alma y transformarla, iluminan el camino recorrido por otros para concebir entre la vida y la muerte, la vivencia del disfrute y el regocijo de la existencia; la visión del placer y del dolor, del sacrificio pagado por ser, y la reconciliación ante la muerte. Y aún más allá: si tal como señala Bachelard, la imaginación poética es el factor de imprudencia que nos aleja de las pesadas estabilidades, la poesía elevada a categoría de enseñanza colectiva es el medio para lograr escuchar la voz tras del poeta, origen del sentido que regala a cada uno un lugar distinto, la voz que gobierna aquella isla en la que hombres y mujeres son libres. Reencantamiento del mundo y lugar en el que habita el “No Yo mío que me permite ser feliz, liberado de la función de lo real”.
Estimado Antonio Santiago estoy trabajando sobre la relación Impunidad-sobre regulación del manejo forestal comunitario y el cambio climático. Obviamente la terca realidad choca con nuestro padecimiento de diarrea legislativa y me gustaría compartir análisis históricos y llegar a una propuesta funcional.
[…] Toda ensoñación tiene como origen el espacio feliz. Cuando Bachelard se dispone a examinar las imágenes de tal espacio, lo hace a partir de cuestionarse cómo las cámaras desaparecidas de nuestra infancia se constituyen en moradas para un pasado inolvidable, espacios a partir de los cuales encontramos un principio de integración psicológica: “en los poemas, tal vez más que en los recuerdos, llegamos al fondo poético del espacio de la casa. En esas condiciones, si nos preguntaran cuál es su beneficio más precioso, diríamos: la casa alberga el ensueño, protege al soñador, nos permite soñar en paz”. “ Siempre, en nuestros sueños, la casa es una gran cuna”. Antonio Santiago […]