Si la visión que se tiene de México en otros países contrasta con la que tenemos los mexicanos de nosotros mismos, ¿qué nos pueden decir de la idiosincrasia, la cultura y las circunstancias nacionales quienes nacieron lejos y ahora radican aquí, quienes han mantenido una relación directa y prolongada con esta tierra?
México es, con toda probabilidad, el país latinoamericano que más ha fecundado, en nacionales y foráneos, el análisis de su devenir e imagen nacionales.1 Con rigor científico o elegancia ensayística, antropólogos y cronistas, pintores y cineastas, visitantes de paso y estudiosos de la sociedad han acumulado una extensa obra que trata de desentrañar las propiedades y dinámicas que marcan la naturaleza de lo mexicano. Su condición de nación bisagra (en lo cultural, político y territorial) ubicada entre Latinoamérica y Estados Unidos, sumada a su larga y estrecha relación con la cultura (Europa) y el comercio (zona Pacífico) extracontinentales, convierte a México en un terreno fértil para el intercambio de miradas sobre el acontecer nacional.
Una parte importante de las interpretaciones sobre este país han provenido de la pupila atenta de extranjeros, unos aposentados definitivamente en tierra mexicana, otros en ella de manera temporal, debido a la curiosidad intelectual.2 En general, el mexicano es un lector y espectador generoso de las opiniones de aquellos que encuentran, en la realidad e imagen de México, un buen motivo para el vuelo narrativo, la indagación académica y el testimonio personal. Gracias a esa receptividad hoy podemos disfrutar de los aportes de Charles Hale, John Womack o Alan Knight; de Adolfo Gilly, Bolívar Echeverría o Enrique Dussel, forjados en las vibrantes condiciones de la cultura y esfera pública locales. Todo ello en el trasfondo de una nación que se erige, frente a propios y ajenos, como una verdadera fiesta de los sentidos.
Partiendo de esas coordenadas, un grupo de jóvenes intelectuales latinoamericanas,3 residentes y conocedoras de la realidad mexicana, han accedido a la invitación que les hice a compartir con los lectores de Este País sus opiniones personales en torno a varias interrogantes abarcadoras: (1) la imagen y/o idea que identifica mejor a México; (2) el principal problema y (3) el principal atractivo del país; (4) aquello que podría aportar México como ejemplo/alternativa a los problemas que viven sus países natales, y (5) viceversa. Se trata de académicas y creadoras procedentes de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, cuyas miradas son un buen ejemplo de la forma en que lo mexicano es percibido por la pupila foránea. Pese a ser un ejercicio cargado de buenas dosis de subjetividad individual —y ajeno a cualquier pretensión de representatividad o infalibilidad—, algunas de las respuestas pueden arrojar luces sobre la forma en que lo mexicano es visto por ese otro latinoamericano. Un vecino cuyas circunstancias no son necesariamente ajenas a lo que sucede en las tierras bañadas por las aguas del río Bravo, el Grijalva y el Usumacinta.
Perspectivas diversas, imágenes comunes
Las visiones foráneas que sobre México posee el extranjero dependen tanto de las experiencias vividas en este país como de las condiciones de partida, imperantes en el lugar de procedencia. La mirada que se tenga, por ejemplo, sobre la desigualdad social —un tema doloroso y recurrente en más de una perspectiva, propia o foránea— provocará seguramente en un brasileño estremecedoras conexiones con la grave situación de desamparo que aún prevalece en diversas zonas de su país.4 Por otro lado, cualquier diagnóstico de los déficits (corrupción, ausencia de planeación y proyecto, reciclaje de figuras) visibles en buena parte de las instituciones y en la clase política mexicanas podría ser compartido por nuestros vecinos centro y sudamericanos: tanto en aquellos países donde los sistemas políticos se caracterizan por cierta estabilidad democrática (Costa Rica) como en donde se perpetúan élites tradicionales (Colombia) o donde ha habido cambios derivados del reciente giro progresista (Argentina, zona andina).5
Interrogada sobre las primeras dos preguntas de nuestro cuestionario, una cineasta y trabajadora social venezolana recupera el tema de la deuda social. Como imagen que le impacta destaca “[…] la de la desigualdad. Edificios lujosos en Reforma y mujeres con varios niños pidiendo en las aceras. También las iglesias de Polanco los domingos. Señoras operadas en carros lujosos que dan limosnas a mujeres indígenas sentadas en el suelo de la iglesia. Estas mujeres indígenas suelen ir acompañadas de muchos hijos, incluyendo lactantes […].” Al tiempo que señala como principales problemáticas, relacionadas con la anterior imagen, “[…] la miseria, el desprecio a la clase trabajadora en general […]”.6 En similar dirección, una historiadora colombiana reconoce como problema a destacar “la desigualdad social, los bajos ingresos, la pobreza […]”.
