Estudiar las adicciones supone enfrentarse a preguntas fundamentales sobre el comportamiento humano. ¿Actuamos siempre de manera racional, conscientes de la relación entre los costos y los beneficios de nuestra conducta, como lo postulan algunos economistas, o actuamos por impulso, de acuerdo con decisiones y condicionantes impredecibles? De la respuesta dependen las políticas públicas en la materia.
La economía se encarga de analizar los grandes procesos macroeconómicos de un país, el comportamiento y los factores determinantes de las principales variables reales (por ejemplo, empleo, producción) y monetarias (por ejemplo, inflación y tipo de cambio), pero también una parte muy importante de la economía se dedica a analizar el comportamiento humano.
Dentro de este campo, en las últimas décadas –en parte gracias al influyente trabajo del Premio Nobel Gary Becker– ha habido una importante actividad intelectual encaminada a entender cómo toman los individuos sus decisiones personales en temas como la inversión en educación, la salud, la fertilidad (cuándo y cuántos hijos tener), el matrimonio, inclusive la participación en actividades delictivas y el suicidio. Dentro de este campo se ha analizado el tema de las adicciones: al alcohol, el tabaco y otras drogas, como la marihuana, la cocaína y sus derivados, sin excluir las adicciones al trabajo, la comida, el ejercicio, la televisión, la religión, por mencionar las más importantes.
En términos teóricos y empíricos, el análisis económico de las adicciones ha evolucionado continuamente desde los años ochenta. En este artículo pretendo, por un lado, hacer una revisión de las teorías económicas más influyentes sobre las adicciones e ilustrar las principales conclusiones de dichas teorías, con base en la información que proporciona el reporte de la Encuesta Nacional de Adicciones 2008 (ENA 2008); y, por el otro, reflexionar a partir de esta información sobre las políticas públicas apropiadas para manejar las adicciones en el caso de México. A diferentes interpretaciones de las adicciones se asocian diferentes políticas públicas, con impactos significativos en su éxito y por ende en el bienestar de las personas. Un conocimiento más integral de la problemática de las adicciones debe llevarnos a mejorar las acciones de la sociedad y de las autoridades.
Las teorías económicas sobre las adicciones
La literatura económica sobre las adicciones puede clasificarse en dos grandes grupos: aquella que parte de un modelo de comportamiento racional y aquella que toma como base los modelos no racionales. Los modelos de comportamiento racional suponen que los individuos tienen un plan consistente para maximizar su bienestar a lo largo de toda la vida. Los modelos racionales han sido ampliamente utilizados no sólo para entender el comportamiento humano, sino también para identificar los factores determinantes y pronosticar las tasas de crecimiento económico de los países. Los modelos no racionales argumentan que las decisiones de las personas son fundamentalmente impulsivas.
En los modelos de corte racional se distinguen adicciones no dañinas y adicciones dañinas. Las adicciones dañinas suponen la presencia de dos condiciones: (1) reforzamiento –mientras más se consume el bien o se realiza la actividad, más se quiere consumir el bien o realizar la actividad– y (2) tolerancia –mientras más se consume el bien o se realiza la actividad, menor es el bienestar futuro que proporciona el mismo nivel de consumo o de actividad.
En las adicciones no dañinas el primer elemento está presente, pero no el segundo. Entre más se consume o se realiza una actividad, más se desea hacerlo en el futuro, pero el bienestar de realizar la actividad o consumir el bien no diminuye con el tiempo. Adicciones dañinas típicas son las adicciones al tabaco, el alcohol, las drogas, mientras que adicciones no dañinas pueden ser las que tienen que ver con la religión, el ejercicio, el trabajo. En este ensayo analizaremos principalmente las adicciones dañinas. Para simplificar, hablaré de sustancias adictivas.
La tesis básica que enfatizan estos modelos es que el individuo, en su plan de consumo, balancea los beneficios de corto plazo que genera el consumo de una sustancia adictiva con los costos de largo plazo asociados a este consumo: una menor satisfacción en general o problemas de salud y longevidad. En su plan, el individuo decide un nivel de consumo de la sustancia adictiva, pero si ese consumo rebasa un límite, el individuo cae en la adicción, según la definición hecha párrafos arriba.
