Para Analú.
Quizás el mayor reto de la academia sea tocar los temas que se discuten en las calles, aquellos que ocupan y preocupan a las amigas que toman café, los que no nos dejan dormir, los que nos ilusionan, los que nos constituyen. A la filosofía y a las llamadas ciencias sociales les es más cómodo refugiarse en su propio discurso, en su soliloquio.
Por eso celebré que la Asociación de Desarrollo Humano de México eligiera dedicar la reflexión de su más reciente congreso a la pareja. También por eso me aterró (y en principio rechacé) la invitación a presentar una de las conferencias plenarias de dicho congreso.
Pasó lo que tenía que pasar (Gina Díaz Barreiro de por medio) y estuve allí, inusual e inesperadamente satisfecho, usurpando el lugar a cualquiera de los que se sentaron en primera fila. Haciéndolo incluso cínica y gozosamente.
Mi alegría da para recuperar —todavía con la satisfacción del encuentro— en este texto un resumen de las ideas que pude articular sobre un tema que, por formar parte de mi propio aparato visual, difícilmente puedo ver.
Lo que alcancé, ayudado de un espejo triple en el que, a manera de un caleidoscopio, se reflejan tres dimensiones, necesarias pero nunca suficientes, del polivalente anhelo que es la vida en pareja.
La primera dimensión la constituye la danza de las expectativas. El encuentro con el otro despierta, necesariamente, a pesar de nosotros mismos, expectativas positivas y negativas, conscientes e inconscientes.
Primero, libramos en nuestro interior una lucha entre expectativas positivas y negativas. Después, cuando las primeras se imponen, nos arriesgamos al encuentro. Entonces, ya en el terreno de lo interpersonal, libramos la batalla de la clarificación de expectativas frente al otro para, la mayor parte de las veces, desencontrarnos y, algunas pocas, ir gestando las pequeñas promesas y compromisos, sutiles y precarios, que constituyen la primera versión de una relación.
A este primer territorio pertenecen también el afianzamiento de compromisos, los síntomas de inestabilidad, las negociaciones, el rompimiento de expectativas y el cumplimiento de temores, el distanciamiento probable, la apatía y la también probable renegociación.
Se trata —entenderán los que lo hayan transitado— de una dimensión necesaria pero no exenta de desgaste y de cansancio en la que terminan sucumbiendo no pocas parejas.
El terreno de la libertad, con sus renuncias y sus elecciones —incluida la manera como atenta contra nuestra unidad y reta nuestra grandeza, incluida la forma como nos termina constituyendo— es también constitutivo de la vida en pareja. Elegimos este estilo de vida, elegimos al otro. Más específicamente, hay una forma especial de elección —caprichosa, improbable y gratuita— que constituye la segunda dimensión de la vida en pareja, aunque no todas las relaciones la alcancen a degustar.
Se trata de la única respuesta sensata a la pregunta “¿por qué me quieres?”, del gratuito y libérrimo “porque sí”, de la gratuidad que despierta en nosotros la dignidad.
Caer en la cuenta de que alguien haya decidido que lo mejor que pudo hacer con su vida es compartirla con nosotros es sencillamente emocionante: un regalo que no siempre alcanzamos a valorar, ni somos siempre capaces de agradecer.
Cuando logramos apreciarlo, no obstante, reconocemos la sacralidad de nuestra existencia, nuestra vida se reconoce súbitamente pura y digna, más allá de cualquier transacción, de las leyes del intercambio, la racionalidad y el comercio.
Se trata literalmente de un segundo nacimiento, de experimentar en nuestra carne lo que filósofos y teólogos han perseguido por siglos, de lo que han llamado sagrado, fin en sí mismo, digno, invaluable, incondicionado, para sí; de reconocer gozosamente en nosotros mismos el valor de lo humano.
Finalmente está la dimensión de la esperanza, que es una visión compartida de futuro y es, también, una celebración del acontecer.
A una pareja de amigos les fue pronosticado médicamente que el hijo que estaban esperando tenía síndrome de Down. Decidieron juntos seguir adelante con su embarazo y vivieron semanas marcadas por el ajuste de expectativas, la inseguridad, una gran intensidad emocional y nerviosismo.
Para sorpresa de todos, especialmente del médico, el niño nació finalmente sin el citado síndrome.
Me quedé pensando que era un niño especial, bendecido por el cariño incondicionado de sus padres.
Hace poco se lo dije y supe al hacerlo que, en justicia, podría decírselo a muchos, incluido yo mismo, muchos amigos, mis hijos, cualquiera que ya hubiera sido bautizado en ese segundo parto —el de la gratuidad y la dignidad— al que me he referido.
Pero la vida en pareja —el tema que nos ocupa— no solo nos invita a honrar la opción gratuita del otro, que es nuestro bautizo en la dignidad: nos propone también, irremediablemente, bautizar y crear, proyectarnos al futuro, prometer, atender la vocación expansiva del amor: vivir no solo la espera, vinculada al transcurrir de la vida, sino la esperanza, que es del orden del acontecer y que, por lo tanto, no está sujeta al calendario.
Todo embarazo, incluido aquel del que provenimos, es, como toda apuesta, una promesa. Por serlo resta al futuro algo de su impredecibilidad constitutiva.
Cuando se trata de una promesa compartida, plural, de un compromiso, el espacio que se le arrebata al futuro es aún mayor.
Negociar, optar y celebrar se antojan, pues, como tres dimensiones de la vida en plural que, además, resultan increíblemente complementarias.
Desde las tres vamos, quienes compartimos esta vocación, escribiendo cotidianamente y en plural, una historia tan única e irrepetible como nuestra existencia individual. ~
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EDUARDO GARZA CUÉLLAR es licenciado en Comunicación y maestro en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana, y posgraduado en Filosofía por la Universidad de Valencia. Ha escrito los libros Comunicación en los valores y Serpientes y escaleras, entre otros. Se desempeña como Director General y Consultor del despacho Síntesis.
Escuché una conferencia en un congreso de bioética que se llevó a cabo recientemente en la ciudad de Culiacán y me gustaría adquirir algunas conferencias en CD. Me informaría por favor en dónde puedo adquirirlas?
Su conferencia en Culiacán me pareció excelente.