Ordoñez, Saúl, Jeffrey, Flor Guga, ilustración de portada, México: Fondo Editorial Tierra Adentro 444, 2011, pp. 74.
Yo sólo busqué el amor
encontré esto
( )
un cowboy sonríe en las placas de Wyoming
Merecedor en 2011 al Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”, Jeffrey (Obra negra), de Saúl Ordoñez es una de las pocas obras poéticas más terriblemente conmovedoras que se han escrito en México en los últimos años.
Sus escasas 74 páginas se dividen en dos partes, la primera “Nota roja”, contiene apenas dos breves poemas, dedicados a dos homicidios ampliamente difundidos y reconocidos, el caso de la Dalia Negra, Elizabeth Short (un crimen de misoginia), y el de Matthew Shepard (un crimen por homofobia). La segunda parte se compone de 37 poemas dedicados (mejor dicho), escritos con motivo de Jeffrey Dahmer, más conocido como el Carnicero de Milwaukee, quien entre 1978 y 1991 asesinó y mutiló a 17 hombres, y un Epílogo.
Elizabeth Short (1924-1947) Matthew Shepard (1976-1998)
Contrario a lo que parece a primera vista, el poemario no es una apología del crimen ni de la sangre, mucho menos del morbo. En los 37 poemas que componen este apartado (como es posible ver en el poema final), Saúl hace una búsqueda en el azogue del espejo, busca los gestos y las concomitancias que acaso den reconocimiento y comprensión a este tipo de sucesos y de personajes.
37
arim es arbalap al ojepse la etnerf eip ed
elbaresim onier un ed aroñes narg
no hay nada más que decir
caso cerrado
La estructura del poemario lleva al lector a convertirse en un periodista de nota roja que va siguiendo las huellas de las palabras. Desde la libreta de notas del periodista uno tiene que visitar la morgue y los cadáveres parlantes de la Short o de Shepard, o la prisión en donde se entrevista a Christopher Scarver, asesino de Jeffrey.
Desde la perspectiva de Jeffrey uno puede encontrarse con las referencias heréticas de El exorcista, el film de 1973, o los muslos de Han Solo y las pistas de Star Wars (1977).
Desde los ojos de Ordoñez se entreven una foto de Joel-Peter Witkin, Hombre de vidrio; el ya manido canto de El cantar de los cantares, o la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis; la magnífica oscuridad de Louis-Ferdinand Céline y su Viaje al fin de la noche; las voces compartidas de José Gorostiza, Efraín Huerta, Guillermo Fernández o Cristina Rivera Garza, y el enternecido canto de Nat King Cole y su Nature Boy.
Los poemas están escritos sin rimas, con un lenguaje llano, sin pretensiones, crean una ambientación sórdida y amarga, culminan en la desolación de Dahmer incomprendido por su diferencia y su profunda necesidad de amor. ¿Qué es lo que une a todos estos actores? La horrenda sensación de no encajar, de sentirse avergonzados por ser singulares, por no poder integrarse al homogéneo rompecabezas de la sociedad, que acaso en el culmen de su acto más hipócrita resoba y lima cualquier aspereza que haga notoria la diferencia.
Al fin y al cabo, los crímenes de los que se habla en este libro no son “crímenes de odio”, como los conocemos; son crímenes cometidos en la exasperación del más incomprendido y brutal amor. Elizabeth Short murió acaso por despreciar a su amante asesino; Matthew Shepard murió buscando un poco de sexo y amor en un par de vaqueros de Wyoming; Jeffrey Dahmer cometió todos sus crímenes intentando poseer a alguien que lo amará; asimismo, murió a manos de alguien que buscaba el amor de Dios; y Saúl busca en sus obra distante de cualquier poesía higienizada o geométrica, el acercamiento con el otro, con los otros, ayudar a la empatía, a la cercanía desde una frontera diferente que nos haga seres más amantes y amados.
Si usted es de estómago blando, lea este libro con precaución.
Jeffrey Dahmer (1960-1994) Christopher Scarver (1969- )
* * * * * *
25
malditos sean quienes dan por seguro el aire que respiran
y duermen plácidos la noche
al calor de sus corazoncitos
entre los vapores de una buena digestión
con sus queridas almohadas y sus queridas chinches
y sus queridas entra sábanas de franela lámparas
de corazones vírgenes prudentes
para nosotros la noche se eriza
ácida
y la pasamos en vilo
entre el humo y estruendo regalamos nuestra hambre
a los hambrientos
el alba como arena ardiente en el ojo
y no siempre dormimos en la misma cama
usualmente en moteles baratos
donde no encontramos nuestro rostro en los espejos
pero nos reconocemos sudorosos
del otro lado del filo de la luna un tajo
y nos preguntamos cómo habremos de llegar al alba
malditos sean los sepultureros de flores entre hojas
alfeñiques
los momificadores de la lengua
malditos sean quienes aman como quien aprieta
una moneda
nosotros nos vamos de nosotros agua entre los dedos
corriente abajo
y el amor es una piedra atada al cuello
ay, Jeffrey, qué he de hacer con mi rencor
qué con mi miedo
qué he de hacer con mi voz de mujer en el teléfono
y si no veo
mi pena las palabras
son los hilos de yo-títere
las costuras que mantienen mi serrín adentro
Jeffrey, besaré tus huesos
ay, nunca volveré a tener veintisiete años
ni volveré a sentirme como ahora me siento
qué he de hacer si el suelo Altazor bajo mis pies se abisma
y las palabras huyen vuelan
qué he de hacer Jeffrey-Fernando con la euforia blanca
de las tres líneas que me esperan sobre Viaje al fin de la noche
Louis-Ferdinand Céline hijísimo de puta
tú sabes
las bayonetas de la Gran Guerra te abren
los párpados
a la noche
toda la ceniza del África bajo tu lengua
en el deslumbramiento maligno
de los rascacielos
Dios es el husmo de las carnicerías
tus bastardas tienen lenguas quirúrgicas
tú que lo sabes dime Céline payaso
cómo he de llegar al otro lado
cómo he de amar Jffrey-Fernando
con tres cuerpos pudriéndose en la bañera
y una olla de genitales
y mi voz que se quiebra de mujer en el teléfono