En términos de noticias, los veranos washingtonianos son famosamente aburridos: el Congreso se va de vacaciones el mes de agosto, no salen nuevas propuestas importantes, y todo el mundo está refinando sus estrategias para los pleitos que vienen en el otoño. Parece que todos esperan que pase la ola interminable de calor y humedad para volver a trabajar de verdad.
Con este impedimento, la atención nacional en semanas recientes se ha dirigido a dos temas eternamente populares: las drogas y el sexo. O, con más precisión, los escándalos sexuales de ciertas figuras públicas y el debate sobre la legalización de la marihuana.
Primero, el sexo: el ejemplo más escandaloso, vergonzoso, penoso, es decir, el mayor oso, es el de Anthony Weiner. Weiner fue un congresista de mucho futuro y creciente fama en 2011 cuando lo cacharon mandando fotos de sus boxers, tapando su evidente excitación, a una joven admiradora. (Su admiración no fue más allá que la política; ella se declaraba horrorizada por las fotos que le mandaron.) Weiner, casado con una reconocida asesora de Hillary Clinton, aceptó que las fotos fueron de él y renunció poco después, desapareciendo de la vida pública.
Es decir, por un tiempo: después de declarar su intención de postularse, este año Weiner surgió como el favorito en la contienda para reemplazar a Michael Bloomberg, semi-eterno alcalde de Nueva York. La campaña, más allá de sus resultados, iba a servir de rehabilitación de Weiner, y dejarlo superar su pasado notorio. El problema es que Weiner sigue siendo el mismo: hace unas semanas salieron reportes, aceptados como veraces por el mismo Weiner, de que mantenía relaciones sexuales virtuales bajo el seudónimo ridículo de Carlos Danger, en que prometía trabajos en Washington a sus admiradoras. Weiner sigue en la contienda, pero ahora está lejos de encabezar las encuestas.
La vergüenza de Weiner es la mayor, pero tiene compañía este verano; es decir, son varios los políticos cuyos pecadillos sexuales se han vuelto asunto público. Uno es Bob Filner, el alcalde de San Diego que, según una ola de denuncias que han salido desde julio, es un acosador en serio. Sigue en su puesto, pero su staff se está achicando gracias a las renuncias, y los esfuerzos para destituirlo están creciendo. Otra figura importante es Eliot Spitzer, otro gobernador estrella de Nueva York que renunció en 2008 después de ser implicado en una investigación de una red de prostitutas. Ahora él también está buscando un regreso a la vida política, a través de su candidatura al puesto máximo de la controlaría general de la ciudad de Nueva York, segundo puesto después del alcalde. Hasta el momento, no ha caído como su colega Weiner.
Ahora, hablemos de la marihuana: como una gran parte del mundo, analistas en EE.UU. están viendo con mucho interés el proceso por el cual el gobierno de Uruguay busca legalizar y regular la producción, traslado, y venta de marihuana. Lo de Uruguay es uno de varios intentos en todo el hemisferio de liberalizar las leyes contra el consumo de las drogas (incluso en dos estados de EE.UU., Washington y Colorado), sobre todo la marihuana. Mientras en décadas pasadas, este movimiento hubiera provocado rabia en Washington, hoy en día la administración de Obama llama la atención con su reserva. Además, muchos elites mainstream estadounidenses están abogando abiertamente por la legalización de marihuana, cosa que también fue impensable hace 20 años. El ejemplo relevante de este verano es Sanjay Gupta, un neurocirujano famoso e investigador mediático sobre temas de medicina. En un nuevo documental, Gupta aboga por una liberalización de las leyes contra la mota y describe las posiciones oficiales sobre la mota a lo largo de la historia estadounidense como 70 años de engaños. Además, pide perdón de su parte y de su profesión en la diseminación de mala información sobre los efectos del consumo de marihuana.
¿Qué tienen en común estos dos asuntos, más allá que su capacidad de entretener durante un verano larguísimo?
El optimista diría que demuestran que la sociedad está superando la peor parte de sus raíces puritanas. Una crítica válida de la cultura política estadounidense es que está obsesionada con las vidas sexuales de sus sirvientes públicos. Queremos que nuestros líderes sean robots, sin un pensamiento impuro en su cabeza, y no hemos tenido la madurez como sociedad de distinguir entre la moral en la vida privada y la eficacia en el servicio público. Este defecto cultural dio luz a la casi destitución de Bill Clinton en 1998, uno de los eventos más lamentables en la historia política reciente del país.
Actualmente, sin embargo, vale la pena destacar que los políticos que están sufriendo por sus actividades sexuales son los que sus acciones van más allá que la simple infidelidad: el problema con Weiner es que es un narcisista sin cualquier sentido de juicio o discreción, una mala receta para alguien buscando uno de los puestos de más presión en el país. Y los acosos de Filner pueden llegar a ser criminales; uno de los líderes de la flamante campaña para destituir a Filner le ha etiquetado “un depredador sexual”. En cambio, a Spitzer, uno de los políticos más inteligentes y respetados antes de su salida de la gubernatura, se le ha perdonado, y tiene una ventaja de casi 20 puntos según las encuestas más recientes. Así debería ser: igual y Spitzer tiene cuentas pendientes con su esposa, pero no es criminal, y como funcionario público, su calidad queda demostrada.
Como el sexo ilícito, para muchos la marihuana es una fuente confiable de un placer fácil. Por muchos años, la ignorancia inherente al debate sobre las “drogas” colocaba la marihuana a un nivel equivalente a la heroína o la cocaína, mientras en realidad es una sustancia menos peligrosa que el alcohol. Es decir, prohibir la mota mientras el tequila se comercializa en toda la república es la definición de incoherencia. El único sustento por esta hipocresía es el miedo y el rechazo hacia las drogas en su conjunto. Afortunadamente, la tendencia del mundo y de Estados Unidos es hacia la tolerancia, cosa que nos aleja de la incongruencia mencionada.