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En mi pueblo, y en toda la región, recuerdo que había dos tipos de escuelas primarias, las de “Educación formal” en las que todas las materias se enseñaban en español y las escuelas “bilingües” en las que se impartían clases en ayuujk (sólo mientras los alumnos aprendíamos español). El trato oficial hacia este segundo tipo de escuelas era, por decirlo de algún modo, peculiar. Los padres de familia en general pensaban que debían evitar enviar a sus hijos a las escuelas bilingües pues se decía que recibían una educación de menor calidad, estas escuelas tenían instalaciones más precarias y los profesores bilingües recibían un salario mucho más bajo en comparación con los profesores del sistema “formal” que sólo impartían clase en una lengua: el español. Esto a pesar de que la mayoría de los niños hablábamos ayuujk como lengua materna. Sobra decir que lo profesores bilingües intentaban cambiarse al sistema “formal” en cuanto era posible. Se entendía que la palabra “bilingüe” tenía una connotación negativa, opuesta a “lo formal”.
Durante el primer viaje que hice a la Ciudad de México, cuando ya había aprendido a leer en español, me di cuenta que, infiriendo información de varios anuncios y de ciertas conversaciones, existían escuelas bilingües también, pero que las personas trataban de enviar a sus hijos a esas escuelas y que los profesores de estas escuelas ganaban un mejor salario. Las secretarias bilingües eran más apreciadas que las monolingües y me di cuenta que, en general, la misma palabra “bilingüe” tenía una connotación positiva. Y como les había dicho, por un instante pensé, al igual que pensaba en ese entonces mi hermana menor, que en la Ciudad de México, además de español, la mayoría de los habitantes también hablaban náhuatl y que lo tendrían en muy buena estima.
Pronto me explicaron que no, que “bilingüe” significaba poder manejar dos lenguas: inglés y español. Fue entonces que me di cuenta de el problema no era hablar dos lenguas, sino cuáles eran esas lenguas. Me di cuenta que hay clases de bilingüismo y al menos uno de ellos parecía ser indeseable: hablar una lengua indígena implicaba tener un menor sueldo como profesor y, aún más, un menor prestigio dentro del sistema educativo.
Entendí, en pocas palabras, que no es lo mismo ser bilingüe que SER bilingüe.
SER bilingüe es pensar de dos maneras distintas el mundo por lo tanto es reconocerse dos veces en el espejo de los otros . por eso a veces no los vermos o, no nos ven por que no hay reflejo en el espejo, a veces no hay ni espejo..( yo no soy bilingüe y me da pena reconocerlo.quiza entiendo el nahuatl si lo leo pero no lo hablo… aunque creo o pienso que pienso en español y en nahuatl
Soy hispanoparlante nativo, y debo decir que esto es horrible. Incluso yo mismo, hispanohablante nativo, cuando refiero que hablo maya, me veo inmediatamente menospreciado; suele hacer falta que aclare que domino una lengua europea para que el estigma se borre. Esas son pendejadas. Aquí, tinocniuh, in íits’in (mi amiga, mi hermana), seguimos luchando por que esa situación cambie. ¡Ko’ox t’aanik máasewal t’aan!