El modelo seminal de comportamiento racional –que da lugar, desde un punto de vista paradigmático, a lo que se conoce como “adicción racional”– es el de Gary Becker y Kevin Murphy, profesores de la Universidad de Chicago. En un artículo publicado en 1988, los autores argumentan que la adicción es una decisión racional del individuo quien, consciente del consumo creciente que hace del bien adictivo y de los costos asociados, tomando en cuenta la información presente y futura y suponiendo que sus preferencias (léase sus gustos) no cambian en el tiempo, decide un plan de consumo del bien adictivo. Así, el nivel óptimo de consumo balancea los beneficios de corto plazo con los costos de largo plazo. De acuerdo con el modelo, puede haber individuos adictos e individuos no adictos según el balance que se logre entre esos dos elementos: en general, los no adictos son los que valoran el futuro, mientras que los adictos le dan mayor peso al bienestar presente que generan las sustancias (o actividades) adictivas. El modelo también concluye que las malas experiencias pueden llevar a una mayor adicción y que las buenas experiencias pueden llevar a dejar el consumo del bien adictivo, pues en ambos casos cambia el balance entre presente y futuro. Por ejemplo, participar en una guerra puede generar adicciones, y tener un hijo puede hacer que se revalore el futuro y se deje el bien adictivo.
Este modelo ha recibido múltiples críticas desde diferentes disciplinas. El mayor cuestionamiento que se le hace es: ¿cómo podemos creer que una persona adicta es felizmente adicta? Felizmente adicta porque el plan que decidió fue aquel que le da mayor felicidad (el beneficio de corto plazo supera los costos de largo plazo). Los críticos argumentan que la adicción es consecuencia del poco autocontrol de los individuos y causa arrepentimiento. Estos autores llaman a que el enfoque de adicción racional sea abandonado. Otros investigadores, en lugar de abandonar el modelo, cuestionan dos supuestos básicos y los flexibilizan, con resultados por demás interesantes.
Los dos supuestos básicos a los que hacemos referencia son: (1) las personas son perfectamente capaces de prever el futuro y (2) el comportamiento de la persona es consistente en el tiempo, es decir, el comportamiento futuro coincide con los deseos actuales respecto a ese comportamiento. Quienes cuestionan estos supuestos argumentan que en la realidad se observan casos de personas que no parecen apegarse a este paradigma; los individuos arrepentidos luego de haber llevado una vida adictiva son el ejemplo más palpable.
Respecto a la capacidad de prever el futuro, se han hecho dos modificaciones importantes: por un lado se ha cuestionado que las personas, especialmente los que se inician en un mal hábito –los que experimentan–, sepan perfectamente el daño (léase el riesgo de adicción) que la sustancia adictiva les puede causar. En su modelo de 1995, Orphanides y Zervos abandonan este supuesto y en su lugar creen más conveniente suponer que el riesgo de adicción varía de una persona a otra y que las personas sólo pueden tener un estimado de este riesgo (que van actualizando en el tiempo), ya sea a partir de la experiencia de amigos o de la información disponible.
Así, de acuerdo a esta interpretación, las personas que se dan cuenta rápidamente del poder adictivo de la sustancia dejan de consumirla, mientras que las personas que no se percatan tan rápido consumen tanto que se enganchan. A diferencia del modelo de Becker y Murphy, en este modelo los individuos pueden mostrar arrepentimiento a posteriori. La adicción sucede cuando un individuo que experimenta con drogas pensando que va a poder manejar el consumo, aprende muy tarde (cuando ya es adicto) que el poder adictivo de la sustancia era mayor que el que originalmente creía. Existe arrepentimiento pues si el individuo hubiera conocido el verdadero poder adictivo del bien en cuestión, hubiera actuado de un modo distinto.
