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Reflejos de la conciencia moral de los mexicanos
Este País | Enrique Alduncin | 01.02.2012 | 1 Comentario

En esta penúltima entrega de los resultados de la Encuesta Nacional de Valores sobre lo que nos Une y Divide a los Mexicanos (ENVUD*), realizada por Banamex y la Fundación Este País, nuestro autor reflexiona sobre el sitio que han ocupado las normas morales en la conformación de las sociedades. Asimismo, a la luz de esa reflexión, analiza la posición de los mexicanos de hoy ante una serie de conductas y comportamientos que pueden guardar o no relación con la moral pública y con la moral privada.

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Los mores o costumbres de los ancestros determinan las normas, reglas y preceptos cuyo respeto identifica al ciudadano. Constituyen una para-legislación y son el antecedente directo de la ley, fundamento de la sociedad y de su buen funcionamiento. Solo el acatamiento y respeto de la ley garantizan la convivencia armónica y el progreso de una sociedad o comunidad. Las normas surgen de las condiciones y situaciones producidas en el seno social, y de todas las conductas posibles que se pretende guiar y controlar; en dos palabras, son útiles y necesarias y su observancia es la primera condición que debe cumplir el individuo para ser aceptado como miembro pleno de la sociedad.

Este enfoque es empírico y simplista pero va a la esencia. Dada una batería de conductas clave, se inquiere si los mexicanos consideran si se justifican o no y en qué grado. Las respuestas reflejan hasta qué punto existe acuerdo con los códigos éticos y morales establecidos por la sociedad. Estos constituyen un subconjunto de la estructura axiológica en el plano moral, pueden estar legislados o no, e integran las guías de conducta aprendidas en el proceso de ideosocialización iniciado en la relación con la madre, el padre, los hermanos y hermanas, los abuelos, los parientes y la sociedad toda; la escuela, la televisión y los medios masivos; la religión, sus prohibiciones, nociones de pecado y virtudes; el gobierno y destacadamente su sistema judicial y legislativo de normas y leyes, y la interacción con otras culturas y sociedades.

El desarrollo moral consiste en el aprendizaje de las normas que determinan las conductas socialmente aceptables y las que no lo son, así como la adquisición e internalización de estas normas y los valores transmitidos por todos los agentes ideosocializadores.

Se considera que la conciencia moral es la capacidad de identificar y evaluar lo que es bueno y lo que es malo y distinguirlos. Todo individuo establece por medio de esa conciencia juicios morales, valoraciones de lo que está permitido y lo que no lo está; después actúa en consecuencia.

La conciencia es personal, pero se encuentra construida por una cultura en un determinado medio social y por lo tanto es similar y casi idéntica en cada uno de los miembros de una sociedad determinada. Parte importante de la cohesión social es el grado de acuerdo de todos con una axiología compartida.

Hacer lo permitido supone un premio o beneficio social, personal e incluso psicológico: reconocimiento, aceptación, un sentimiento de hacer lo correcto y “ser bueno”. Violar las normas-valores que constituyen la conciencia moral tiene un costo o castigo, implica un repudio social: ser mal visto, perder la confianza de los demás y en ocasiones, si tales normas han llegado a constituirse en leyes, sufrir penalidades impuestas por la sociedad, tales como el pago de una indemnización por el daño causado, el destierro, la privación de la libertad o incluso la muerte en ciertas sociedades. Psicológicamente, la conciencia provoca disonancia en el individuo, que sufre remordimiento, se siente mal, se apena y avergüenza, y en ciertas sociedades muy comunitarias induce a un autocastigo e incluso al suicidio.

La pregunta en que se basa nuestro análisis considera solo 10 elementos, 10 aspectos de la vida social cuyas raíces milenarias se remontan a las leyes babilónicas y judías y al origen mismo de la humanidad, tales como no matar a otros hombres, no mentir o engañar, no robar y no desear a la mujer del prójimo o cometer adulterio. Otros elementos analizados se ubican en el debate vigente en torno al aborto, la eutanasia, la homosexualidad en sí y el estatus legal de las uniones conyugales entre homosexuales. Uno en particular está en el centro del desarrollo moral actual que busca otorgarle plenos derechos a la mujer e igualdad frente al hombre, a la vez de protegerla de la violencia física: que un hombre le pegue a su pareja.

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De acuerdo con la envud, estos elementos, algunos de ellos legislados, no son aceptados por la conciencia moral de los mexicanos, ya que su nivel de justificación es muy bajo. La pregunta dice:

Por favor dígame, por cada una de las siguientes afirmaciones, si usted cree que siempre puede justificarse, nunca puede justificarse, o si su opinión está en algún punto intermedio. Use esta tarjeta en donde 0 es “nunca se justifica” y 10 es “siempre se justifica” respecto a (1) hacer trampas en los impuestos; (2) si se tiene la oportunidad, aceptar un soborno o mordida en el desempeño de sus deberes; (3) la homosexualidad; (4) el aborto; (5) el divorcio; (6) la eutanasia –terminar la vida de los enfermos incurables–; (7) que un hombre le pegue a su esposa; (8) matar a una persona; (9) la infidelidad matrimonial y (10) fingir estar enfermo para no ir a trabajar.1