Cuando se interroga a las jóvenes sobre aquello que caracteriza lo mexicano, no es raro recibir como respuesta la de una colega cuya existencia ha transcurrido, de forma alterna, entre los barrios de su Cali natal y diversas zonas de la Ciudad de México. Para ella, la imagen de México remite al “[…] pasado, lo cultural y lo turístico: la Revolución, lo indígena, el Chavo del Ocho, las pirámides, las playas, Acapulco, los mariachis […]”.7 En ese sentido, una psicóloga habanera, aposentada desde hace años en tierra veracruzana, se extiende en este tema al referir “[…] una imagen de muchos colores y elementos sueltos, que no permiten que se establezca el todo […]. Como el monolito de la diosa mexica de la luna (Coyolxauhqui): es una mujer que quedó desmembrada, y así yo siento a México, como muchas partes de una gran pieza pero inconexas, cada cual por su lado ‘funcionando’ como puede […]. Tal vez hay muchas cosas positivas, pero que quedan diluidas cuando se niega la existencia de las otras partes, de la historia, cuando se intenta someterlas engañando, manipulando, robando o matando […]. Algo muy enrevesado que hace que a veces perciba a México como un amasijo de muchas cosas sin un rumbo como totalidad”. La policromía, polifonía y vigor propios del país son rescatados por una socióloga brasileña, que destaca:
Vivir en México por casi cinco años tiene un significado transcendental en mi biografía. No podría mencionar una única imagen de México, puesto que mis sentimientos son mezclados por las vivencias, por las idealizaciones, por el amor y por el peso de la lejanía. En este sentido, buscaré la objetividad en un terreno donde impera lo subjetivo […]. La noción fundamental con que puedo identificar a México es lo ancestral vivo. Mi México se ha constituido por la presencia de una tradición, de prácticas cotidianas que se remontan al pasado.
El vínculo entre la experiencia personal y la apropiación paulatina de una cultura ancestral y diversa emerge, una y otra vez, en los testimonios de las emigradas. Una de ellas recuerda:
Cuando llegué, no tenía idea de cómo hilar las pistas que me daba la realidad, o el significado de las cosas que me llamaban la atención y yo no sabía a qué remitían. Con el tiempo, con la observación y sobre todo con las sensaciones, me percaté de que mi integración con esta tierra era […] permeada por los olores, colores y sabores tradicionales […]. Hablar de tradiciones y de lo ancestral puede parecer demasiado pueril. Lejos de idealizar un pasado desconocido, mi percepción de la tradición se vuelve tangible cuando en la vida cotidiana veo que el molcajete es un instrumento básico de la cocina mexicana, cuando confirmo la primacía de los tianguis, cuando huelo en cada esquina los tamales, cuando a diario como tortillas, cuando veo la diversidad de las artesanías, cuando pienso en el protagonismo de algunos personajes históricos y en sus nombres plasmados en todas las ciudades del país, cuando platico y me doy cuenta de la consolidación de una historia mítica. Puedo decir que vivir en México es respirar tradiciones […]. Sigo en este camino disfrutándolas.
