Después de unos días en que parecía tumbado definitivamente, el Pacto por México se levantó y sigue de pie. Como reportó El Universal la semana pasada:
Las dirigencias del PAN y PRD firmantes del Pacto por México acordaron retomar el diálogo con el gobierno federal y el PRI a cambio de que los programas sociales sean blindados electoralmente mediante la participación y vigilancia de la sociedad civil.
Resulta que unas grabaciones que incriminan a una secretaria del gabinete y a un gobernador priísta no fueron suficientes para romper la racha cooperativa que prevalece hoy en día. Al menos, por lo pronto.
Pero no será la última vez que el entorno político ponga en jaque la viabilidad del Pacto. Al final, cualquier compromiso elaborado en el Pacto queda por debajo de las percepciones de los partidos y de sus propios intereses. Siempre y cuando les parezca políticamente conveniente cooperar con sus adversarios, los partidos lo harán, pero en cuanto cambien las condiciones no dudarán en poner a lado el Pacto de nuevo.
El problema es que la luna de miel posterior a la elección presidencial durante la cual se concretó el Pacto, representa un momento muy insólito en la política mexicana. Entre más se acerquen nuevas elecciones, más aumentará la presión contra el afán de colaborar con los rivales políticos. Los intereses políticos de los partidos, que siempre colocan las victorias en las urnas encima de cualquier otra cosa, se irán separando. Si las grabaciones mencionadas hubieran salido a dos meses de, por ejemplo, los comicios para renovar la Cámara de Diputados, sería difícil esperar que el PRD y el PAN no sacaran todo el provecho posible del escándalo. Al tiempo que el PRI defendería férreamente a los suyos en plena campaña electoral. En tal coyuntura, creo que el peso del Pacto sería bastante ligero.
En este sentido, la dinámica del Pacto no es tan diferente a los momentos de colaboración al principio del sexenio de Calderón. Mientras les convenía, los opositores (principalmente el PRI) trabajaron con el presidente y su partido, y lograron reformas al ISSSTE, al sistema electoral (aunque éste último haya sido un retroceso), al régimen fiscal, al sistema judicial, y a Pemex. Pero no representó un cambio fundamental para la política mexicana sino un momento breve, con el paso del tiempo fueron cada vez menos los ejemplos de trabajo conjunto, después de los comicios de 2009, se sumaban muy pocos logros de la cooperación.
Con el Pacto, Peña Nieto logró formalizar un mecanismo de cooperación, mientras Calderón dependía del surgimiento espontáneo de buena fe de la oposición. Gracias a ello —y gracias a que el PAN de hoy parece tener una actitud más conciliadora que la del PRI opositor— es muy probable que Peña Nieto logre aprobar más reformas pero, como en cualquier democracia presidencial, la colaboración entre partidos opositores es momentánea y oportunista, no estructural. El conflicto es el estado normal, más en México donde son tres los partidos importantes, y, por lo tanto, donde dos tercios siempre tienen un fuerte incentivo de tronar la agenda presidencial. No es una casualidad que durante 15 años hayan sido necesarias las mismas reformas, y todo el mundo sabe cuáles son, pero no se hayan realizado.
Esto no quiere decir que nunca habrá progreso en los temas que importan a México, pero explica porque el país ha batallado tanto para sacar adelante las reformas necesarias. Pacto o no, esta barrera fundamental no va a desaparecer de un día a otro.
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Foto tomada de: http://www.flickr.com/photos/enriquepenanieto/8239429590