“Si un hombre asesina, debe ser asesinado.” Esta es la primera ley del código de Ur-Nammu, el más antiguo que se conoce (2100-2050 ac), escrito en sumerio con caracteres cuneiformes. En la Biblia, el quinto mandamiento deja de lado el castigo; escuetamente dice: “No matarás” (Éxodo 20, 13). El índice promedio nacional para este elemento es el más bajo de todos los aspectos considerados: 1.0. Es el que menos puede justificarse para los mexicanos; de hecho, tres de cada cuatro personas nunca lo justifican (76%; de ellos 74% y de ellas 77 por ciento).

Es mínima la diferencia entre las zonas urbanas y rurales (el índice es de 1 y 1.1, respectivamente; 76 y 75% respodieron que “nunca” se justifica). Por entidad (Gráfica 1) lo justifican menos en el Distrito Federal (89%, índice de 0.4), Aguascalientes (86%, 0.4), Quintana Roo (90%, 0.4), Colima (89%, 0.4), Guerrero (83%, 0.4) y Chiapas (87%, 0.5). En términos relativos se justifica ligeramente más en Sonora (41%, 2.5), Veracruz (60%, 2.4), Zacatecas (58%, 2.2), Baja California Sur (67%, 1.8), Yucatán (59%, 1.7) y Oaxaca (57%, 1.7).

No hay una correspondencia entre el índice de homicidios por estado y el de la conciencia moral de su justificación. En cambio, sí se observa una clara asociación entre el índice de matar y el de que un hombre le pegue a su esposa. No solo hay una estrecha correlación, sino que los índices son muy similares numéricamente. El promedio nacional es de 1.1. Más de 7 de cada 10 mexicanos nunca lo justifican (71%; ellos 69%, ellas 73%). Entre zonas urbanas y rurales no hay diferencia significativa (índices de 1 y 1.2; “nunca”, 72 y 69 por ciento).

Por entidad lo justifican menos en Michoacán (0.3; “nunca”, 94%), Distrito Federal (0.3; 89%), Aguascalientes (0.4; 85%), Quintana Roo (0.5; 89%), Colima (0.6; 83%), Guerrero (0.6; 73%) y Jalisco (0.6; 81%). En mayor medida se justifica más en Sonora (2.8; 37%), Veracruz (2.8; 41%), Zacatecas (2.1; 56%), Tabasco (2.0; 52%), Yucatán (1.8; 59%) y Baja California Sur (1.8; 66%). La desviación estándar por entidad para “matar a una persona” es 0.6 y para “que un hombre que le pegue a su esposa”, 0.7; ello habla de un alto nivel de consenso en la República respecto de estas evaluaciones, a pesar de las divergencias que se aprecian en la Gráfica 1.

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Destaca la baja justificación que otorgan los mexicanos a que un hombre le pegue a su esposa. Popularmente se considera que la sociedad mexicana es machista, pero aquí se revela estadísticamente que al menos en nuestra conciencia moral este acto es casi tan reprobable como matar. Lo anterior no quiere decir que hayamos superado este grave problema social: en México contamos con los diagnósticos de la Encuesta sobre Violencia Intrafamiliar (ENVIF),2 la cual registra que uno de cada tres hogares del área metropolitana de la Ciudad de México sufre algún tipo de violencia intrafamiliar, y de la Encuesta Nacional de Usuarios de los Servicios de Salud,3 aplicada a mujeres mayores de 15 años usuarias de los servicios en hospitales generales del IMSS, ISSSTE y la Secretaría de Salud, la cual muestra que poco más de 20% de las mujeres atendidas sufrieron algún tipo de violencia causada por su pareja durante el año previo al del levantamiento de la encuesta, y que 37% de ellas padecieron algún tipo de agresión a lo largo de su vida. Este problema es mundial, como reflejan las estadísticas al respecto. Incluso en los países con los mayores índices de desarrollo humano está presente, como también lo muestran las recientes novelas policiacas nórdicas.4

Hay una mayor permisividad para aceptar, en términos de la conciencia moral de los mexicanos, el divorcio y la homosexualidad. Ello no quiere decir que se acepten, pero sus índices de justificación son mayores que los de matar y que un hombre le pegue a su esposa. De nueva cuenta se observa una estrecha correlación entre ambos fenómenos, aunque numéricamente el divorcio presenta mayor justificación que la homosexualidad.

