El puente que va de la oralidad a la escritura está plagado de metamorfosis, tantas que al final la lengua reflejada en el espejo del texto escrito apenas poco tiene que ver con la lengua oral. Escribir nos obliga de algún modo a reflexionar sobre la estructura que subyace a la lengua, sobre todo cuando escribir se convierte en una creación y no solo en la transcripción de lo que decimos en la oralidad. La escritura nos llega a atravesar de tal manera que resulta muy difícil pensar en el sonido de la primera vocal del abecedario sin pensar en la imagen “A”o “a”. Trate de hacerlo. Trate de pensar en el sonido de la palabra “pensar” sin pensar en la imagen “pensar”. Es complicado. Es verdad que la acústica de una palabra también nos remite a otras realidades mentales y asociaciones que no son necesariamente la imagen de las letras que la conforman, pero dentro de estas realidades mentales, los lazos entre las palabras y su imagen escrita juegan un papel muy importante.
Entre la oralidad y la escritura, los espacios que insertamos entre palabra y palabra me seducen porque implican una reflexión tácita sobre la lengua. Al leer, nadie hace pausas por cada espacio entre las palabras, nadie habla así. ¿Por qué escribimos espacios entre las palabras si no hay silencios entre ellas en la oralidad? Los niños que escriben “voya jugar” en vez de “voy a jugar” evidencian que la escritura implica siempre reflexión.
Me pregunto en qué pensaba yo al pensar en la acústica de las palabras antes de ser alfabetizada. Solamente una vez, una vez nada más se atraviesa el proceso mediante el cual la escritura transforma la manera en la que nos relacionamos y pensamos la lengua. Después, podremos aprender a escribir otras lenguas pero a eso ya no podemos llamarle alfabetización como tantas veces me lo dijo Elisa Vivas, experta en lengua escrita, mientras hablábamos sobre el tema. Solamente una vez nos iniciamos en el mecanismo de la asociación de escritura y lengua. Aprender a escribir las segundas lenguas que adquiramos solo será una adecuación de ese mecanismo que una vez fue injertado en nosotros.
El hecho de que me hayan alfabetizado en español y no en mi lengua materna seguramente determinó de algún modo mi relación con la lengua escrita. Nunca experimentaré la alfabetización en ayuujk; aún cuando haya aprendido después a leer y escribir en mi primera lengua, la experiencia de iniciarme en la escritura a través de ella me fue arrebatada como sucede aún con muchos niños hablantes de una lengua originaria. ¿Cuáles son las diferencias? ¿Cuáles hubieran sido los errores que hubiera cometido yo al aprender a escribir español una vez que hubiera sido alfabetizada en ayuujk? ¿Hubiera podido alfabetizarme en las dos lenguas al mismo tiempo de haber sido bilingüe?
La alfabetización en una lengua que no hablamos ha tenido consecuencias insospechadas, por ejemplo, en los procesos de creación de abecedarios y sistemas de escritura de lenguas indígenas que retoman su tradición escrita o que la comienzan. Muchas de las largas discusiones sobre cómo debe escribirse tal o cual fonema se explican porque, al haber sido alfabetizados en español, los involucrados asumen que las “letras” deben “sonar” como lo hacen en esa lengua. Y no, cada letra o elemento de un sistema gráfico puede estar asociado al elemento que se decida por convención. La relación entre las palabras y sus imágenes escritas no es determinante, de ahí que podría utilizar los caracteres del silabario japonés o inventarme un nuevo conjunto de signos para escribir español.
No he sido alfabetizada en ayuujk, es verdad, pero al escribirla nadie me quita el placer de ir averiguando sobre los espacios que debo imponer a las palabras que sin silencios salen de mi boca. Me pregunto si se escribirá “akmen” o “ak men”. Me pregunto y sigo reflexionando.