Hace unos meses, tuve la fortuna de conversar con un economista estadounidense muy reconocido. Aproveché la oportunidad para preguntarle sobre cualquier cantidad de cosas, un poco como un niño pidiéndole a Santa Claus todos los regalos que quiere. Me imagino que lo harté un poco, pero no me quedaba de otra, ya que tal situación no se presenta con mucha frecuencia, y con una paciencia admirable, contestó todas mis dudas.
Una de mis preguntas fue cuando podemos esperar que el crecimiento histórico de China se frene. Ya lo ha hecho, me dijo, desde hace tiempo. Nada más están manipulando las cifras de inflación para que parezca que todo siga igual.
Otras fuentes dicen algo parecido. Las importaciones decrecieron de manera significativa al final del 2011. Una encuesta de economistas publicada por Reuters pronosticaba un descenso en su crecimiento de casi 1 por ciento del PIB este año. Y Nouriel Roubini, el pesimista famoso apodado Doctor Doom, recién publicó una columna en que criticó fuertemente al gigante asiático por apostar por la inversión en proyectos públicos innecesarios para impulsar su crecimiento. Como consecuencia, Roubini, cuya fama se debe en parte por su pronóstico de la crisis de 2008, dice que después de la transferencia de poder dentro del partido comunista en 2012-13, China sufrirá un “duro aterrizaje”.
El consenso, pues, es que en los años que vienen, será cada vez más difícil, si no imposible, mantener un crecimiento de 9, 10, u 11 por ciento. Una expansión de 5 o 6 por ciento aún es envidiable, pero tal desaceleración en el país más grande del mundo representa un cambio para la economía mundial.
Por tres décadas, la noticia económica más importante del mundo ha sido el alza de China. Este país enorme –uno de cada cinco humanos es chino– superó décadas de guerra y zozobra, encontró nuevas maneras de fomentar una mayor productividad, y empezó a crecer. Vaya que empezó a crecer. Después de treinta años, China es ya la segunda economía más grande del mundo. Ha mantenido niveles de crecimiento del PIB en cima de 10 por ciento en la mayoría de los últimos 30 años. Dentro de unas décadas, todo indica que va a superar a EU como la mayor economía del mundo.
Por más impresionante que sea, cabe recordar que el alza de China no es algo insólito; de hecho, por una gran parte de la historia de la civilización humana, China ha sido el sitio de los reinos más importantes del planeta, desde la dinastía Tang, en los siglos 7 y 8, hasta la Ming que se estableció unos cinco siglos después. Los últimos doscientos años de dominación extranjera y debilidad interna han sido, pues, una anomalía; la trayectoria desde los ‘80 hasta la fecha representa un regreso a la normalidad para China.
Sin embargo, este regreso de China ha sido visto con algo de miedo tanto en México como en Estados Unidos, aunque por razones distintas. Los mexicanos temen un China, con costos bajísimos de mano de obra, que puede producir mucho más a un mejor pecio, y por lo tanto quitarle su parte del mercado americano. Y con razón: a pesar de la cercanía geográfica y los vínculos establecidos en Nafta, China desplazó a México como el segundo socio comercial de Estados Unidos desde 2006. .
Por su parte, los de la Unión Americana ven amenazada su supremacía económica y militar. La competencia económica directa con China no es tan importante para Estados Unidos, ya que se concentran en productos y servicios muy distintos, y con un presupuesto militar estadounidense seis veces más grande que el de China, al parecer los temores no tienen mucho sustento. Pero para los estadounidenses que han escuchado “We’re Number 1!” por toda la vida, cualquier manifestación de paridad económica –y ni mencionemos superioridad– representa un duro golpe psicológico. .
Pero por más que asusta la expansión desmedida de China, la ausencia de la misma va a generar complicaciones serias en casi cada rincón de la tierra. La economía mundial es cada vez más interconectada, y la demanda china se ha convertido en el mayor motor económico en el mundo. Todos dependemos de ese motor; todos los países son socios, aunque sean rivales a la vez.
En nuestro hemisferio, los países sudamericanos que venden a China cada vez más hierro, soya, cobre, y combustible son los que serán más perjudicados, pero el impacto se sentirá en América del Norte también. Una China que crece a un ritmo de 5 por ciento en lugar de 10 por ciento implica que Estados Unidos, en medio de una recuperación tambaleante, pierda un fuerte impulso económico. Como hemos visto en muchas ocasiones, un Estados Unidos económicamente debilitado se puede convertir en una pesadilla para México.
Puede que el fin de esa expansión histórica de China provoque alegría en los dos lados de nuestra frontera, pero no debería.