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El nivel de aprobación de Peña Nieto
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Enrique Peña Nieto no es tan popular como sus antecesores más recientes. Son varias las encuestas que lo demuestran. Mitofsky reporta que el nuevo presidente tiene un nivel de aprobación de 56%, comparado con 66% de Calderón al mismo punto de su sexenio, y 62% de Fox. Un sondeo de GEA-ISA encontró un nivel de 45% para Peña Nieto, frente a 69% para Calderón hace seis años. Una encuesta de Parametría registró una aprobación de 70% para Calderón en septiembre de 2007, frente a 60% para Peña Nieto actualmente. En todos los casos donde una comparación es posible, la historia es igual: comparado con Fox y Calderón, menos gente le da la vista buena a Peña Nieto.
¿Qué explica la baja aceptación de Peña Nieto? Las circunstancias específicas de cada presidente influyen, pero no creo que sean el asunto fundamental. El triunfo electoral de Peña Nieto fue controversial y generó enojo entre una gran parte de la población, eso sí, pero se puede decir lo mismo y mucho más referente a la elección de Felipe Calderón. Peña Nieto ha tenido unos cuantos momentos penosos y polémicos en sus primeros meses —la explosión de la Torre Pemex, las protestas de la CNTE, la propuesta para reformar Pemex— pero lo mismo es cierto de Fox y Calderón también. Nada que ha hecho Peña Nieto se ve tan mal como, por ejemplo, la fuga de Chapo Guzmán en enero de 2001. Además, los golpes mediáticos —la detención de Elba Esther, la muerte de Miguel Ángel Treviño— opacan cualquier logro de los primeros meses de Calderón y Fox, y deberían balancear la cobertura negativa.
Si no es por los sucesos específicos de cada presidencia, entonces nos habla de diferencias estructurales entre el sexenio actual y los dos pasados. Una diferencia podría ser el partido: el PRI de Peña Nieto inspira un rencor más amplio que el PAN de Calderón y Fox. Por lo mismo, muchos que no votan por el PAN estarían dispuestos a ver al presidente panista favorablemente, mientras los que no votaron por el PRI nunca manifestarían aprobación por un presidente priísta. Hay razones históricas muy obvias que apuntan hacia esta dinámica, y me imagino que es parte de la explicación.
Otra posibilidad va más allá que los partidos, y es una creciente desconfianza e insatisfacción con la presidencia como oficio en sí, independiente de quien ocupa el puesto mayor. También existen fundamentos para apoyar esta hipótesis. Llama la atención que los niveles de aprobación de Calderón al final de su sexenio son casi iguales a los de Peña Nieto, lo que sugiere que los dos luchan contra los mismos retos sistémicos. Y estos son obvios: desde el arranque de la época plenamente democrática en el año 2000 el desempeño económico ha sido muy pobre y México también ha vivido una crisis de seguridad que aún no se acaba. Las dos serían capaces de provocar un sentido de hartazgo con el gobierno en su conjunto, incluso hacia el máximo ejecutivo.
Así pues, sea el presidente panista, priísta, o perredista, la época de aprobación estratosférica parece haber quedado en el pasado.
Esto no es un dato menor. El sistema político mexicano, con sus tres partidos principales operando en un marco presidencial, está diseñado para fomentar el estancamiento. Las reformas necesarias no se dan porque la oposición no le quiere dar triunfos al presidente. Uno de los contrapesos que podría debilitar esta dinámica es un presidente popular, porque en tal situación hay un riesgo político en bloquear la agenda del mandatario. Pero si el presidente es poco popular, los opositores no pagan un precio político por desafiarlo. Así pues el gridlock de los últimos 13 años se haría un elemento permanente de la política mexicana.
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