Sin embargo, la inserción personal en este universo de prácticas y experiencias no es siempre percibida de forma positiva; las dinámicas cotidianas y la evolución nacional tienen un impacto en la vida de las participantes. Una entrevistada reconoce que “la ambigüedad en las relaciones diarias es un problema crucial […]”. Algo que desorienta profundamente al recién llegado —y que un sector de la población parece asumir como sinónimo de buenas maneras y hospitalidad— es lo que una de las entrevistadas identifica así: “La incapacidad de decir no y de establecer un diálogo claro representa para mí un límite en la profundización de los lazos de amistad, en las relaciones laborales, como también en el trato esporádico, puesto que dicha ambigüedad también se manifiesta cuando se pide información en la calle”.
Para una editora residente en la capital del país, “en términos más estructurales, en la Ciudad de México la precariedad de los microbuses me despierta mis instintos más primitivos […]. Es imposible mantener el sentido de humor cuando vas escuchando la música que no quieres a todo volumen, cuando el chofer maneja con las puertas abiertas, cuando participas de una carrera sin ser consultada, cuando tienes botes de gasolina a tu lado y para colmo el chofer va fumando […]”. Lejos de cualquier apología, enfatiza que “tal vez lo más relevante en mi camino en México haya sido mi capacidad de abrazar esta tierra tal como es, sin perder la capacidad crítica. Este país me ha dado mucho y, por considerarlo parte mía, busco siempre reflexionar sobre lo que me aturde, me encabrona, me quita la paz”.
Un tesoro cultural, un potencial educativo
En los terrenos de la cultura y la educación —tanto en las iniciativas provenientes de la ciudadanía y los creadores como en las políticas públicas— las opiniones son mayormente elogiosas, sin por ello ignorar las críticas. En lo general, una jurista cubana pondera que la sociedad mexicana disfrute de “una extendida educación formal, que rechaza la vulgaridad, y un sistema educacional con una excelente formación académica en el nivel superior”. Por su parte, una investigadora paulista reconoce: “México es un ejemplo en la amplitud del sistema universitario y en el acceso a esta etapa educativa. Además, la propagación de las escuelas con una formación activa, como los cch (colegios de Ciencias y Humanidades) de la unam, representa un ejemplo que la tierra de Paulo Freire podría rescatar con vistas a una enseñanza más plural”. A renglón seguido, dice que “por su parte, Brasil en los últimos 10 años ha podido establecer un sistema de acceso a las plazas públicas dotado de gran legitimidad y democracia. En este sentido, es importante pensar en prácticas y políticas que puedan inspirar a una nación en que las plazas públicas son compradas o heredadas”. La comparación entre los dos colosos latinoamericanos lleva a una analista porteña a concluir que “en México la academia es muy sofisticada, tanto o más que en Brasil”.
La calidad y extensión de las políticas educativas a nivel superior y de posgrado son reconocidas por varias entrevistadas. Para una docente e investigadora cubana, en México es celebrable “la política de estimular económicamente el desarrollo de la investigación científica, lo que incluye buenas condiciones de trabajo, buenos salarios y que los investigadores se vayan fuera del país y se nutran para regresar más preparados; esto se revierte en sus estudios y prácticas”. En correspondencia con el tema, plantea: “De Cuba rescato la idea de una educación cabalmente universal, gratuita y de calidad desde los primeros años de vida; y una universidad también gratuita y, en ciertas aéreas, de calidad”.
La reconocida riqueza de la cultura mexicana es celebrada por otras entrevistadas, en particular cuando responden a las interrogantes tercera y cuarta. Una antropóloga foránea llama la atención sobre lo siguiente:
[…] en América está uno de los residuos culturales más importantes del planeta, con un potencial para producir un nuevo Renacimiento frente al modelo eurocéntrico, racional y positivista, que está agotado y en crisis; así que es necesario un renacimiento de la cultura, y no vendrá de allí donde se ha anquilosado. Ese potencial está fundamentalmente en México y Perú —centros de los grandes focos civilizatorios del continente, Anáhuac y Tawantinsuyu— y podría resumirlo de la siguiente manera: un ideal de realización personal y social caracterizado en lo personal por la existencia de un arquetipo de realización individual (Quetzalcóatl / Kukulcán) y en lo social por la integración de las diversas instituciones de la cultura. Algo que sucedió en este territorio desde al menos 2000 años a.C., cuando floreció una tremenda diversidad sobre un tronco cultural y simbólico común.