El índice de justificación del divorcio es, en el promedio nacional, 3.5 (hombres, 3.5; mujeres, 3.4), mientras que un tercio de los mexicanos nunca lo justifica (33%; ellos, 32%; ellas, 34 por ciento). Es claro que la ideosocialización ya opera en México sin distinciones de género, al menos para aspectos tan importantes como los seleccionados en la envud. En zonas urbanas y rurales los índices son 3.6 y 3.1 respectivamente, es decir 32 y 38% nunca lo justifican. La condición de residir en ciudades o zonas rurales todavía determina en nuestro país diferencias significativas en la conciencia moral. Por entidad, justifican menos el divorcio en Baja California Sur (57%, 2.3), Quintana Roo (57%, 2.4), Tamaulipas (40%, 2.5), Coahuila (44%, 2.5), Chihuahua (43%, 2.8) y Puebla (33%, 2.9). Lo justifican más en Veracruz (13%, 5.2), Sinaloa (19%, 4.8), Durango (15%, 4.5), Sonora (16%, 4.2), Guerrero (19%, 4.1) y Morelos (22%, 4.1).

El índice de justificación de la homosexualidad es, en el promedio nacional, 3.9 (hombres, 3.8; mujeres, 4), mientras que nunca lo justifican casi 4 de cada 20 mexicanos (38%; ellos, 39%; ellas, 37%). En zonas urbanas y rurales los índices son 3 y 2.6 respectivamente, es decir 37 y 43% nunca la justifican. La homosexualidad se justifica menos en Tamaulipas (48%, 1.9), Baja California Sur (61%, 2.1), Chiapas (58%, 2.3), Coahuila (47%, 2.3), Puebla (40%, 2.3) y Colima (46%, 2.4). Se justifica más en Durango (13%, 4.3), Veracruz (23%, 4.2), Sonora (21%, 3.8), Aguascalientes (27%, 3.7), Morelos (29%, 3.7) y Yucatán (38%, 3.6). (Gráfica 1.)

El índice de justificación de la infidelidad a nivel nacional es 1.8, muy bajo; entre las mujeres es 1.7 y entre los hombres 1.9. Nunca la justifican casi 6 de cada 10 mexicanos (58%; ellos, 56%; ellas, 60%). Tienen el mismo índice las zonas urbanas y las rurales (1.8; “nunca”, 58%). Por entidad, justifican menos la infidelidad en Michoacán (85%, 0.7), Quintana Roo (79%, 0.9), Puebla (70%, 0.9), Jalisco (73%, 1.0), Colima (67%, 1.1), y el Distrito Federal (64%, 1.1). La justifican más en Veracruz (21%, 4.2), Durango (26%, 3.3), Tabasco (43%, 3.0), Sonora (34%, 3.0), Sinaloa (48%, 2.6) y Nuevo León (48%, 2.4).

Fingir estar enfermo para no ir a trabajar es engaño, mentira y fraude al empleador. Este acto corresponde al octavo mandamiento de las Tablas de Moisés, “No mentiras”, que hoy se enuncia como: “No levantarás falsos testimonios ni mentiras”. Su índice de justificación en el promedio nacional es 1.7, muy bajo, tanto para hombres como para mujeres. Nunca lo justifican 6 de cada 10 de los mexicanos (60%; ellos, 59%; ellas, 61%). Tienen el mismo índice las zonas urbanas y las rurales (1.7; “nunca”, 60 y 62%, respectivamente). En gran medida, los mexicanos le otorgan la misma justificación que a la infidelidad: conceptualmente son semejantes y se reprueban o justifican de manera similar. Estadísticamente muestran una alta correlación o asociación, tanto en términos de promedio nacional como por estado.

Aceptar un soborno o mordida y hacer trampas en los impuestos son dos maneras de defraudar al gobierno; por obtener un beneficio personal se perjudica al Estado y al resto de la sociedad. En cierta medida, corresponden al quinto mandamiento de la Iglesia Católica: “Pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios”. En su formulación moderna es menos claro: “Ayudar a la Iglesia en sus necesidades”. Durante la Colonia, la Iglesia era responsable de la recaudación de impuestos; al diezmo se agregaba el quinto real. En contrapartida, esta institución era responsable del sistema de seguridad social e incluso de la educación.

No es una sorpresa observar que los índices de ambos elementos son casi idénticos. En la conciencia moral de los mexicanos tienen casi el mismo valor y sus patrones por entidad son paralelos, si bien el soborno se justifica menos que la evasión fiscal. Los índices en el promedio nacional son 1.8 y 2.0 respectivamente. Más de la mitad de los mexicanos nunca los justifican: soborno, 55% (ellos, 54%, 1.8; ellas, 56%, 1.7); evasión fiscal, 52% (ellos, 51%, 2.0; ellas, 53%, 1.9). Tampoco hay una diferencia significativa entre las zonas urbanas y rurales: soborno, 1.7 y 1.9 (“nunca”, 55 y 54%); evasión fiscal, 1.9 y 2.1 (“nunca”, 52 y 51 por ciento).

Por entidad federativa (Gráfica 2), aceptar un soborno se justifica menos en Quintana Roo (82%, 0.7), Chiapas (82%, 0.8), Guerrero (55%, 1.0), Colima (66%, 1.1), Tamaulipas (63%, 1.2) y el Distrito Federal (61%, 1.2). Las mordidas se justifican más en Durango (18%, 3.9), Tabasco (35%, 3.7), Veracruz (36%, 3.5), Sonora (26%, 3.5), Zacatecas (39%, 2.9) y Baja California Sur (52%, 2.7).

