Hoy festejaremos el inicio de un año más de la era cristiana, el 2013. Hace unos días celebramos, incluso junto a aquellos que no se lo proponían, el nacimiento de Dios. Las fiestas de su natividad debieron recordarnos, de acuerdo a la tradición, que él hizo un compromiso con nosotros. ¿Lo mantiene?
En su libro Dejarás a tu padre y a tu madre, Philippe Julien nos recuerda que durante veinte siglos la muerte del hijo de Dios se ha interpretado a través de dos claves distintas: mediante la primera, su sacrificio es visto como la ofrenda necesaria para unir a los hombres y salvarlos de los pecados cometidos desde Adán. En lo sucesivo, estarán en condiciones de imitar el sacrificio que Dios hizo de sí mismo, y de hacerse salvos.
El otro modelo, por el contrario, secundaría la incomprensión inicial expuesta por Jesús: “…aparta de mí esta copa …”, “Padre mío … ¿por qué me has abandonado?”, y se resolvería en una aceptación simbólica de la ausencia divina, de que en los asuntos de esta tierra, el Señor prefiere no intervenir: “Aquí no se trata de un goce masoquista –señala Julien–, sino de la adhesión a un padre no poderoso que, con su hijo, calla ante la violencia de la maldad humana: por medio de ese hijo, se revela precisamente un padre despojado de su poder, entregado y abandonado a las consecuencias afortunadas o desafortunadas de la libertad y de los deseos humanos”. Una enseñanza atea del cristianismo, dice recordando a Hegel.
Siguiendo este argumento es que Nietzsche pudo en su oportunidad decretar la muerte de Dios, a quien nosotros habríamos asesinado. Si uno de sus atributos es la omnipotencia, y esta ha brillado por su ausencia durante los holocaustos del mundo, puede que su silencio delate algo más que un retiro parcial.
Una de las proposiciones más interesantes que pueden derivarse del libro de Julien es que en nuestro desarrollo individual –siguiendo la consigna ideada por Hegel de que el ser humano repite en su camino la historia de la humanidad–, se exige a cada individuo la aceptación parcial de la ausencia de un padre omnipotente. Esta es necesaria y su rechazo, conduce a las anomias religiosas, fascistas o socialistas provocadas por hombres y mujeres deseosos de un padre todo poderoso que venga a resolver los problemas del mundo. Si Dios existe, debe estar por fuerza más allá. Nuestras democracias laicas repiten esta consigna hasta el cansancio.
El problema es que, tal como lo ha dicho el filósofo Danny Robert-Dufour, muchos hombres y mujeres no se encuentran preparados para esta remisión divina y por tanto, la posmodernidad no solamente significa la desaparición de los grandes relatos que nos daban soporte, sino una amenaza al sujeto histórico y sobre todo, al de la ilustración: el fanatismo de sectas con mesías vivos; la depresión del 20% de la población y el Prozac como mecanismo de apaciguamiento; el consumo de drogas más allá de sus fines recreativos; la delincuencia organizada o la locura de sujetos como el asesino de masas Breivik, son fenómenos que intentan restituir, a como dé lugar, al padre extraviado, o bien actuar un enojo furioso por su ausencia.
Este año que termina vio desfilar a varios productos notables de esta anomia –del problema de la declinación de la función paterna, como lo han denominado sociólogos, filósofos y psicoanalistas. Aristegui noticias ha nominado como antipersonajes del 2012 a James Holmes “El Guasón”, quien mató a 12 personas e hirió a otras 58 en un cine de Colorado; a Adam Lanza, que asesinó a 24, la mayoría niños, en una primaria de ese mismo estado norteamericano; al presidente sirio Bashar Al Assad, responsable de matanzas a lo largo de ese país, y a varios otros extranjeros o mexicanos entre los que se cuentan Genaro García Luna y el ex dictador de Azerbaiyán, Heydar Aliyey (su estatua).
¿A falta de Dios, más allá de la muerte prematura de su hijo, no hay nada que pueda devolvernos la certeza, no ya de un paraíso o un infierno que disuadan a los hombres de actuar su maldad intrínseca, sino que nos brinde un norte claro para separar bondad y corrupción? Muertos los relatos ordenadores, ¿debemos creer que no hay ninguna ley que establezca de una vez por todas lo que puede y no puede hacerse?
Los relativistas podrán insistir en que la moral es un árbol que da moras, pero en nuestro fuero interno la mayoría de nosotros seguimos escuchando la voz de la conciencia, que no se deja persuadir de su artificio. ¿De dónde surge su autoridad? ¿Por qué acompaña al hombre a pesar de la muerte decretada de los dioses?
Para explicar su origen, Freud fabricó el mito del Padre de la horda primitiva, que poseía a todas las mujeres y en razón de aquél estado de cosas provocó que sus hijos se rebelaran, lo asesinaran y además, se lo comieran (detalle que subraya su talante primitivo). Freud no se olvida de indicarnos que esta horda jamás existió, pero que en nuestro fuero interno, generación tras generación, actuamos como si el asesinato hubiera tenido lugar, lo que da cuenta no sólo de nuestro sentimiento inconsciente de culpa sino de la voz de la conciencia que nos impele a respetar la ley básica compartida por todas las civilizaciones. Actuamos como si nuestros antepasados (y nosotros mismos, siguiendo la historia de la humanidad en nuestro desarrollo) se hubieran sentido tan culpables por el asesinato de su progenitor, que para no repetir jamás las condiciones que lo provocaron hubieran fijado de una vez y para siempre la norma que prohíbe al hombre gozar de todas las mujeres, dando paso a la prohibición del incesto.
Si Élisabeth Roudinesco, historiadora del psicoanálisis, ha definido a Tótem y Tabú como “un texto de inspiración kantiana”, es precisamente por su carácter explicativo de la ley moral: en los hechos, todos los seres humanos actúan en respuesta a la misma, ya sea obedeciéndola, ya transgrediéndola. De lo que no puede dudarse es de su existencia. Esto es así porque su necesidad es de índole lógica: si no existiera la prohibición del incesto, no habría lugares distintos ni personalidades diversas. Todos los hombres y mujeres serían como el león descrito por Borges, que no ha dejado de ser en todas las épocas y en todos los siglos, el mismo león de siempre. Por tanto, esta gran prohibición da paso no sólo al orden sino a la humanidad. Esta ley ha parido a la razón a partir de las tinieblas. Así, a través suyo la razón se ha creado a si misma tal como dicen, lo hizo Dios en su momento. Se trata, dirían algunos, de un milagro, de un chispazo de conciencia. Y si esta ley implica el derecho a un lugar para cada quien, un sitio distinto al de los otros, y establece un derecho a la existencia, a la vida, ¿por qué no todos los hombres y mujeres la obedecen?
Al parecer, el problema radicaría en la interpretación que adelantan de la misma. Jaques Lacan decía que algunos hombres y mujeres escuchan su mensaje en forma invertida. Así, la socialización de la ley tendría un peso enorme en nuestros destinos. Algunos la escuchan, pero la desobedecen. Interpretan demasiado pronto que los dioses han muerto –y efectivamente un enunciado de la ley misma nos impele a remitirlos más allá. Otros la entienden al revés. Hitler o Sade son ejemplos de interpretaciones perversas. ¿Cómo mejorar y promover la escucha de la ley?
Que este año que inicia, sea propicio a la reflexión sobre esta ley, y sobre el nacimiento de la razón, que es de muchos modos el origen de todos nosotros. Feliz 2013.
Muchas gracias Deivid! Abrazo!
Esperamos un año de muchas buenas razones para crear, Feliz 2013 Antonio!