Desde hace muchos años, existe una fuerte corriente de oposición a una mayor participación de empresas privadas en la industria petrolera de México. Hace unas semanas, una encuesta publicada por la Cámara de Diputados reveló que 54% de los mexicanos se oponen a la entrada de la iniciativa privada, mientras 36% la apoyan. Otro sondeo tomado a finales de 2006, fijó la cifra de oposición en un 63%. En 2002, según Parametría, 55% de los mexicanos estaba en contra de tal apertura, mientras que solamente 14% expresaron su respaldo.
Al mismo tiempo, hay cada vez mayor reconocimiento de que Pemex está fracasando, y en lugar de impulsar el desarrollo del país, es un peso arrastrando la economía nacional y complicando la situación presupuestaria. Es un dilema casi permanente de la gobernación mexicana.
Actualmente, ya que el PRI y el PAN apoyan una reforma y colectivamente controlan las dos cámaras del Congresos más la presidencia, es muy probable que se pueda sacar adelante una legislación que introduzca otros actores importantes a la industria petrolera. Sin embargo, hacerlo pese a la oposición manifiesta lo haría antidemocrático, más aún, políticamente peligroso.
La tarea primordial, pues, es eliminar las mayorías en contra de cualquier modificación importante al marco legal de la industria petrolera.
Hasta el momento, los opositores a la apertura de la industria privada han tenido unas cuantas ventajas semánticas y lógicas a su favor. Primero, su argumento es más sencillo, y es tranquilizador en una sociedad donde la escasez material ha estado lamentablemente presente durante muchos años: que el petróleo mexicano siga siendo de los mexicanos. O dicho de otra manera, que no te roben tu petróleo. Segundo, Lázaro Cárdenas es todo un héroe nacional, y su momento más heroico fue la nacionalización del petróleo hace 75 años, ante la presión norteamericana. Los que están a favor de una apertura buscan repudiar el legado principal de uno de los mexicanos más grandes de la historia.
Al mismo tiempo, los proapertura no solamente tienen que luchar contra todo el peso de la historia mexicana, sino también tienen la obligación de asociarse con los ogros mayores del capitalismo moderno: la privatización y las empresas multinacionales.
En pocas palabras, es un pleito disparejo. Así pues, lo que les toca a los reformistas es una campaña para cambiar los términos del debate. Para realizar tal objetivo, urge repetir algunos puntos básicos las veces que se pueda:
- Aunque el petróleo sea del Estado, no es de ningún mexicano en particular, así que nadie puede robarte o quitarte el petróleo. Es un concepto incorrecto para ver a los recursos nacionales, sea petróleo, litio, madera, o cualquier otra cosa.
- La meta final de cualquier recurso nacional es mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. En el caso del petróleo, esto se debería hacer a través de un gobierno mejor financiado con menos impuestos de los mismos ciudadanos. Tener un petrolero nacional puede o no ser un punto de orgullo, pero finalmente no vale nada si los ciudadanos no ven una mejoría material gracias a su existencia.
- Las opciones no son privatizar o no. Alrededor del mundo hay docenas de modelos relevantes, como Brasil, Noruega, y China. Todos tienen petroleras nacionales de bastante peso (Petrobras, Statoil, y CNPC), pero ninguno de estos países maneja su industria petrolera sin la participación de la iniciativa privada. Hasta Estados Unidos, bastión de la privatización y hogar de varias de las petroleras privadas más grandes del mundo, manipula la industria energética a través de subsidios e impuestos, entre otras medidas. El debate es un rango de posibilidades, no una elección binaria.
- Lázaro Cárdenas puede haber sido un gran presidente, pero los tiempos cambian, y lo que fue loable y hasta visionario en una época se vuelve ridículo en otra.
Estos puntos complican mucho la simple decisión de poner o no el petróleo mexicano en manos ajenas, o las preguntas igual de simples de los sondeos sobre el futuro de Pemex. Afortunadamente, los que quieren complicar el asunto y matizar los argumentos fáciles tienen la ventaja de la veracidad: el petróleo es un asunto sumamente complicado donde los detalles más pequeños pesan muchísimo.
Finalmente, la única conclusión sencilla y correcta de todo este debate es que el modelo actual no está funcionando.