En otro artículo, los mismos autores cuestionan la capacidad del individuo de prever el futuro, en relación no con los riesgos de adicción que puede suponer cierta sustancia, sino con la forma como valorará el presente respecto al futuro. Antes de experimentar con la sustancia adictiva, los individuos no saben qué tanto, al hacerlo, cambiará su valoración del presente con respecto al futuro. Por ello, experimentan con la sustancia. Al hacerlo, es probable que empiece a importarles sólo el presente: consumen cada vez más, se refuerza la valoración del presente y se enganchan con el bien adictivo. En este modelo también existe arrepentimiento; como en el caso anterior, si el individuo hubiera sabido cómo cambiaría su valoración de presente vs. futuro, no habría experimentado. Nótese que en este modelo, y en el previo también, lo que puede llevar a ciertas personas a la adicción es la incertidumbre; por ejemplo, si la persona está consciente de que sólo le importará el presente una vez que se inicie en el consumo de una sustancia adictiva, por decisión propia se limitará desde un principio.
Respecto a la consistencia en la toma de decisiones en el tiempo, Jonathan Gruber y Botond Köszegy argumentan en un artículo publicado en 2001 que está en línea con la nueva literatura de la “economía del comportamiento”, que el comportamiento futuro de un individuo es distinto al comportamiento que el individuo desea hoy para el futuro. En el modelo de estos autores, el individuo hace hoy un plan para el futuro que después no respetará. Ejemplifiquemos esta situación. Un individuo fumador dice que dejará de fumar en cinco años, pero cuando llega ese momento no tiene la voluntad para hacerlo y decide no dejar de fumar. Si el individuo es consciente hoy de este posible cambio de opinión, ajusta su comportamiento en el tiempo. Una persona que no esté consciente hoy de este posible cambio, fuma más, inclusive desde hoy.
Por otro lado, un individuo que esté consciente de que en el futuro pueden cambiar sus preferencias, es decir que valorará (más que hoy) lo que le queda de vida, por ejemplo, ajustará desde hoy su comportamiento. En este modelo, los ajustes pueden ser de tres tipos: (1) el individuo toma medidas para que el costo de una conducta adictiva sea menor, o (2) actúa para evitar una conducta adictiva, o (3) toma medidas para que el beneficio de la conducta adictiva crezca de tal forma que siempre supere los costos. Por ejemplo, si el individuo está consciente que en el futuro no tendrá la voluntad para, digamos, tomar menos, desde hoy (1) sale a correr o hace ejercicio para disminuir las probabilidades de enfermar, (2) disminuye su consumo de alcohol e incluso recurre a medicamentos o grupos de apoyo que lo ayuden a controlar su deseo de consumir alcohol, (3) se asegura de que tomar sea cada vez más placentero, quizá consumiendo alcohol de mejor calidad, para que los beneficios superen a los costos.
Los modelos anteriores tienen implicaciones interesantes que nos ayudan a entender el consumo de sustancias adictivas. Quizá la principal conclusión es que las adicciones dependen de la combinación de personas diferentes con sustancias adictivas diferentes, relación que puede verse afectada por circunstancias externas, como los precios. Las personas varían según la valoración que hacen del presente vs. el futuro; según su ingreso y, por ende, el consumo que hacen de otros bienes que también les proporcionan placer; según la información que poseen (por ejemplo, de los efectos dañinos de las sustancias), pero también según su forma de percibir su personalidad: si son consistentes o no en el tiempo, lo que se asocia a los niveles de fuerza de voluntad. Los bienes adictivos son diferentes de acuerdo básicamente con su poder adictivo (riesgo) y con el bienestar (en el corto plazo) y el costo (en el largo plazo) que conllevan. Podemos concluir que:
1. Las personas que valoran más el presente que el futuro tenderán a ser más adictas. Toman más en cuenta la felicidad asociada al consumo de la sustancia hoy que la pérdida futura de bienestar asociada a las adicciones. En este sentido, va a ser más común encontrar personas no adictas ahorradoras que personas adictas que ahorren, pues las primeras piensan en su bienestar futuro; o va a ser menos común encontrar personas más educadas adictas que personas menos educadas adictas, pues el hecho de que las personas tengan más educación refleja que están dispuestas a esperar un poco más antes de empezar a trabajar y ganar dinero;