Desde la óptica de una realizadora caraqueña, que participa en diversos programas y foros artísticos y cinematográficos locales, “México tiene mucho potencial a nivel de cultura y artes, tiene muchos festivales de cine, mucho teatro, muchas publicaciones, intelectuales, literatura, escritores y festivales del libro que son muy importantes […]. México es un país que valora, apoya e incentiva la actividad artística e intelectual, así como su consolidación, promoción y distribución en el mundo. Esto podría aportarlo a Venezuela […]”. Para una investigadora colombiana son destacables “la oferta y estructura culturales […], que promueven el intercambio con otros países y difunden la cultura nacional, así como la existencia de una educación gratuita a nivel nacional”, sin dejar por ello de matizar: “[…] creo que Colombia podría aportar a México el ejemplo de una mejor calidad educativa […]”. A modo de síntesis, es rescatable la opinión de una abogada cubana, quien valora a México como “un país de rica cultura, con un legado histórico de siglos y mucha belleza, tanto natural como construida por el hombre”.
Del orden y sus retos
En relación con las potencialidades y desafíos de fondo (políticos, institucionales), una politóloga argentina, conocedora del entorno nacional y regional, reconoce que “México tiene un potencial económico, por su cercanía a Estados Unidos […] y por ser un lugar paradisiaco en términos culturales, turísticos, etcétera […]”. Al mismo tiempo, insiste en la necesidad sumaria de
[…] detener toda tendencia autoritaria […]. Hay que ver hacia dónde se mueve el pri: si no avanza al estilo argentino —hacia una democracia delegativa y mas allá—, ello será una muestra de que los partidos tradicionales pueden ajustarse a las reglas de la democracia política y que no es inexorable que sean autoritarios […]. Así, México podría transformarse en un Brasil, partiendo desde una democracia delegativa hacia algo mejor […]. Ello dependerá de Peña Nieto […].
En esa dirección, considera que mucho dependerá de los logros de las instituciones del país para “avanzar en la construcción de un Estado que ejerza su autoridad en todo el país, que no haya zonas marrones, como las identificaba Guillermo O’Donnell en sus estudios sobre los regímenes y procesos políticos latinoamericanos […]”.
Otra colega insiste en la necesidad de generar nuevas subjetividades y formas de organización política, que emanen de la sociedad misma:
Creo que el mundo en general necesita un nuevo modelo de organización social, que ha de contener una aspiración, una imagen a la que dirigir los esfuerzos. Para mí eso está en el modelo de la toltequidad. En este país hay […] prácticas fundadas en una concepción diferente de la vida, que pudieran ayudar a una sociedad civil necesitada de reconocerse como tal, y a encontrar respuestas alternativas a las continuas normatividades del Gobierno. Vale la pena en ese sentido buscar en el campo de la organización comunitaria, el trueque, la imagen del líder como un servidor de la comunidad y otras prácticas y concepciones semejantes.
Para otra entrevistada, un pendiente en este rubro es “el problema de la inseguridad y la incertidumbre de lo que va a suceder, precisamente porque no hay programas confiables, y ello tiene absoluta relación con los intereses de grupos económica y políticamente poderosos, que actúan impunemente en un país muy rico y dejan en la pobreza y con falta de oportunidades de todo tipo a la mayoría de la población.” Pese a ello, reconoce, es invaluable “la existencia de elementos como el pluripartidismo, la libertad de prensa, el derecho a huelga y a manifestarse pacíficamente”, en niveles que superan, con mucho, los de su país natal.
