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Prohibido asomarse
Cultura | Este País | Bruce Swansey | 03.06.2012 | 0 Comentarios

Pasan los ángeles

Pasan los ángeles indiferentes y su aleteo voltea el carromato. Queda el mutilado boca arriba agitando los brazos sin poderse incorporar. A su lado el escarabajo reproduce sus movimientos con semejante impotencia. Y una mosca sobre su dorso zumba rabiosa.

Experiencia

Se fue cuando aún era niño. Regresó hecho un hombre. Jamás volvió a soñar.

Dieta

El espectro reclama su dosis de hambre señalando la piel estirada sobre los huesos.
“Allí hay todavía un poco de linfa” —murmura insaciable mientras calcula las rótulas que sobresalen grotescas.

Mi madre

La ansiedad destiló su veneno hasta volverse pánico. Entonces dejó de manejar, se mudó a un departamento en la planta baja, evitó la calle y se encerró en su habitación, donde la encontraron varios días después de que hubiera muerto.

Eso sucedió hace mucho. Su ausencia me liberó. Hasta puedo decir que respiré mejor, aunque esto me haya hecho sentir culpable. Tanto que ahora he dejado de manejar, no sé cómo evitar el vértigo y me asfixio en mi habitación cuya puerta soy incapaz de abrir.

Liberación

Después de siglos de esclavitud se rebelaron. Muchos perdieron la vida en escaramuzas improvisadas contra un ejército de juguete, pero los poetas oficiales aprovecharon su abnegación para producir imágenes empapadas en sangre. Fue así como nació la patria.

No ha pasado mucho tiempo desde entonces pero quienes rompieron las cadenas murieron sin revelar el secreto de su añoranza. En cambio sus herederos extrañan el yugo. Por eso han reemplazado a los opresores de antaño con el partido dominante.

“Ignoramos si somos esclavos pero en cambio sabemos que la libertad nos es ajena”, piensan al depositar sus votos en las urnas que contienen las cenizas de su emancipación.

Proezas

A punto de triunfar, Jasón y los Argonautas deben enfrentar los horrorosos espectros que surgen de los colmillos de la hidra. Pero aunque luchan sin descanso su valor no es suficiente.

Vencidos, son transformados en agentes de cuenta de El vellocino de oro, sa, casa de bolsa que ofrece ganancias fabulosas. Desde Colquis a Shanghai su poder es ilimitado. Tal es la impunidad de la hidra.

El cinéfilo

Desde hace años asiste al cine diariamente. No es extraordinario cuando incluso ve dos y tres películas por día. Adora el murmullo que cede a la oscuridad y el silencio frente a la sucesión de imágenes que corrigen y transforman la realidad, soportable únicamente durante el intervalo para transportarse a otra sala.

De regreso en casa, entorna los ojos porque su mujer aparece borrosa mientras practica sus ejercicios de yoga en la sala. Entonces cierra un ojo para que ella no desaparezca.

El gusano y la mariposa

Flor alada, la mariposa no tiene otra misión que ser bella y mostrarse bajo la luz. El gusano, en cambio, habita bajo la sombra hecha de podredumbre y arrastra entre el fango su gelatinosa avidez. Por fin se confunde con la rama en la que aguarda.

La mariposa deslumbra un instante transformando con sus alas el aire en oro antes de posarse y ser luego devorada por el gusano. Eterno rencor de lo que se arrastra contra lo que vuela.

Felicidad

La felicidad está hecha de las casas donde no hemos vivido, las carreras que no hemos seguido o perseguido, los amantes desconocidos, los países a los cuales no viajamos, la comida que nunca probamos.

Perversión

Dentro de los estrechos muros que lo aprisionan el perverso aspira a la inocencia moral y a la eternidad del juego. Por ello fortalece su deseo hasta volverlo un escudo invencible.

Síntoma

El hijo es síntoma del padre. Su desconcierto repite con variaciones la necesidad de una revelación que ilumine el abismo y de una palabra capaz de rescatar el silencio y la algarabía y darles sentido. El hijo debía nacer para mostrar la insuficiencia del padre. Un poco de autocrítica hubiera bastado para interrumpir semejante condena.

Invención del mal

Empezó hablando sobre el diablo. Describió sus atributos y su poder con férrea convicción hasta infectar a los demás con su odio y su miedo. Una vez creado el mal, fue necesario practicarlo.

Seguridad

Cada vez que ha mostrado el pasaporte, depositado el cinturón y los zapatos en la charola y pasado a través de un detector, está a punto de sucumbir o de ser descubierto, que es lo mismo. Uno debe aferrarse a su identidad y a su inocencia, por más que sean cuestionadas y cuestionables. El ser parece volver a su cauce hasta arribar a la siguiente inspección, que puede ser la definitiva.