2. Un cambio en los precios afectará la demanda, presente y futura, del bien adictivo; así, un incremento en los precios tenderá a reducir el consumo en el tiempo, mientras que una disminución tenderá a aumentarlo en todos los periodos. Más aun, el efecto del precio en la demanda será más importante si el cambio en los precios es permanente y no temporal. Es decir, en cuestión de demanda el bien adictivo tiene las mismas propiedades que cualquier otro bien;
3. La información sobre el daño posible asociado al bien adictivo puede tener efectos importantes en la demanda de dicho bien. Dado que las personas, al decidir su plan de consumo, toman en cuenta los beneficios de corto plazo y los costos de largo plazo, la información sobre el daño posible hace que el segundo elemento tenga mayor peso;
4. Las creencias que tienen los individuos sobre el bien adictivo son muy importantes para entender las adicciones: por qué unas personas se vuelven adictas y otras no. En la medida en que las personas tienen información sobre la capacidad adictiva de las diferentes sustancias, el consumo se ve afectado: cuando hay certeza de que una droga genera adicción rápidamente, menos personas experimentan con ella; por el contrario, cuando no se tiene certeza del efecto adictivo de una droga, es más común observar personas experimentando. Así, la gente experimenta menos con la heroína que con el alcohol, pues percibe que el efecto adictivo del segundo es muy variado (hay personas que controlan su consumo y otras que no) mientras que el de la primera no; en este caso, la probabilidad percibida de volverse adicto es altísima;
5. La forma en que el consumo del bien adictivo cambie la valoración del presente vs. el futuro afectará el consumo: si las personas pueden prever este cambio disminuirán su consumo; si no pueden preverlo, consumirán más;
6. Es más probable observar personas adictas cuando el consumo de la sustancia no afecta su productividad que cuando sí la afecta. Está claro que las consecuencias de trabajar bajo los efectos de una sustancia son distintas en el caso de un piloto de avión y en el de un mensajero. Las personas cuya productividad depende de su estado físico limitarán su consumo, pues su salario o ingreso depende de su productividad, mientras que las personas cuya productividad no se ve afectada no tienen este incentivo para disminuir el consumo del bien adictivo;
7. Los momentos de estrés pueden afectar el consumo de una sustancia adictiva. Los problemas en el trabajo, los divorcios y los episodios traumáticos, por ejemplo, hacen que el bienestar de corto plazo que produce un bien adictivo palíe el malestar de estas situaciones, originando un patrón de consumo que lleve a una adicción. Dos personas igualmente educadas, pacientes e igualmente productivas pueden terminar teniendo una relación diferente con las sustancias adictivas si enfrentaron diferentes momentos difíciles;
8. En sentido contrario, hechos que cambien la valoración del presente vs. el futuro pueden llevar a dejar las adicciones. Por ejemplo, el nacimiento de un hijo generalmente hace que se valore más el futuro, y en múltiples casos ha conducido a la abstinencia de los padres;
9. Es más probable que las adicciones severas terminen con acciones radicales que con acciones moderadas. Como el consumo de hoy depende del consumo de ayer, se rompe rápidamente el canal de transmisión;
10. Si el precio que paga el individuo por su adicción disminuye, es probable que aumente el consumo presente del bien adictivo. Por ejemplo, si se desarrollan medicamentos para disminuir los riesgos de muerte debidos a enfermedades cardiovasculares asociadas a la obesidad, es probable que más personas se hagan adictas a la comida. Por cierto, ésta puede ser una de las razones que expliquen los altos índices de obesidad que se observan en el mundo.
En los modelos de análisis de las adicciones que no suponen un comportamiento racional sino que atribuyen el consumo de sustancias adictivas a comportamientos impulsivos, poco puede predecirse, lo que representa un reto mayúsculo en términos de políticas públicas.
