A una semana de su salida de Los Pinos, tanto los detractores como los devotos de Felipe Calderón están de acuerdo en una cosa: su gestión no alcanzó lo prometido. Esto es especialmente cierto en el ámbito de la economía, precisamente donde más se necesita un avance.
Pero no ha sido por una falta de imaginación. Hace unas semanas, volví a leer el Plan Nacional de Desarrollo que se publicó en 2007, cosa que ahora sirve como un testamento a la ambición inicial del equipo de Calderón. Es decir, las páginas están llenas de una buena idea tras otra, sobre todo en el ámbito económico. Lamentablemente, en la mayoría de los casos, la sabiduría solamente se quedó en la letra escrita, sin haberse convertido en una realidad.
El PND de Calderón tiene cinco secciones principales, de las cuales una trata directamente de la economía. Las recetas que contiene reflejan no un dogma derechista que a veces se le atribuye a Calderón, sino un consenso internacional sobre las necesidades de países emergentes como México. Promete, por ejemplo, aumentar acceso al financiamiento para las PyMES; promover la creación y consolidación de estas mismas empresas, para mejorar la eficiencia; fomentar el empleo a través de incrementos en la productividad; y alentar la entrada de productores mexicanos al mercado mundial. En pocas palabras, busca impulsar la productividad en el sector más rezagado: las PyMES, el sector donde se encuentra 50 por ciento de la actividad económica y 70 por ciento de los empleos en México.
Para lograr este objetivo, los autores abogan por ciertos cambios en la forma en que el gobierno maneja la economía. Por ejemplo, buscar más coordinación entre los diferentes niveles de gobierno; mayor facilidad en crear nuevas empresas; el crecimiento de más clusters industriales, en que el gobierno colabore con el sector privado; y el movimiento hacia arriba en las cadenas productivas, para que las empresas mexicanas generen más valor agregado.
Igual y lo anterior no le suena a usted como algo tan maravilloso, pero insisto que el PND que salió hace casi seis años representa un resumen conciso de los nudos principales en la economía mexicana y las maneras más aptas de desenredarlos. Además, el hecho de que un conservador acérrimo como Calderón esté promoviendo un papel más intervencionista en el manejo de la economía demuestra como se ha concretado un consenso económico que puede guiar las políticas del país durante muchos años futuros.
Sin embargo, elaborar una lista de intenciones es muy fácil. Hacerlas realidad es otra cosa completamente, y ahí es donde ha fallado Calderón. Las opiniones internacionales sobre la economía de México han mejorado mucho en años recientes, pero el sexenio de Calderón no será recordado como una época dorada. Al contrario, se recordará que la mayoría de las reformas necesarias no se concretaron, que los mecanismos para implementar la agenda económica del PND no tuvieron el apoyo político y financiero necesario, que la economía creció lentamente, y que las filas de los mexicanos viviendo en pobreza creció por millones.
Así que repito, el sexenio de Calderón tuvo sus aciertos, eso sí, pero no cumplió con el programa ambicioso que se formuló al principio de su gestión. La pregunta ahora es, ¿por qué? ¿Será por la pésima suerte que le tocó a Calderón: el brote de influenza, y el recrudecimiento en la violencia vinculada con el crimen organizado? Hay evidencias que apoyan esta posición.
Otra teoría sostiene que no existe la suerte, y el problema verdadero es Calderón. Sus prioridades no fueron las correctas, y su liderazgo no fue suficiente para superar los desafíos que salieron y sacar adelante las pocas buenas ideas que sí tenía. Uno se pregunta si le habría quedado más espacio para reformas económicas si no tuviera que dedicar tanto tiempo y esfuerzo a temas de seguridad pública, cosa que fue necesario gracias en gran medida a la estrategia que el mismo Calderón buscó implementar.
La verdad queda entre estos extremos, y en unos días más, el debate ya será para los historiadores.