Por su parte, una investigadora y activista vinculada al estudio y la praxis de la toltequidad y el nahualismo, dice:
Creo que el principal problema de México es doble; uno de tipo estructural y otro de tipo psicológico. El estructural se expresa en una base socioeconómica diseñada para la exportación de materia prima y agravada por gobiernos nefastos. El otro es más profundo, y es que en el fondo una parte de la población se siente inferior a los europeos, y actúa como en tiempos de la colonia, donde lo único que podía hacerse era imitar las formas de la “madre patria”. Yo trabajo en el campo del rescate de raíces, y ahí es más que evidente lo que digo: te pueden atacar si dices que el calendario de acá es el más preciso de la Tierra pues muchos prefieren creer que era incorrecto y, aunque quieran enorgullecerse de su pasado, en el fondo se sienten inferiores. Con semejante problema, es poco probable que un proyecto de país más digno pueda ser construido.
Según la opinión de una especialista en temas ambientales, “la distribución tan desigual de la riqueza establece un abismo entre pobres y ricos que combina la sumisión y la ignorancia de muchos pobres y la petulancia de los pocos ricos”.
Apostando al futuro
Vale la pena constatar, a modo de cierre, el común agradecimiento y admiración que, más allá de evaluaciones y críticas, todas las entrevistadas comparten. Para una profesionista cubana,
el atractivo fundamental que México tiene para mí es que se trata de un país hermoso, y en esa palabra resumo no solo su belleza física, que es mucha, sino sobre todo su belleza espiritual, sus culturas milenarias que no dejan de sorprenderme, tradiciones como la fiesta de muertos o la celebración de su Independencia, y algo más acá y tangible, su acogida a nosotros los extranjeros: las oportunidades que me ha brindado aun cuando no nací en esta tierra.
En sintonía con lo anterior, el sintético balance hecho de una profesora brasileña es revelador: “Es una virtud vivir en un país en que ser extranjero no representa un límite para la interacción. Personalmente aquí encontré un amor, un trabajo y un espacio académico privilegiado”. Otra colega sudamericana destaca, “sin caer en falsos optimismos e ignorando los problemas sociales acumulados y la injusticia rampante, uno siente que este país, su gente y hasta los que venimos de fuera tenemos futuro; solo hay que labrarlo con esfuerzo y luchando por aquellas ideas que nos parecen justas”.
Finalmente, una antropóloga aposentada en la periferia capitalina recuerda:
Cuando llegué la primera vez, el df se me antojó una ciudad cosmopolita, que habían tratado de europeizar pero donde cierta latinoamericanización se colaba por todas partes. Ves edificios muy modernos por un lado y por otro señoras que vienen del campo y venden sus tacos, y ves mercados (como los prehispánicos) que no dejan de existir y crecer por más McDonald’s que metan. Luego, viviendo en otras partes de México entendí que a mi imagen inicial podía superponer otra, y esta es con la que me quedo: es un país jodido por varios siglos de explotación, supresión y asimilación cultural, exterminio, robo de riqueza, y sin embargo todavía rico. Como si hubieran intentado suprimir y reducir a la nada el espíritu de esta tierra pero siempre sin lograrlo. Porque una fuerza pujante —que a veces pasa desapercibida por debajo de las imágenes del mercado, del charro, del borracho, de las rancheras y los corridos, de las novelas, de los reality shows, del “a nadie le importa realmente […]”— está siempre aflorando por acá y por allá. Cuando llegué a México yo ya había estado en varios lugares, y comprobé algo que había advertido en otros viajes por Europa y América: que se puede reconocer (no me preguntes cómo, pero se puede percibir) cuando una tierra tiene conocimiento ancestral, experiencia acumulada, generaciones y generaciones que han pisado el mismo sitio. Aquí hay raíces profundas, y no importa cuánto traten de esconderlas, finalmente rendirán frutos.
