El diciembre del 2013 será recordado en la historia mexicana como un rechazo final a los principios de la época posrevolucionaria del siglo XX. Me refiero, claro, a la reforma energética que modifica la Constitución y abre mucho más espacio para la iniciativa privada, y también a la reforma política que establece la reelección, entre otros cambios.
Con temas tan polémicos, no sorprende que las dos reformas tienen sus detractores. Hay quienes ven riesgos políticos y técnicos en la reforma energética, y los que creen que ni una de las dos fue suficientemente profunda. Por ejemplo, la reelección sigue prohibida para los gobernadores y los presidentes municipales pueden servir solamente dos veces, así que ni los alcaldes ni los gobernadores podría construir maquinas políticas que respondan más a sus votantes y sirvan de contrapeso ante los partidos. Los Senadores y Diputados ahora podrán estar 12 años en el Congreso, que tampoco deja mucho espacio para un Congreso autónomo ni legisladores de carrera. Es un paso positivo, pero no va a transformar el sistema, y si uno cree que el principio de la reelección es válido, no tiene caso permitirla de forma tan limitada.
También hacen mucho ruido —y lo seguirán haciendo— los que lamentan la filosofía detrás de las reformas, que se opusieron a toda modificación liberal, y que están fieles a los principios de Lázaro Cárdenas y sus compatriotas revolucionarios. Este grupo se ve sobre todo en la reacción a la reforma energética, y su causa es simple: en sus palabras, el petróleo debe ser del pueblo.
Este refrán sirve de lema, pero es una locura. No importa si el gobierno o las compañías privadas tienen posesión legal del petróleo; es una diferencia que pesa poco en la vida cotidiana de los ciudadanos. El petróleo era “del pueblo” durante la mayor parte de un siglo, pero los mexicanos individuales no lo controlaban, ni tenían derecho de vender unos barriles para poder pagar la colegiatura. No era propiedad del pueblo de la misma forma que una casa o un carro puede ser propiedad de una familia.
Así pues, el marco para evaluar el éxito de la política de los recursos naturales no es si son del pueblo según la ley, sino si tienen un impacto positivo en el bienestar material del pueblo. El hecho de que Pemex tenía un monopolio sobre el petróleo puede ser un punto de orgullo para muchos, pero no facilitó el acceso a la educación, el servicio médico, la vivienda, la comida, la seguridad física, entre otras cosas, así que el marco anterior fue un fracaso.
Queda para ver si la reforma actual remedia este fracaso, pero insisto, luchar en pos del petróleo para el pueblo es una distracción.
Será una cuestión de años, si no décadas, antes de saber si las reformas específicas de este mes ayudaron a mejorar o no la vida nacional en México. Pero el simple hecho de abrir el espacio de lo políticamente posible es un paso adelante. Por más importancia que han tenido históricamente los preceptos de no-reelección y del petróleo nacionalizado, no ha sido sano prohibir la consideración de su abolición. Finalmente, entre menos vacas sagradas tenga un sistema político, mejor, y México ha quitado dos de las más famosas.
[…] al menos parcialmente: sí fue un año inusualmente lleno de reformas, incluso algunas (como hemos comentado en este espacio) que acaban con las vacas sagradas en la economía y la política mexicana. Pero escribo […]