La Encuesta Nacional de Adicciones
¿Qué pasa en la realidad? ¿Qué nos dicen los resultados de la ena 2008? La ena es una encuesta de representatividad nacional y estatal. Incluye poblaciones urbanas y rurales y busca entender la prevalencia del uso de tabaco, alcohol y drogas en la población adolescente de entre 12 y 17 años de edad y en la población adulta de entre 18 y 65 años. Evidentemente, la ena aborda los temas de consumo de estas sustancias desde un punto de vista médico, no económico. Aun así, algunos de sus datos son ilustrativos de la adicción como una decisión económica racional. En los párrafos siguientes resumo e interpreto lo que a mi entender es la información más relevante de la ena en función de la discusión previa.
1. La ENA proporciona datos que pueden sugerir cómo perciben las personas las adicciones en general. De la población entrevistada, 59% consideró que los adictos a las drogas son personas enfermas y 60% estuvo de acuerdo en que necesitan ayuda. Sólo un tercio considera que son personas débiles. En los casos de alcohol y tabaco no se hizo esta pregunta. ¿Podemos deducir que las personas perciben las adicciones como una decisión racional? Quizá no. De hecho, los estudios que buscan probar empíricamente el modelo de comportamiento racional analizan principalmente qué tanto el precio de los bienes adictivos afecta el consumo, con resultados que indican asociaciones significativas, por cierto. Claramente, no se percibe que los adictos a las drogas estén totalmente fuera de control. Mi conjetura es que a los adictos al tabaco y al alcohol se les percibe aun menos enfermos;
2. En general, la mayoría de la población no tiene un problema de adicciones, ni al tabaco, ni al alcohol, ni a las drogas, aun a pesar de que una fracción de la población, que varía de acuerdo con las sustancias, ha experimentado con éstas. Personalmente, interpreto estos hallazgos como evidencia de que la gran mayoría de las personas optan por un plan de vida en la sobriedad. Estos resultados son además consistentes con evidencia empírica reciente que señala que las personas valoran inmensamente la calidad de vida y la longevidad;
3. Efectivamente, las personas que experimentan y consumen tabaco, alcohol y drogas son distintas entre sí. En general, es más común el consumo de estas sustancias adictivas en los hombres y en la población urbana, debido quizás al mayor ingreso de estos grupos. La ena argumenta que en circunstancias de exposición semejantes, el consumo de marihuana, cocaína y sus derivados es el mismo entre hombres y mujeres, es decir, la diferencia entre hombres y mujeres se debe a la exposición, no al consumo subsecuente. Esto puede reflejar el gran poder adictivo de estas sustancias;
4. El consumo varía en función del riesgo asociado a diferentes sustancias adictivas. Actualmente, se considera que 19% de la población consume tabaco de manera activa; 4% consume marihuana y 2% cocaína. Así, podemos interpretar que es más común el consumo de aquellas sustancias cuyo poder adictivo percibido es menor y cuyos efectos se distribuyen en el tiempo (como sucede con el tabaco), y menos común el de las que tienen un mayor riesgo adictivo percibido (que incluso inhibe a las personas a experimentar) y mayores costos asociados en términos de productividad y salud, como la cocaína y sus derivados. La percepción del riesgo puede ser equivocada en ciertos casos (el tabaco es muy adictivo y sólo 66% de la población lo considera así), pero lo que importa es la percepción de las personas;
5. El precio de los productos afecta el consumo. La ena indica que si a las personas se les ofrecen drogas a bajo costo o regaladas, es más probable que experimenten. Si a un menor precio corresponde un mayor consumo, se tiene evidencia de uno de los mecanismos del modelo racional;
6. En concordancia con el punto noveno del apartado anterior, la mayoría de las personas intentaron dejar el cigarro (un bien altamente adictivo) súbitamente (50% de los adolescentes y 59% de los adultos) y sólo una minoría gradualmente (10% de los adolescentes y 12% de los adultos). Además, únicamente 1% de los adolescentes y 3% de los adultos se han sometido a algún tratamiento para dejar de fumar. Esto puede significar que las personas creen poder establecer un plan para dejar de fumar y que se sienten en control;
7. Quienes dejaron de fumar lo hicieron después de tomar conciencia del daño que la adicción causaba a su salud. La información genera un cambio de comportamiento.