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1 Son innumerables los libros que procuran, de forma plural y en sus diversas dimensiones, aproximarnos a la imagen de lo mexicano. El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, libro clásico; la Anatomía del mexicano, compilado por Roger Bartra, y el ambicioso Vecinos distantes: Un retrato de los mexicanos, de Alan Riding, constituyen textos que todo extranjero debe leer. Es posible añadir, para un balance de la evolución reciente, el estremecedor País de mentiras: La distancia entre el discurso y la realidad en la cultura mexicana, de Sara Sefchovich —cuya edición actualizada apareció este año con el sello Océano Express—, el cual pasa revista al contraste entre los discursos y las prácticas institucionales.
2 La actitud mexicana ante el extranjero combina la hospitalidad proverbial de la gente y la generosa acogida para con emigrados y exiliados de disímil procedencia con restricciones que acotan la inserción plena del foráneo deseoso de contribuir, como un nuevo hijo, al desarrollo de la nación mexicana. Para un sugerente análisis de esta ambigua relación ver El poder del pasado y el miedo a lo extranjero, quinto capítulo del libro de Jorge G. Castañeda, Mañana o pasado: El misterio de los mexicanos, publicado por Aguilar en 2011.
3 Deseo agradecer a las colegas Andrea, Claudia, Gabriela, Hilda, Jimena, María, Paula y Wendy el que compartieran sus ricos testimonios, de los cuales fueron seleccionadas las opiniones que aparecen en estas páginas.
4 Quien esto escribe no olvida que, junto a los dolorosos ejemplos de pobreza y marginación contemplados en mis visitas a zonas indígenas del estado de Chiapas, la que ha sido tal vez la experiencia más impactante de exclusión —real y simbólica— de toda mi vida la aprecié el pasado año en el centro urbano de São Paulo. Allí, caminando durante cuadras enteras, se podían ver decenas de seres totalmente enajenados por la droga, deambulando o tirados en las aceras, que daban al desolador paisaje el ambiente de un filme de zombis. Y tanto el Estado como la ciudadanía parecían olvidar a esas personas, abandonándolas a su suerte, al menos durante el tiempo que duró mi estancia en esa ciudad.
5 En esa sintonía, las interpretaciones sobre la naturaleza y permanencia de las prácticas autoritarias identificadas con el antiguo régimen de partido hegemónico serían distintas de las de una persona que haya socializado políticamente entre las manifestaciones y porrazos del pinochetismo o de quien haya disfrutado de la extraña bonanza del Estado de bienestar tico. Ni qué decir de los cubanos crecidos dentro de las fronteras del régimen resultante de la revolución de 1959.
6 En relación con la pregunta de qué podría aportar, en positivo, su país natal a México, esta colega destaca “Mi país —Venezuela— lo único que puede aportar a México es una noción más igualitaria de la sociedad. Ser una sociedad más horizontal y menos vertical. Reconocimiento a la clase trabajadora y sus organizaciones. Derecho a pensión y prestaciones sociales para la clase obrera y a las mujeres que desempeñan trabajos domésticos”.
7 Ello contrasta con lo expuesto por una colega argentina, la cual reconoce que “en mi país, para el común de la gente, la imagen de México es narcotráfico y violencia”.
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ARMANDO CHAGUACEDA es politólogo e historiador en la Universidad Veracruzana. Coordinador del grupo de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y miembro de su Observatorio Social, se especializa en temas de sociología, teoría política e historia contemporánea latinoamericana.
A medida que voy leyendo me confundo entre la similitud y la diferencia entre México y Colombia.
Detestable el verticalismo de las clases políticas con sus tratados de libre comercio que afectan a los campesinos. Duele la corrupción, la narco política y el desarraigo del colombiano de su ancestralidad. La enajenación cultural como etnocidio es muy marcada en nuestro país mediante el «olvido» recordando a Garcia Márquez. Deberíamos echar raíces para no sucumbir al marasmo de la supercialidad.