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Hacer trampas en los impuestos lo justifican menos en Chiapas (80%, 0.9), Quintana Roo (79%, 0.9), Tamaulipas (63%, 1.2), Guerrero (49%, 1.3), Colima (62%, 1.3) y Baja California (66%, 1.4). Lo justifican relativamente más en Durango (18%, 3.9), Tabasco (35%, 3.7), Veracruz (36%, 3.5), Sonora (26%, 3.5), Zacatecas (39%, 2.9) y Baja California Sur (52%, 2.7).

El aborto y la eutanasia son dos maneras de interrumpir la vida, en el primer caso la de un embrión y en el segundo la de un enfermo desahuciado. En el marco conceptual de la envud hubiera sido afortunado incluir algunas consideraciones de la bioética, por ejemplo: cuándo dejamos de ser primates y cuándo dejaremos de ser hombres –en la terminología de Nietzsche, cuándo seremos superhombres– y también cuándo se deja de ser feto o embrión y se es verdaderamente humano. Felipe Fernández-Armesto dice que el avance de la ciencia no permite respuestas ciertas a estas preguntas, pues biológicamente no puede establecerse una línea divisoria que marque el inicio de lo humano.5 Una solución es la culturológica: “Humano es lo que se comporta como humano”, la pertenencia a la comunidad es lo que cuenta, pero las sociedades son muy distintas. A esta conclusión llegaron los científicos “eugenésicos” ingleses en el siglo XIX, y en el XX los nazis la llevaron a su consecuencia extrema: “No son humanos los que no son como nosotros los arios”. Para ellos, no solo estaba permitido por la conciencia moral social e individual eliminar o interrumpir la vida (léase matar) a los “no humanos”, sino que era un deber moral el hacerlo. Así justificaban el Holocausto. A este entrampamiento contribuye el hecho de que no sabemos científicamente qué es la conciencia, ya no digamos la conciencia moral, de acuerdo con la neurocientífica Susan Greenfield.6

En el momento actual de la evolución, debido a la tecnología y a sus implicaciones sociales, estamos dejando de ser el humano que éramos para ser otra especie, pero en una continuidad como la del primate-hombre, donde la ciencia no ha podido establecer una línea divisoria explícita.7 Federico Reyes Heroles aborda los aspectos de este profundo cambio en Alterados. Preguntas para el siglo XXI: “¿Cómo será la comunicación de las generaciones crecidas frente a las pantallas?”.8 Las formas de expresión y comunicación cambian con internet y su riqueza de aplicaciones sociales, que crean una nueva cultura ajena a los hombres del siglo xx y aún más para los no tan lejanos del XIX. Todo está cambiando ante nuestros ojos: “El sentido de la vida, la comunicación humana, la idea de la felicidad, el dilema del sosiego, la pérdida del alma y del silencio, la fascinación por la violencia, el ritmo de la vida como la conocimos, la dilatación del individualismo, las críticas al consumismo y el impacto de la ciencia y la tecnología en nuestra existencia”.9

De nueva cuenta, no es una sorpresa observar que los índices del aborto y la eutanasia presentan patrones por entidad paralelos, lo que muestra un alto grado de asociación. Si bien en la conciencia moral de los mexicanos se justifica menos el aborto que la eutanasia, estos fenómenos tienen valoraciones muy similares. Los índices en el promedio nacional son 2.4 y 2.8 respectivamente. Poco menos de la mitad de los mexicanos nunca justifica el aborto: 48% (ellos, 46%, 2.4; ellas, 50%, 2.3); la eutanasia no se justifica en ningún caso para más de 4 de cada 10 personas o 43% (ellos, 41%, 2.9; ellas, 44%, 2.7). Tampoco hay una diferencia significativa entre las zonas urbanas y las rurales: aborto, 2.4 y 2.2 (“nunca”, 47 y 51%); Eutanasia, 2.9 y 2.6 (“nunca”, 42 y 46 por ciento).

El aborto lo justifican menos en Tamaulipas (60%, 1.4), Quintana Roo (69%, 1.5), Coahuila (62%, 1.5), San Luis Potosí (61%, 1.7), Chiapas (58%, 1.7) y Sinaloa (59%, 1.8). Lo justifican relativamente más en Veracruz (33%, 3.8), Durango (28%, 3.5), Sonora (27%, 3.3), Guerrero (27%, 3.1), Yucatán (47%, 3.0) y Oaxaca (27%, 2.9).

Justifican menos la eutanasia en Quintana Roo (65%, 1.8), Tamaulipas (53%, 1.9), Baja California Sur (61%, 1.9), Chiapas (61%, 1.9), Coahuila (52%, 2.0) y San Luis Potosí (52%, 2.2). Se justifica más en Morelos (27%, 4.3), Durango (23%, 4.0), México (31%, 3.6), Michoacán (42%, 3.4), Sonora (25%, 3.3) y el Distrito Federal (36%, 3.3).