¿Qué podemos concluir con esta, escasa, información? Esta revisión de datos no buscó validar alguna de las teorías expuestas anteriormente, sino resaltar que existe una interpretación diferente de las adicciones que puede arrojar luz sobre algunos comportamientos que observamos en la realidad. Yo estoy convencida de que, en general, las personas deciden su plan de vida balanceando los beneficios de corto plazo con los de largo plazo (de acuerdo al modelo de Becker y Murphy). Creo también que las personas pueden llegar a encontrarse en una situación no deseada, a la que arribaron por falta de información, incertidumbre y/o cambios en la valoración de la vida restante (los refinamientos hechos al modelo de Becker y Murphy). Tomar en cuenta todos los elementos nos ayuda a comprender mejor el problema.
La discusión teórica resumida en los párrafos anteriores no es meramente cultural; a cada interpretación del problema de las adicciones se asocian distintas políticas públicas. De entrada, si se supone que las adicciones se deben a actos impulsivos, a que las personas no se percatan de los costos futuros de su comportamiento –son miopes– o a que no tienen autocontrol, ni las políticas públicas de información ni un incremento en los precios reducirán el consumo del bien. Los individuos tendrían que ser tutelados y obligados a abstenerse. Obligarlos no es fácil pues no hay ninguna razón para pensar que quieran cooperar; los adictos no escucharán ningún argumento. Ahora bien, si los tratamientos resultaran exitosos, el bienestar de las personas crecería.
En el supuesto de que las adicciones son resultado de acciones racionales, como lo postulan Becker y Murphy, la intervención del Estado se justifica únicamente en términos de las externalidades (que la acción de una persona afecte el bienestar de otra persona) que las actividades adictivas generan. De hecho, una regulación basada en argumentos ajenos a las externalidades podría llevar a las personas a ser más infelices de lo que son, inclusive con su adicción. Es por ello que la política pública se reduce a limitar el consumo de tabaco en lugares públicos, para evitar el fenómeno de los fumadores pasivos, o a evitar que las personas conduzcan bajo los efectos del alcohol y afecten a terceros.
Si las personas toman decisiones que, a lo largo del ciclo de vida, resultan subóptimas (como en los modelos refinados de Gruber-Köszegy y Orphanides-Zervos), entonces el Estado tiene razones para intervenir; se justifica una amplia gama de acciones.
Lo primero que debe hacer el Estado es proporcionar información sobre el poder adictivo de las sustancias y los costos de las adicciones. El empaquetado de los cigarros y el tabaco es un ejemplo claro de este tipo de intervención estatal. La publicidad en medios masivos es otra posibilidad. Especialmente, el Estado debe tratar de contrarrestar la presión de los grupos de amigos. La literatura ha documentado que los adolescentes sobreestiman el consumo de drogas que hacen sus amigos y, entonces, subestiman el daño potencial o poder adictivo. Mediante programas educativos abocados a rectificar esta desinformación, se debe mostrar a los jóvenes que, al contrario de lo que creen, la mayoría de la gente de su edad no consume drogas. Asimismo, las personas deben estar conscientes de la diferencia entre lo que hoy creen que podrán y lo que efectivamente serán capaces de hacer llegado el tiempo: muchas personas no cumplen sus planes de dejar el consumo de un bien adictivo cuando se lo prometieron.
