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Zheng He navega de nuevo
Este País | Guillermo Máynez Gil | 01.04.2012 | 0 Comentarios

Robert D. Kaplan,
Monsoon: The Indian Ocean and the Future of American Power,
Random House, New York, 2010.

Varias décadas antes de que Vasco da Gama rodeara el Cabo de Buena Esperanza, iniciando la conquista europea de Asia, China estuvo a punto de dominar el océano Índico y convertirlo en su propio Mare Nostrum. El artífice de esa expansión fue un personaje singular, Zheng He. Mongol, musulmán, eunuco y almirante, Zheng llevó su flota de varios cientos de naves y aproximadamente 30 mil hombres a las costas de la India, Ceylán, el golfo Pérsico y el Cuerno de África, con el fin de comerciar y extraer tributos. A pesar del éxito conseguido en sus siete expediciones (la última, durante la que Zheng murió, finalizó en 1433), el emperador Xuande decidió ratificar una decisión previa de su padre, que daba por terminado definitivamente el programa naval del Imperio Chino, al menos más allá de sus propias zonas costeras. Esta extraña decisión tuvo consecuencias imposibles de exagerar: el súbito e inexplicable retraimiento naval de China abrió las puertas a la dominación europea del dinámico y rico océano. Los reinos y pueblos de lo que hoy es la India mantenían intensos contactos con los litorales a su alrededor, pero eran básicamente de naturaleza comercial y carecían de una estrategia naval militar. Así, los emperadores Ming sellaron el destino del Índico.

Pero hoy, con el ascenso de la India y China al primer plano de la economía y la geopolítica, todo está cambiando. El océano Índico ha recuperado su posición central en el tablero de las relaciones internacionales. En su más reciente y muy oportuno libro, Robert D. Kaplan aporta algunos datos reveladores: 40% del petróleo crudo que se transporta por mar pasa por el estrecho de Ormuz, y las marinas mercantes que utilizan el estrecho de Malaca contienen 50% de la capacidad mundial de carga. Estos dos estrechos, más el de Bab el Mandeb, en el extremo sur del mar Rojo, constituyen así los cuellos de botella más importantes y peligrosos del mundo.

La tesis central de Kaplan, quien es miembro del Defense Policy Board del Pentágono, afirma que es imprescindible que Estados Unidos reenfoque su política de seguridad internacional en este océano y sus litorales. Dicha tesis acaba de materializarse en dos hechos cruciales para el futuro de la seguridad global: el anuncio hecho en el Pentágono por el presidente Obama, el 5 de enero de 2012, sobre la nueva estrategia militar norteamericana, que se concentrará en Asia como prioridad, precedido en noviembre por la decisión de abrir una base militar con 2 mil 500 marines en Darwin, en el norte de Australia, la primera expansión significativa de Estados Unidos en el área desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de las restricciones presupuestales actuales de la política de defensa.

Con la presencia generalizada y permanente de Estados Unidos en la región –desde Israel, Palestina y Turquía hasta Australia y Japón– es en el océano Índico donde se desarrollará el drama de la geoestrategia del siglo xxi. Energía, alimentos, medio ambiente, materias primas, centros financieros, inversiones en proyectos gigantescos de infraestructura: los temas nodales tendrán en esta zona su principal teatro de operaciones. De donde se sigue que esta será la región más explosiva y delicada del mundo en materia de riesgos bélicos.

Como en sus demás libros (The Ends of the Earth, Balkan Ghosts, An Empire Wilderness, entre otros), la tesis de Kaplan está profundamente arraigada en la geografía, la historia y la cultura. Estamos ante uno de los mejores y más originales analistas de las relaciones internacionales, porque va más allá de la economía y el conteo de misiles y portaaviones, para aportar explicaciones mucho más redondas, que conectan de manera exhaustiva los puntos de origen de las tendencias históricas de largo plazo. Porque además de ser inquietante, la narración de cada capítulo incluye trozos de historia, apasionantes por sí mismos, que arrojan luz sobre el presente, develan los conflictos ancestrales e indican cuáles de ellos están hoy tan vigentes como hace cientos o miles de años.

Kaplan nos lleva de la mano a un recorrido por varios lugares específicos, muchos de los cuales prácticamente no reciben cobertura noticiosa, y así, fuera del camino trillado, nos muestra lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo para, a partir de ese contexto amplio y rico, apuntar hacia lo que puede ocurrir.