La historia del siglo XIX, cuando se formó la identidad nacional del México independiente, está determinada por la lucha entre conservadores y liberales, centralistas y federalistas. La guerra y las leyes de Reforma fueron un momento fundacional de nuestra nación, incluso más importante desde el punto de vista de los valores que la Independencia y la Revolución, ya que este fue un punto de verdadera ruptura.10 En la envud se retoma la cuestión con la pregunta: “En estos temas sociales suele hablarse de posturas progresistas y conservadoras. En una escala del 1 al 10, donde 1 es ser ‘progresista’ y 10 ‘conservador’, ¿en dónde se ubicaría usted?”. Con las respuestas se establecen índices para estos conceptos y se introduce un tercero, el de “intermedio”. Este resulta de la suma de los porcentajes de las respuestas 5 y 6; progresista resulta de la suma de 1 a 4 y conservador de la de 7 a 10. A nivel nacional se declara conservadora la mayoría (54%), una quinta parte es progresista (20%) y poco más de un cuarto, intermedio (26 por ciento).

A nivel de entidad (Gráfica 3), son conservadores en mayor proporción en Baja California Sur (77%), Sonora (75%), Chiapas (67%), Querétaro (67%), Sinaloa (63%), Tamaulipas (63%), San Luis Potosí (63%) y Zacatecas (62%). Son más progresistas en Tabasco (30%), Colima (29%), Campeche (28%), Baja California (28%), Quintana Roo (28%), Aguascalientes (26%), Guerrero (26%) y Michoacán (26%). Se registra una menor proporción de conservadores en Guanajuato (35%), Nayarit (37%), Baja California (38%), Michoacán (43%), Morelos (46%) y Aguascalientes (47%). Son menos progresistas en Baja California Sur (3%), Sonora (9%), Chihuahua (10%), Sinaloa (13%), Oaxaca (14%) y Chiapas (14 por ciento).

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A nivel de entidad, el rango —determinado por la diferencia entre los puntos máximo y mínimo, a nivel entidad— es de 42 puntos porcentuales (pp.) para conservadores, y su desviación estándar es de 9.5 pp. La diferencia por género no es significativa (ellos, 54%; ellas 55%). En zonas urbanas 53% es conservador y en las rurales, 57%. Como podría esperarse, la proporción de estos aumenta en el rango de edad de entre 18 y 29 años, con 48%, y en los mayores de 70 años, 67 por ciento.

El rango de los progresistas es de 30 pp. y su desviación estándar es de 6.5 pp. Veintiún por ciento de los hombres y 19% de las mujeres son progresistas. En zonas urbanas, 21%; en rurales, 19%. Los progresistas entre 18 y 29 años alcanzan 26% y entre los mayores de 70 años, 11% (ver Gráfica 4).

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De acuerdo con el nivel socioeconómico (Gráfica 5), son más conservadores en los extremos: estrato alto, 62%; obrero, 57%; bajo, 56%. Son menos conservadores en los estratos medio alto y medio bajo (ambos 52%). Son más progresistas los estratos medio alto y medio bajo (21 y 22%), y algo menos en los estratos obrero y bajo (19 y 18%). La menor proporción de progresistas se ubica en el estrato alto (14 por ciento).

La orientación política también se relaciona con el porcentaje de conservadores (Gráfica 6). Este porcentaje es menor para la izquierda y mayor para la derecha (47 y 63%). Ocurre lo opuesto para los progresistas: el percentaje es mayor en la izquierda y menor en la derecha (31 y 20 por ciento).

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En cuanto a intención de voto (Gráfica 7), son más conservadores quienes votarían por el PRI (60%). La proporción para PAN, PRD y voto blanco o nulo es la misma (54%). Los que no votan o no están con ningún partido representan 43%. Los progresistas, por su parte, tienen la mayor proporción entre los apartidistas. En el PAN y PRD se observa la misma proporción de progresistas (22 y 21%). Entre los que votan en blanco o anulan su voto hay una proporción menor de progresistas, 18 por ciento.

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De entre quienes consideran que para tener éxito hay que apegarse estrictamente a las leyes, 55% son conservadores y 20% progresistas. De entre quienes creen que para obtener éxito es mejor romper la ley, 53% son conservadores y 22% progresistas.

De los que piensan que “se puede confiar”, 59% son conservadores y 18% progresistas. De entre quienes piensan que no se puede ser tan confiado, 53% son conservadores y 21% progresistas.

Respecto a las posturas frente al aborto, los conservadores comulgan más con la que defiende la vida sobre todas las cosas (58% de los conservadores y 18% de los progresistas) y menos con la postura que antepone el derecho de la mujer a decidir (48% de los progresistas y 24% de los conservadores).

El porcentaje que está de acuerdo con el matrimonio o unión legal entre personas del mismo sexo es de 45% para los conservadores y de 27% para los progresistas. El porcentaje para los que disienten es de 60% para los conservadores y 16% para los progresistas.

A continuación, se analiza cómo se relaciona la autoclasificación de conservador o progresista con los índices de justificación de diversas conductas (Gráfica 8). En primer lugar, destaca el hecho de que las diferencias son pequeñas, menores a un punto del índice y al 20% en términos relativos. A pesar de diferencias ideológicas importantes, se comparte una conciencia moral, lo que implica una alta cohesión social en el aspecto más fundamental: cómo se juzgan y evalúan conductas sociales centrales.