En muchos países se ha optado por lo que se conoce como “impuestos del pecado”. Es decir, impuestos al tabaco o al alcohol. Como con cualquier impuesto, sus efectos en términos de bienestar deben ser analizados con cuidado. Si, por un lado, el impuesto efectivamente reduce el consumo del bien adictivo, se puede esperar un mayor bienestar entre los consumidores con problemas de consumo subóptimo; si, por el contrario, los impuestos no reducen el consumo, el bienestar de los individuos se ve afectado (pues gastan más en el bien adictivo y menos en otros bienes de consumo), al tiempo que no se mitigan los problemas de autocontrol y las externalidades. La evidencia ha demostrado que, efectivamente, el incremento en el precio del alcohol, el tabaco y la comida chatarra, como consecuencia de un incremento en los impuestos, disminuye en promedio el consumo de estos bienes. Además, se tiene evidencia de que las personas con mayor control o que valoran más el futuro son las que responden mejor a los incrementos en los precios, mientras que los que valoran más el presente o tienen menor voluntad responden menos. No obstante, estos estudios han reportado el efecto en la población en general y no específicamente en los adictos. Los resultados indican que los impuestos deben ir acompañados de otras medidas que apoyen a las personas con bajo autocontrol, especialmente los adictos.
Un grupo especialmente importante son los jóvenes. En términos de la discusión anterior, los jóvenes pueden carecer de suficiente información o estar desinformados en lo que se refiere al poder adictivo de las sustancias: es posible que sus amigos mientan sobre la cantidad que consumen, o que ellos mismos consuman ocasionalmente altas cantidades de alcohol o drogas y que ello no afecte mucho su productividad. Así, no sienten la necesidad de limitarse y son en general impacientes, es decir valoran más el presente que el futuro. La experimentación con tabaco, alcohol y drogas debe evitarse por completo. El Estado debe establecer penas muy severas a quienes vendan cigarros, alcohol o drogas a menores de edad; debe establecer campañas de información enfocadas en este grupo de edad, e invertir en la rápida detección y tratamiento.
Temas adicionales
Antes de terminar me gustaría discutir tres temas relacionados con el estudio de las adicciones pero que no se ven como parte de éste. El primer tema es la literatura relativa a la formación de capacidades a lo largo del ciclo de vida, cuyo principal representante es el profesor James Heckman de la Universidad de Chicago. De acuerdo con esta literatura, es en los niños pequeños –preescolares de cero a tres años, aproximadamente– que se establecen las habilidades cognitivas (aprendizaje) y no cognitivas (personalidad), así como la salud general; estos componentes son los que más inciden en los resultados económicos y sociales de las personas. Por ejemplo, se ha documentado que la inversión en estos años de vida puede explicar los salarios en la edad adulta, pero también los embarazos juveniles e inclusive la participación en actividades delictivas. En relación con el tema que nos ocupa, estudios recientes documentan que la estabilidad mental de los padres y el abuso de sustancias influye en el desarrollo escolar y el comportamiento de los niños. Con base en esta evidencia, la estabilidad del hogar y de la salud mental de los padres puede tener un efecto notable en el desarrollo de los niños pequeños en el corto y largo plazos; por el contrario, el consumo de sustancias adictivas por parte de los padres puede ocasionar daños permanentes en los niños.
El Estado debería desarrollar un programa prioritario y amplio que ayude a identificar y apoyar a niños pequeños que viven en condiciones desfavorables, más allá de los que buscan mitigar la violencia intrafamiliar.
El segundo tema tiene que ver con la corresponsabilidad del Estado y la familia. Este asunto no se relaciona exclusivamente con las adicciones; abarca todos los aspectos que determinan el bienestar de las personas. La pregunta que se quiere responder es: ¿hasta dónde llega la responsabilidad del Estado y hasta dónde la de la familia? Está claro que se tiene que buscar el equilibrio entre estos dos agentes y que el equilibrio puede variar. En materia de educación o de prevención, promoción y atención de la salud, por ejemplo, probablemente la acción del Estado es más importante que la de la familia. Por su parte, la familia juega un papel fundamental en el control de las conductas adictivas de las personas, especialmente las de los jóvenes. En el párrafo anterior mencioné la importancia del ambiente familiar en la formación de capacidades de niños pequeños. Pero la acción de la familia debe ir más allá de esta etapa de la vida. Los padres, hermanos mayores y otros miembros de la familia deben establecer mecanismos que, en la medida de lo posible, eviten que los jóvenes experimenten con sustancias adictivas. Informarlos, restringirles el acceso, limitarles el dinero, son ejemplos que se desprenden de los argumentos expuestos anteriormente. El Estado debe estar allí, pero la responsabilidad de evitar conductas dañinas debe recaer principalmente en los padres, con excepción de las familias que en general no toman buenas decisiones, en cuyo caso el Estado debe ser el principal protector de niños y jóvenes.