Enigma

La pregunta acerca de la metamorfosis manifiesta mediante el cambiante número de extremidades es ajena a la decadencia corporal. El enigma es otro y enfrenta al hombre al abismo que su carne rodea y cuyo vacío lo reclama arrebatándole la precaria seguridad de caminar erguido. El enigma designa lo innombrable y se alimenta de tiempo. El espejo no me refleja a mí sino al otro.

Medusa

No es su aspecto, similar al de cualquier ama de casa por la mañana, ni tampoco su mirada lo que petrifica a quienes la ven. En sus ojos contemplan el horror que no existe fuera sino dentro de cada espectador y es innombrable. Su mirada es terrible porque es la nuestra, la de cada uno ante el extraño que lo habita.

Libre albedrío

No eligió la nacionalidad, ni la familia, ni la escena original que distorsiona mediante variaciones incontrolables. Tampoco eligió el idioma ni sus palabras embrujadas y acaso en lugar de escoger a sus amantes fueron ellos quienes se adelantaron.

No la libertad sino su simulacro, no la verdad sino la verosimilitud, no el deseo sino la ignorancia y el rechazo, no el heroísmo sino la ponzoñosa aceptación del dolor.

En el centro se revuelve violentamente el lagarto entre el fango primigenio y su agitación recuerda que las olas agitadas por vientos contrarios conocen mejor su destino que quien fuera considerado el más sabio entre los hombres. Por eso vaga perseguido por las furias.

El presente

Ama el presente como quien carece de futuro. Bajo la máscara de la felicidad se adhiere tenazmente al sufrimiento como antes bajo el rostro del dolor pulsaba una felicidad estremecedora e injustificada.

La luminosidad del presente es devorada por la espesura del pasado, donde mira con claridad cegadora el infortunio que le aguarda en las cámaras del sueño. Y mientras camina sin rumbo entre la escoria de una ciudad extranjera, el corazón se desboca gozoso al saberse irremediablemente perdido.

Amanece. Es hora de eliminar el misterio del alma.

El misterio del alma

La enorme puerta de cristal remata en ángulo. Fija sobre sus goznes enmohecidos, abierta a medias. Se coló por esa rendija. Inmediatamente descubrió que era una trampa. Se deslizó velozmente sobre una superficie pulida sin que ningún esfuerzo valiera para impedir la caída. Imposible asirse. Era una pared fría y lisa por la que resbaló dando vueltas hasta que tocó fondo. Allí se quedó inmóvil en la oscuridad húmeda de la noche.

Acaso soñó que la tempestad se mezclaba con sus lágrimas mientras la nave se sacudía violentamente y escoriaba a babor. Una tristeza insospechada se abrió devorándolo. Pero en ese momento se hizo una luz fulminante que no era la del relámpago porque mantuvo su intensidad clorótica e inmediatamente después cayó a su lado un objeto muy grande, blanco y suave. Decidió permanecer inmóvil porque era muy ligero y apenas había sentido su impacto.

El segundo proyectil le cayó encima obligándolo a desplazarse lateralmente muy rápido hacia una pared que, como la anterior, se alzaba hasta perderse de vista. Allí se detuvo conteniendo la respiración con la esperanza de pasar desapercibido aunque podía sentir la mirada del cazador cubriéndolo.

El tercer proyectil lo impulsó ciegamente hacia la sombra donde refugiarse pero de pronto, algo enorme surgió de la sombra y le cayó encima destrozándole tres patas que quedaron abandonadas en el camino todavía moviéndose espasmódicamente.

Aunque en agonía, intentó escabullirse de nuevo pero un segundo impacto lo aplastó desintegrándolo. Una bilis verde manchó con su viscosidad el suelo.
“Ojalá no sea de mala suerte” —dijo, pensando en el horror que le inspiraban los arácnidos.

De caza

Algunas veces eran sus apoderados en California. Otras veces los de Londres. Lo perseguían haciéndole difícil permanecer en un lugar. Ni siquiera disfrazándose lograba perderlos. Apenas encontraba un refugio debía huir de nuevo.
Así cruzó una vez más los arbustos y atravesó los puentes, llegó hasta la bahía de las columnas y volvió a saltar sobre las bardas como una saeta. Su rabo blanco lo delató.

Otros cazadores lo esperaban pero eso no lo descubrió sino hasta que yacía en el suelo y en su ojo izquierdo se reflejaban atrapados en la superficie convexa los rostros amontonados de sus perseguidores.

“A ver, ¿por qué no hemos de comernos el animal? ¡Para eso están!” —dijeron disponiéndose a cargarlo.