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Se aprecian variaciones pequeñas pero significativas entre los índices de justificación correspondientes a las categorías de conservador y progresista. Esta última justifica en mayor grado, aunque reprobándolos, fenómenos relacionados con lo que se podría considerar la moral personal o privada, como el divorcio (diferencia de 0.8 puntos, 16%), la homosexualidad (0.7 puntos, 16%), la eutanasia (0.6 puntos, 15%) y el aborto (0.5 puntos, 15%). Por otro lado, los progresistas justifican en menor grado que los conservadores las conductas de carácter ciudadano relacionadas con la moral pública, como hacer trampas en los impuestos (-0.4 puntos, -15%), aceptar soborno o mordida (-0.4 puntos, -18%), fingir estar enfermo (-0.4 puntos, -16%), hombre que pegue a su esposa (-0.4 puntos, -21%), y matar (-0.7 puntos, -11%). Coinciden los índices de conservadores y progresistas respecto a la justificación de la infidelidad (2.8 en ambos casos).

El debate moral en la actualidad se centra en dos aspectos: el aborto y el matrimonio o unión legal entre personas del mismo sexo. En el tema del aborto las posturas antagónicas son la que defiende la vida sobre todas las cosas y la que antepone el derecho de la mujer a decidir. En el promedio nacional, la mayoría se adhiere a la postura que defiende la vida (64%); 36% se inclina por la que antepone el derecho de la mujer. El índice correspondiente de conservadores es 55%, lo que implica que 9% de los progresistas e intermedios se unen a la causa de la vida.

En solo dos entidades no son mayoría quienes defienden la vida: Guanajuato con 42% y el Distrito Federal con 49% (los conservadores alcanzan 35 y 50% respectivamente). En estas estidades, la postura que defiende en primer lugar el derecho de la mujer a decidir alcanza 58 y 51% respectivamente. En los 30 estados restantes la mayoría está contra el aborto. Las cuotas más altas de defensa de la vida se observan en Chihuahua (82%), Baja California Sur (76%), Tlaxcala (76%), Veracruz (74%), Nuevo León (73%), Tabasco (71%), Coahuila (70%) y Puebla (69 por ciento).

Por lo que hace a otras entidades, la postura que antepone el derecho de la mujer tiene porcentajes más altos, aunque minoritarios, en Morelos (49%), Zacatecas (48%), Colima (43%), Estado de México (42%), Oaxaca (41%), Aguascalientes (40%) y Baja California (30%). El índice de correlación entre conservadores y la postura a favor de la vida es idéntico al que se presenta entre conservadores y la postura que defiende el derecho de la mujer.

En el debate sobre el matrimonio o la unión legal entre personas del mismo sexo, en el promedio nacional son mayoría quienes están en desacuerdo (66%). Un tercio está de acuerdo con legalizar estas uniones (34%). Como el índice de conservadores a nivel nacional es 55%, 11% de los progresistas e intermedios se opone a estas uniones. El desacuerdo es mayor en Coahuila (84%), Campeche (81%), Tlaxcala (79%), Zacatecas (78%), Hidalgo (75%), Tabasco (73%) y Yucatán (72%). Están de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo en el Distrito Federal (64%) y Aguascalientes (55%).

El índice de correlación entre conservadores y las posturas respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo es nulo. Ello implica que el hecho de identificarse como conservador o progresista no guarda relación alguna con las posturas analizadas.

La ley es la cristalización formal y escrita de la conciencia moral de acuerdo con la interpretación de los miembros más preclaros y destacados de la sociedad: el consejo de ancianos, los éforos espartanos y, en nuestro caso, diputados, senadores y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. ¿Pero de qué sirve la ley si un porcentaje importante de los ciudadanos no la respeta? Este es uno de los mayores obstáculos para lograr nuestro desarrollo y para contar con una sociedad más solidaria, equitativa y con un mayor grado de bienestar y cohesión sociales. Las encuestas de valores ya han dado cuenta de esta situación y existen diagnósticos claros: la primera Encuesta Nacional sobre Cultura de la Legalidad,11 que realizó Alduncin para la Secretaría de Gobernación (segob) en 1995, y su réplica en 2003.12 Agustín Basave Benítez, quien fuera Director General de Desarrollo Político de la SEGOB y responsable institucional de la primer encuesta, publica en 2010 “Mexicanidad y esquizofrenia”,13 una interpretación de los resultados de dicho estudio y de su investigación personal. Destaca por su importancia la serie de encuestas nacionales de Transparencia Mexicana sobre Corrupción y Buen Gobierno14 que, además de cuantificar con profundidad el fenómeno, elabora un índice por entidad federativa de la posición que cada una de ellas ocupa al respecto; este ejercicio ha hecho mucho para despertar la conciencia y cambiar conductas. Este impresionante esfuerzo del sector privado con carácter ciudadano ya tiene un acervo de cinco mediciones (2001, 2003, 2005, 2007 y 2010). También contamos con la Encuesta de Valores: Diagnóstico Axiológico de México,15 de fines de 2010, que realizan el Centro de Investigación para el Desarrollo, AC (CIDAC) y el Instituto de Cambio Cultural de la Universidad de Tufts, bajo la batuta de Miguel Basáñez, quien además ha sido uno de los promotores más activos de los juicios orales en nuestro país. La importancia de este estudio se debe a que cuantifica la relación entre valores y progreso, esto es la relación de causalidad y multicausalidad, basada en una depurada tipología de 25 valores culturales que se miden con alrededor de 100 preguntas. Esta selección decanta la experiencia de Basáñez de ya casi tres décadas en la investigación de valores en el contexto de la Encuesta Mundial de Valores.16 Entre los valores referentes a la legalidad que resultan más importantes para el desarrollo están: el respeto de las reglas, el cumplimiento de la ley, la exigencia de cuentas, la aplicación justa de la ley y la igualdad de responsabilidades.