Empieza por provocar la reflexión sobre la pertinencia de imponer modelos de organización política y social a diestra y siniestra, completamente ajenos a las culturas locales, con el excéntrico caso de Omán y su monarquía tribal, a falta de parlamento a la occidental: ¿Es siempre la democracia anglosajona el mejor modelo, en todo tiempo y lugar? ¿Es necesariamente garantía de estabilidad, prosperidad, paz? ¿Es esa la misión prioritaria de Estados Unidos en el siglo xxi? Tendemos a asociar automáticamente los atributos más deseables de una sociedad a la existencia de la democracia como la entendemos, pero Omán coloca en el tablero un enorme signo de interrogación.

De Omán, y pasando por un recuento de la fascinante epopeya portuguesa en el Índico, narrada por Camões en Los Lusiadas y origen remoto del actual acomodo político de la zona, Kaplan mete el zoom en el litoral norte del mar de Arabia, ese barril de pólvora —o mejor dicho de uranio enriquecido— que va del sureste de Irán a la Bahía de Cambay, en Gujarat, al noroeste de la India. En medio de ese arco, en Pakistán, en la ciudad costera de Gwadar, los chinos están construyendo un puerto (que será operado por Singapur), del cual saldrán oleoductos y gasoductos que, a través del territorio pakistaní, conectarán con la China continental: un nuevo y poco atendido centro energético y de comercio mundial.

El viaje continúa por la India, Bangladesh y su “desafío existencial” y el resurgimiento de Kolkata, la antigua capital de los británicos en India cuando se llamaba Calcuta, hacia Burma. Según Kaplan, si Pakistán es una especie de Balcanes a lo bestia, un hervidero de etnias, religiones y odios ancestrales, Burma se parece a la Bélgica de principios del siglo xx: un Estado débil, a medio camino de rutas imprescindibles para la viabilidad regional, y por lo tanto objeto de deseo y conquista de todos sus vecinos. Bajo los nerviosos ojos norteamericanos, los indios y los chinos tendrán que pelear por Burma, con la diplomacia y los negocios, o con las armas. Sorprende poco, pues, que Hillary Clinton haya estado en ese país el pasado diciembre, la primera visita de un Secretario de Estado de aquella nación en 50 años.

Merodeando, atacando, gobernando, defendiéndose a lo largo y ancho del Índico está la némesis actual de Washington, el Islam, en cuya frontera oriental, Indonesia, se mezcla peligrosamente con la muy probable némesis futura: China. Indonesia, la larguísima cadena de islas que, encajándose entre Australia, Nueva Guinea y las Filipinas, obliga al ya mencionado paso único del estrecho de Malaca, entre Singapur y Sumatra, cuyo bloqueo asfixiaría al mundo. En su punto más angosto mide 2.8 kilómetros de ancho: es así de frágil.

Y por eso, China no puede solo mirar al Pacífico. Más que nunca, China se juega la vida en el Índico, y por eso intenta desesperadamente encontrar alternativas de abastecimiento y comercio que le eviten depender tanto de Malaca, a la vez que ejercita su músculo naval con su primer portaaviones (aunque sea de segunda mano) y otras fuertes inversiones, incursiones y disputas sobre mares territoriales.

Reflejo concentrado de la globalización, las civilizaciones del Índico renuevan y refuerzan lazos, pero el creciente contacto provocará fricciones cada vez más riesgosas. Esa es la mala noticia; la que puede ser buena o peor es que, en el futuro previsible, en ese océano no predominará ninguna potencia por sí sola. Será un mundo verdaderamente multipolar, más parecido a la Europa del Congreso de Viena, aquella del “balance de poder”, que a cualquier otro momento, por lo menos en los últimos 500 años.

México, ausente hasta hoy, no dejará de sentir los efectos de las tensiones índicas, por lo que alarma la inexistencia total de, aunque sea, algún atisbo de política exterior que atienda este futuro polvorín. De manera que más vale irle dando una pensada, y el libro de Kaplan es un muy útil —y disfrutable— punto de partida.

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GUILLERMO MÁYNEZ GIL (Torreón, 1969) es maestro en Estudios Internacionales por la Universidad Johns Hopkins. Su carrera profesional ha transcurrido por el gobierno federal, el sector privado y la consultoría. Ha publicado en El Economista y Nexos.

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