De visita

Turbia y rencorosa como polvareda, se esfuerza por lazarlo aunque en verdad quiere ahuyentarlo a fuerza de sonrisas. Voz de viento seco revolcado entre guijarros diezmados, alaba a sus amistades como si el invitado no lo fuera. Sería mejor insultarlo por atreverse a mirarla de frente y ver la emboscada.
Corrige. Pregunta. Perora. Y sigue sin esperar respuesta solo para alimentar la distancia con el silencio de las palabras.

San Juan Bautista

La imagen se adhiere como la sustancia de un mal sueño, silueta negra sobre fondo rojo. “Sicario”. Cruza los estanques de sombra fresca. Una buganvilla estalla sobre la pared bajo el sol.

Hay alguien que siempre se queja en la fresca penumbra del templo. La mujer ora hincada ante un Cristo pálido y ensangrentado de cuya cabeza cae la masa de cabello de criada devota. Bajo la efigie, sobre un lienzo de terciopelo rojo fijo en un marco que abarca la columna, están clavadas ofrendas de lámina en forma de brazos y piernas, entre las que destaca como vidrio molido una multitud de fotografías pequeñas.

¿Muertos? ¿Desaparecidos? ¿En peligro?

Las fotografías muestran niños y algunas familias que sonríen confiadas ante la lente. Sus sonrisas expresan convivencia, la existencia de un hogar, de una vida cotidiana expulsada violentamente de su espacio original y apelotonada sobre la superficie de terciopelo granate que parece haberse teñido con la sangre sombría del Cristo inclinado y doliente que nos anima a seguir su ejemplo.

¿Cargar la cruz?

A la salida las monedas tintinean en los cuencos de paja tejida donde las viejas apostadas en los escalones de entrada reciben limosna. En la plaza un chico de edad incierta hace piruetas en una patineta. Es el próximo sicario o su víctima, cuya fotografía se añadirá al confeti de rostros bajo la sombra del dolor.

Desarraigo

Mientras me empeño en reconocer el sitio podría repetir las razones que otros dieron para abandonar su tierra. Debe ser por aquí. Recuerdo que era muy cerca de la cima. Volteo hacia abajo pero todo ha cambiado tanto que es irreconocible. Incluso la ciudad al fondo del valle es otra. ¿Era por aquí? ¿Sería más arriba? No importa. También he olvidado el lugar de mi tumba.

Sublimación

Todas las sublimaciones son desexualizaciones. ¡Y el perro! Sobre todo el perro.

Adela

Desde que la tía Amada salió de viaje encargándonos a Adela supimos que no iba a ser fácil debido a que desde el principio dio muestras de un temperamento atroz. No necesitaba motivos para expresar su ira continua que no saciaba ningún estallido. Por eso decidimos ponerle el tutú. Roberto le sostuvo la cabeza y así inmovilizada, aunque retorciéndose y temblando, los ojos enormes a punto de saltársele de las órbitas debido a los esfuerzos desesperados que hacía para liberarse, pude meterla en el hermoso tutú rosa.

Nos proporcionó una gran alegría contemplarla correr de un sitio a otro tratando inútilmente de arrancárselo a mordidas, que también lanzaba contra nosotros cuando nos acercábamos para tranquilizarla. Bufaba rabiosa lanzándose sobre nuestras manos, que retirábamos como si hubiesen sido los matadores en un ruedo minúsculo hasta que nos cansamos del juego.

Adela continuó tratando inútilmente de arrancarse el tutú hasta que Roberto le echó encima un jersey y así envuelta y a salvo de sus fauces aunque diminutas bien provistas de aguzados colmillos, la arrojamos a la tina para que el agua fría la tranquilizara. Si las miradas tuvieran el poder de matar, Roberto y yo habríamos caído fulminados. Por eso decidimos dejarla un rato más, para ver si de tanto arañar las paredes de porcelana se calmaba. Después de un rato Adela mostró señas de moderación e incluso sus miradas se volvieron menos hoscas. Luego dejó de moverse y entonces, exhausta y temblando de frío, la sacamos de la tina y la secamos.

Cuando la tía Amada regresó inmediatamente preguntó por Adela. Le dijimos que dormía pero después de varias horas descubrimos que era un sueño muy profundo. Ahora vive detrás de esa puerta de cristal donde la tía guarda sus tesoros. Lleva un tutú rosa y alarga la cabeza hacia delante esperando una mano que morder.

——————————
BRUCE SWANSEY (Ciudad de México, 1955) cursó el doctorado en Letras en El Colegio de México y el Trinity College de Dublín, con una investigación sobre Valle-Inclán. Ha sido profesor en esta institución y en la Universidad de Dublín. Es autor de relatos y crítico de teatro.

* Selección del texto Lugares espirituales.

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