La atención dirigida hacia el estado espantoso de las cárceles mexicanas ha crecido en años recientes, pero uno de los elementos menos vistos es la calidad de vida dentro del sistema, y, más específicamente, los ataques sexuales sistemáticos que sufre una gran cantidad de los reos.
Un nuevo reporte del Buró de Estadísticas de la Justicia en Estados Unidos demuestra de sobra el grado del problema en aquel país. Según el reporte, que se basa en una encuesta de ex-habitantes de cárceles estatales y locales, casi 10 por ciento de los reos admiten haber sido atacados sexualmente durante su estancia en el sistema penitenciario. Esa cifra en sí es alarmante —con un total de casi 2.5 millones de reos en todo el país, 10 por ciento de ellos, implica la población entera de una ciudad mediana. Y por razones obvias, muchas víctimas del abuso sexual no quieren hablar de sus experiencias, lo cual implica que el número real puede ser mucho más alto. Peor aún, en una buena cantidad de los casos, el victimario era un empleado de la cárcel donde sucedió el ataque. Es decir, los agentes del estado no solamente no son capaces de proteger a sus encargados de violaciones sistemáticas, sino activamente las perpetran.
Este reporte más reciente cuadra con otros que ya habían salido, incluso unos que han documentado una crisis igual de grave en el sistema penitenciario juvenil. Según un estudio publicado en 2010, 12 por ciento de los reos juveniles, algunos que tienen hasta 12 años, reportaban haber sufrido un ataque en tan solo el año previo a la encuesta. En la gran mayoría de los casos, el atacante trabajaba en la cárcel.
Desconozco si hay estudios parecidos para el sistema penitenciario en México, pero no creo que el entorno tras rejas mexicanas sea muy diferente. Es más, ya que la disfunción dentro de los ceresos mexicanos es generalmente mayor que la de las prisiones estadounidenses, lo más probable es que el problema sea mayor en México. De todas formas, urge más investigación sobre el tema.
Lamentablemente, como indiqué en el principio de este post, cuando hablamos de los problemas en el sistema penitenciario, las protestas sobre la pobre calidad de vida generalmente o las violaciones específicamente quedan atrás. Los comentarios típicamente se tratan del desafortunado nivel de control ejercido por los criminales adentro, y las manifestaciones de esto mismo: riñas mortales, sobrepoblación, masacres sanguinarios, fugas masivas, y ataques contra los directores, entre otros síntomas.
Claro, hay quejas sobre la pobre forma en que viven los reos, pero éstas típicamente vienen de las familias de los mismos reos o de grupos de derechos humanos. No obstante la fuente, tales quejas no provocan mucho interés. En muchos casos, los reclamos de convictos parecen cínicos, simplemente intentos de fregar a la autoridad que los tiene metidos tras rejas. Aunque vengan de fuentes más confiables, muchos reaccionan con el siguiente sentimiento: nadie está dentro de la cárcel para pasársela chido, y cualquier desgracia que sufren es bien merecida. Es incluso un tema de risa: los chistes sobre la violación carcelaria han inspirado todo una jerga supuestamente cómica. Hasta se hizo una película dedicada a lo mismo: Big Stan, cinta que salió en 2009 con la actuación de Rob Schneider, por cierto una manera poco recomendable de pasar dos horas.
Esta creencia que los criminales merecen sufrir es entendible, pero muy equivocada. La primera razón es moral: por más mala que sea una persona, nadie debería sufrir tal desgracia. El castigo que se le impone a un convicto es tiempo en la cárcel, no la violación, y al ignorar este problema, la sociedad se convierte en un cómplice.
Para los que no les convence este argumento, es claro que todos tenemos un interés más directo en prevenir estos tipos de ataques: la gran mayoría de los que viven tras rejas van a volver a la sociedad en el futuro, y las personas que son abusadas repetidamente son más propensas a llevar trastornos antisociales y violentos. Entre más fregados deje a los convictos su experiencia tras rejas, más daño harán al acabar su sentencia. Y de ahí, se vislumbra un ciclo vicioso: los ex-reos vuelven a cometer crímenes, regresan a la cárcel, donde vuelven a ser violados o donde se convierten en los victimarios, dejando una nueva generación de convictos victimados.
Finalmente, si queremos que la cárcel sea una rehabilitación además de un castigo, deberíamos hacer más para que la cárcel no sea un infierno en el cual un reo no se puede recuperar.