En la ENVUD se pregunta: ¿Cuál es la creencia que predomina en nuestro país: que para tener éxito hay que apegarse estrictamente a las leyes o que hay que romperlas sin que otros se den cuenta? Si bien existe un amplio consenso sobre lo correcto e incorrecto, cuando hay que tomar una decisión también influye el factor de la ganancia o pérdida esperada, lo que los economistas denominan “la utilidad”; el principio de racionalidad es maximizar la utilidad o minimizar la pérdida. El conflicto entre el bien y el mal es patente, pero además del aspecto moral intervienen los cálculos basados en estos principios y que se conocen como “la economía del crimen”.17, 18 Los sistemas e incentivos sociales, la eficacia y eficiencia del aparato judicial, los índices de impunidad, la probabilidad de ser llevado a la justicia y de que esta se aplique al final, juegan un papel más importante que la conciencia moral para muchos de los ciudadanos.

En términos de promedio nacional, la mayoría considera que para tener éxito hay que apegarse a la ley (72%). Sin embargo, casi 3 de cada 10 (28%) responden que es mejor romper la ley. Este dato oculta una cifra mayor, ya que algunos no responden verazmente una pregunta directa, aunque sea referida en forma general y no personal. En ninguna entidad supera a la mayoría el grupo que considera que el éxito se basa en infringir las leyes; este alcanza las cuotas más altas en Baja California (45%), Morelos (42%), San Luis Potosí (42%), Coahuila (40%), el Distrito Federal (40%), Tamaulipas (39%) y Guerrero (37%). Las más bajas se observan en Durango (10%), Sinaloa (10%), Guanajuato (13%), Veracruz (17%), Chihuahua (18%) y Yucatán (18%). No hay un consenso nacional alto respecto a la premisa de que el éxito se basa en el apego a las leyes, ya que los extremos –el máximo es Durango (90%) y el mínimo es Baja California (55%)– muestran un rango de variación de 35 puntos porcentuales y su desviación estándar es de 9.3. (Gráfica 9.)

graf-9-envud-250

Las mujeres suscriben más que los hombres la premisa del apego a la ley (73 vs. 70%). También es más alto en las zonas rurales que en las urbanas (74 vs. 71%). La edad influye: los mayores respetan más la ley (de 18 a 29 años, 70%, y para los mayores de 70 años, 73%). Por nivel socioeconómico se aprecian variaciones: hay mayor apego a la ley en los estratos bajo y medio bajo (74%, 73%). Se ubican ligeramente abajo del promedio los estratos medio alto y medio bajo (71%, 70%) y un poco más abajo el estrato obrero (68%). Los que piensan que no se puede ser tan confiado muestran menor apego que los que creen que se puede confiar (71% vs. 74%). La orientación política influye: el porcentaje en la izquierda es menor que en el centro, y a su vez este es menor que en la derecha (69%, 72%, 74%). Los progresistas muestran menor apego legal que los intermedios y conservadores (70%, 72%, 72%). De acuerdo con la intención de voto, se apegan más a la ley los del PRI (76%). Les siguen Convergencia / Movimiento Ciudadano (74%), voto blanco o nulo (73%), Nueva Alianza y PAN con el mismo porcentaje (72%) y abajo del promedio PVEM, PRD (ambos con 68%) y PT (65%). Los que no votan o no están con ningún partido tienen la posición más baja (63%).

En la postura frente al aborto los que anteponen el derecho de la mujer a decidir se apegan menos a la ley que los defienden la vida sobre todas las cosas (69% vs. 74%). Los que están de acuerdo con el matrimonio o unión legal entre personas mismo sexo y los que no están de acuerdo muestran casi el mismo porcentaje (71% vs. 72%).