El encuentro de las culturas acrecienta las opciones cosmopolitas de un país. En tal sentido ser cosmopolita impñlica un aprendizaje permanente contrario al arraigo xenofóbico de encerrarse en ghetos. Escuchar y ser escuchado es la condición del itinerante quien saliendo de la rutina de los nacionales connlleva la mirada del asombro. si redescubre el encuentro de los equinoccios en la piramide de Chichen itza desea a su vez compartir
ese concepto de encuentro en la instantaneidad, desde otras perspectivas. La palindromia de la luz y la sombra es similar a la del trueque del chibcha precolombino cambiando sal por oro Quimbaya. El occidental no puede asimilar el calibrado por trueque. imposible instaurar el «tanto como» cuando ha sido re_españolizado o mejor occidentalizado con el concepto etnocida del «mayor que» y del «menor que».
Perdimos la costumbre cultural de la reciprocidad. Ese si es un denominador común para MesoAmérica y Suramérica. Nos empapamos de la cultura americana, diametralmente opuesta a la raigambre cuyas raices profundas no quieren desaparecer, idea expresada ampliamente por la antropologa participante y residente en México DF.
En la arqueología del saber ancestral hay respuestas
que deberían ser redirigidas hacia la ciencia. La ceguera del vidente es su incredulidad y la rutina de su cotidianidad.
El equinoccio entre la estática de Parmenides y la dinámica de Heráclito está presente en Chichen itza y solo difiere en la contextualidad de las medidas aureas del de Keops. La supersimetria en el movimiento instaura la isodinámica para no deformar el movimiento. Pienso en la serpiente emplumada o en los petroglifos precolombinos. La conservación de la cantidad aprendida como maestro, con Piaget también es posible cuando se palindromizan las cantidades en poliedros que conciben el movimiento radialmente y no con la unidireccionalidad propia del efecto Doppler. Miren las mochilas indígenas, los bordados, los calendarios donde hay un común denominador entre mesoamérica y Suramerica. Innegable el concepto ancestral de radialidad que Einstein necesitaba para simultaneizar la estática y la dinámica desde la contextualidad del espacio y el tiempo. Y que decir del tiempo? La trama de las tempotexturas comprensibles para Elizabeth, esposa y coinvestigadora que teje como Penelope las urdimbres del eje de Z formando paradojicamente pentágonos en icosaedros y trígonos en dodecaedros. Solamente pueden apostarle a la ciencia las grandes potencias?
Introduciendo a Heidegger, la masa (m) requiere de la temporalidad del suceso (s) menos las renormalizaciones para cancelar los infinitos. Si la masa se temporaliza, las cuerdas vibran como lo que son; arpegios que permiten deslindar el soluto por disyunción o o unir el ligato por conjunción. Esa transposición de la violencia implosiva_ explosiva a un procedimiento de dialogicidad entre expansión y contracción, tiene como protagonista a una temporalidad cuya esencia es el ritmo. No se puede interactuar con la materia por invasión. Ella también tiene su intimidad muy bien comprendida por nuestros ancestrales antepasados. Si la red vibra en el Oikos (Grecia) en la kankurua (Arhuacos de Colombia), es decir en los poliedros, la araña cazará su presa porque sin importar su ubicación, toda la red vibra por resonancia al unísono. Gracias al concepto del tiempo como ritmo, se abre un nuevo camino hacia una nanotecnología que a la manera del encuentro de los equinoccios, calibre espacio, tiempo, cantidad y movimiento.- Tales conceptos se acogen a un común denominador, “isos” que significa la equidad por calibración permanente. Tales conceptos fundamentales para la instauración de la instantaneidad corresponden a las palabras isotropía, isocronía, isocuántica e isodinámica.
Estas fueron las preguntas iniciales de nuestra investigación: ¿Cuando, por qué y cómo nos perdimos?
Es posible salir de la cueva de Platón? ¿Es posible dejar atrás la doxa de la apariencia y su artificialidad Hay una secreta urdimbre entre la cultura y la ciencia y se hace necesario develar la urdimbre