Otro episodio de anarquía ha descendido a Washington. La semana pasada, la falta de un acuerdo presupuestario provocó el paro del gobierno federal, con excepción de los puestos designados esenciales. Gracias a ello, 800 mil empleados del gobierno federal no están llegando a sus trabajos, cosa que está frenando la inspección de aviones y comida, la investigación del blanqueo de dinero sucio, y la aprobación de nuevas hipotecas.
Es un desastre moral y económico; sufren los trabajadores federales y los que dependen de sus servicios, y se peligra la recuperación. Más aún, es un símbolo de la disfunción con la cual el sistema político está infectado.
Lamentablemente, viene otro pleito político aún más peligroso. Antes del 17 de octubre, según la tesorería, el Congreso tiene que aumentar el tope máximo para la venta de deuda soberana, o el gobierno estadounidense quedará en default. De seguir sin resolución por mucho tiempo, tal situación probablemente provocaría una nueva recesión mundial. Peor aún para los estadounidenses, podría ocasionar el fin de su país como un oasis de seguridad en el sistema financiero internacional, y el fin del dólar como la mayor moneda de reserva del mundo, una de las ventajas más importantes de las cuales dispone el país. Marcaría un cambio histórico en el lugar que ocupa Estados Unidos en los asuntos internacionales.
La causa inmediata de los pleitos fue la reforma al sistema médico que el Congreso —en ese entonces bajo el control de los demócratas en las dos cámaras— aprobó en 2010. En el momento en que Obama firmó la nueva ley —que se ha etiquetado el Obamacare— su anulación se convirtió en el mayor objetivo de los republicanos, quienes controlan la Cámara de Representantes desde noviembre de 2010. Algunos aspectos claves del nuevo sistema entraron en vigencia este mismo octubre, cosa que lo convierte en la última oportunidad para frenar los cambios, y los republicanos han declarado que no puede haber presupuesto hasta que se modifique. Por su parte, Obama ha dicho que no está dispuesto a negociar la desaparición de su mayor logro, así que se han quedado en el atolladero actual.
Más allá que el Obamacare, la causa de fondo de esta crisis es la intransigencia de un sector de los republicanos que está cada vez más divorciado de la realidad. Me refiero al famoso Tea Party, la fuerza política que surgió en las cenizas de la crisis del 2008. El Tea Party ha tomado una serie de posiciones extremadamente conservadoras y poco pragmáticas, pero está motivado sobre todo por su oposición al presidente y cualquier meta que él plantee. Dicho de otra manera, a este grupo que poco le importan los medios, solamente los fines, principalmente un gobierno más pequeño y un Obama humillado. Si el bloqueo de un triunfo obamista les requiere arriesgar el bienestar económico del mundo entero y el lugar privilegiado de la moneda gabacha, pues ni hablar.
La democracia deja mucho espacio para los desacuerdos, y en muchos casos una oposición unida puede descarrilar una propuesta del partido controlante, pero lo que están haciendo los republicanos no es una táctica legítima. El partido opositor no tiene derecho de frenar toda la actividad del gobierno hasta que se aprueben leyes más a su gusto. Si no les gustan las leyes vigentes, a los republicanos les toca recuperar el poder y cambiarlas. Mientras no puedan, tienen que aceptar que no les corresponde imponer una agenda minoritaria. A fin de cuentas, es por algo que los republicanos son la oposición y no el partido del poder.
Parece que la mayoría de los republicanos entienden esto. Los reportes de Capital Hill afirman que apenas 30 republicanos en la Cámara Baja, de un total de 435 legisladores totales y 234 republicanos en esta cámara, están duramente opuestos a una resolución al dilema presupuestario. (Teóricamente los legisladores estarían alineados de igual manera en el debate sobre el tope de deuda.) Los demás republicanos están siguiendo los pasos de los duros simplemente por miedo, principalmente el miedo de provocar la entrada de un retador más conservador en sus próximas elecciones. Este grupo de intimidados incluye John Boehner, el jefe de la Cámara, quien podría acabar con la crisis en cualquier momento, pero probablemente a costo de su puesto de liderazgo. Por lo pronto, Boehner cree que le conviene más no dejar que las propuestas presupuestarias lleguen a ser votadas, así que el estancamiento sigue.
Los mismos reportes recientes sugieren que los republicanos se están dando cuenta que Obama y los demócratas no van a negociar el futuro del Obamacare, y ahora están buscando una manera de rendirse con dignidad. Como dijo Jim McDermott, representante Demócrata del estado de Washington, “Esos tipos han perdido, y no saben cómo aceptarlo…así que nos quedamos así hasta que se den cuenta de que perdieron, chingado.”
A ver cuánto se tardan.