La conciencia moral implica el conocimiento del bien y del mal, adquirido según el Génesis por haber comido una fruta prohibida. Este conocimiento es el que de acuerdo con las premisas culturales nos separa de los animales las premisas biológicas y genéticas, esto es las científicas, cada día están más ciertas de que existe un continuo en el reino animal del que formamos parte. Sin embargo, el acatamiento de las guías y normas e incluso de las leyes resulta voluntario; he aquí la libertad del ser humano. Por ello, en los índices por entidad no observamos una asociación entre el grado de justificación de matar y el índice de homicidios. La conciencia moral es la condición para aceptar la ley. Sin un proceso de ideosocialización no se podrían internalizar las normas. Por ello, ley y conciencia moral van juntas.

Los debates culturales que caracterizan al mundo del siglo xxi surgen porque la legislación desea avanzar en el ámbito de mayores libertades y derechos individuales que se contraponen con la conciencia moral vigente, la cual tiene raíces milenarias y justificaciones incluso religiosas. Avanzar muy rápido y en el ámbito de una minoría tiene riesgos respecto al grado de conformidad y aceptación de las leyes y por ende para su acatamiento. Nuestra incipiente cultura de la legalidad se ve amenazada cuando las leyes van contra la conciencia moral vigente en la sociedad, y sin ley no hay sociedad posible.

En palabras de Federico Reyes Heroles:
Ahora el panorama se aclara: ni dioses, ni bestias. Aquel que vive en sociedad, el que ha accedido y está convencido de las bondades de ese acuerdo civilizatorio que da vida a la ciudad, a la civitas, ese ser humano puede ser llamado simple y llanamente ciudadano. El ciudadano ejerce sus derechos y cumple con sus obligaciones. Él es para sí mismo y para la sociedad. Es ella y solo ella la que le garantiza seguridad y poder ejercer sus derechos a plenitud. Son el uno para el otro y por el otro. Existe entonces una finalidad moral, ética, que nos distingue de la naturaleza, de la bestia. Esa es la diferencia central. Así entendidos, el Estado y la sociedad como su cimiento no son un hecho fortuito o graciosas concesiones. Por el contrario, son el fruto de actos deliberados, de una construcción sistemática de valores comunes, que abrazan a un grupo humano. La sociedad, el Estado, son, antes que nada, un hecho cultural.19

Este riesgo se incrementa en el momento actual de la humanidad ya que, en palabras de Nietzsche, quien se adelantó a su época, nos encontramos en la transición del hombre al súperhombre y, como él mismo comprendió, uno de los más importantes cambios en este proceso es el de la moral. Por ello, muchas de sus reflexiones se refieren a la conciencia moral en este contexto: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873), Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales (1881), Más allá del bien y del mal (1886), Sobre la genealogía de la moral (1887) y Humano, demasiado humano (1878).

El análisis de Nietzsche es histórico. Se centra “en un modo dirigido hacia el descubrimiento del pasado distante y de las causas de una variedad de fenómenos modernos que incluyen sobre todo las categorías psicológicas y morales”.20 Este gran filósofo alemán opone una moral de la aristocracia a una moral del rebaño, de esclavos y oprimidos. Finalmente, aboga no solo por una moral de élite, sino también por una moral sin restricciones culturales, esto es una moral individual sin referencia a la sociedad, una moral de bestias o de dioses, pero no humana. Los riesgos son grandes.

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* La ENVUD es un estudio realizado bajo los auspicios de Banamex, la Fundación Este País y un grupo de donantes interesados en hacer un retrato de los valores y las creencias de los mexicanos al inicio de la nueva década. Alberto Gómez, Federico Reyes Heroles y Alejandro Moreno agradecen al grupo de académicos, encuestadores e interesados en la temática de valores que, generosamente, aceptaron formar un Consejo Consultivo para este proyecto y cuyo tiempo, observaciones y sugerencias enriquecieron el estudio de manera importante: Andrés Albo, Ulises Beltrán, Edmundo Berumen, Eduardo Bohórquez, Federico Estévez, Nydia Iglesias, Rosa María Ruvalcaba e Iván Zavala.
En la realización de la envud participaron diversas empresas: Ipsos-Bimsa Field Research de México, S.A. de C.V. (que se encargó de levantar la encuesta en Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Colima, Distrito Federal, Durango, Guerrero y Oaxaca); Mercaei, S.A. de C.V. (Nayarit, Nuevo León, Querétaro, Sinaloa, Sonora, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz); Nodo-wmc y Asociados, S.A. de C.V. (Campeche, Chiapas, Estado de México, Hidalgo, Jalisco, San Luis Potosí, Tlaxcala y Zacatecas) y Pearson, S.A. de C.V. (Aguascalientes, Chihuahua, Guanajuato, Michoacán, Morelia, Puebla, Quintana Roo y Yucatán). La empresa Berumen y Asociados se encargó del diseño de la muestra, la supervisión, la validación de la captura y el respaldo a las encuestadoras durante el levantamiento en campo.

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ENRIQUE ALDUNCIN es Director General de Alduncin y Asociados.

Una respuesta para “Reflejos de la conciencia moral de los mexicanos
  1. Hugo Cervantes dice:

    ¿Entre las respuestas de la encuesta y la realidad existe una alta correlaciòn estadistica, o estamos fantaseando un mexicano que se esconde en su moralidad, por supuesto, producto de su cultura?

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