El tercer tema es el de las adicciones y la política de legalización de las drogas. Los proponentes de la legalización de las drogas argumentan que la violencia asociada al narcotráfico disminuiría con la legalización, tal como sucedió cuando se legalizó el alcohol en los años treinta en Estados Unidos. Si bien se reconoce que no resolvería todos los problemas, la legalización implicaría una disminución del precio de las drogas, de los beneficios de las organizaciones criminales y de su poder para corromper autoridades, así como la eliminación de múltiples causas de violencia.
Los modelos de la corriente racional antes descrita señalan que si el precio del bien adictivo disminuye, el consumo aumenta. ¿Cómo se justifican entonces, bajo esta premisa, las propuestas para legalizar las drogas?
El mismo Becker, defensor público de la legalización de las drogas, admite que para compensar la disminución del precio –que, efectivamente, iría de la mano de un aumento en la demanda– se deben establecer al mismo tiempo “impuestos a los pecados”. Para que los impuestos efectivamente incidan en el precio es importante que el mercado informal sea pequeño. Becker expone que existen múltiples motivos para creer que el mercado formal sería el preferido por los consumidores y los proveedores, entre ellos la seguridad y los beneficios de dicho mercado, como el acceso al crédito. Un buen ejemplo de este argumento lo encontramos en el tabaco y el alcohol: a pesar de que estos productos están sujetos a altos impuestos, la mayoría de sus mercados son formales. Asimismo, se deben establecer regulaciones con penas muy severas, como en el caso del cigarro y el alcohol, para evitar externalidades negativas, como las mencionadas anteriormente, y se debe tener especial cuidado con los jóvenes. Los recursos que hoy se destinan a perseguir a los productores y distribuidores de drogas pueden dedicarse a estos fines.
En resumen, más allá de la revisión bibliográfica del tema de las adicciones, me gustaría enfatizar que el análisis de las adicciones desde el punto de vista económico puede complementar el amplio conocimiento que se tiene del tema desde otros enfoques, principalmente el médico y el psicológico. Estoy convencida de que el Estado debe jugar un papel central en el tratamiento de personas con adicciones de alcohol, tabaco, drogas y comida. Todos los enfoques deben analizarse para establecer las mejores políticas públicas en el tema. La interpretación económica establece conjeturas muy claras que pueden favorecer la toma de decisiones.
Entre paréntesis, comento que hubiera querido proporcionar más información sobre el consumo de sustancias adictivas con base en la ena 2008. No obstante, esto no fue posible porque las bases de datos de la Encuesta no son públicas, a pesar de que ésta se financia con recursos públicos. Esta situación –que se extiende a múltiples encuestas financiadas con recursos públicos– debe cambiar a la brevedad: todas las bases de datos financiadas con recursos públicos deben ser accesibles para cualquier persona. EstePaís
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NELLY AGUILERA es Coordinadora de Investigación del Centro Interamericano de Estudios de Seguridad Social.
no comprendí bien lo que este articulo nos quiere dar a entender de cualquier forma gracias
Me parece muy interesante y sobre todo de mucha utilidad su articulo, bues brinda herramientas para argumentar de una forma más sistémica y sólida los mecanismos de enfrentamiento a las adicciones, porque ademas debemos ubicar que el problema no son las drogas, sino las adicciones.
Se debe hacer mayor difusión a todo el esquema que implica la legalizacion de las drogas, que no se trata, como mucho se piensa y se teme, en una situacion caotica y desenfrenada, que ademas de la legalización existen medidas del tipo «impuestos al pecado» etc.
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