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Sobre el túmulo de arena
Becarios De La Fundación Para Las Letras Mexicanas | Cultura | Este País | Diana del Ángel | 01.10.2013 | 0 Comentarios

Miscelánea

Éramos tres en medio de la plaza,

cada uno con su historia,

cada quien su silencio,

con su noche cada quien a cuestas.

Yo miro el templo de Santiago,

al lado murmuran las ruinas de cantera,

bajo la luna, un fractal neón

atrapa los muros de vidrio.

En uno de los edificios dormidos

nos espera mi casa a oscuras:

los libros y el café

sumidos en el tibio balbuceo

de una lengua en la que apenas

comienzo a nombrar

el espacio que habito.

 

De todos los caminos posibles

MaryCarmen escogió este.

“Hoy será la noche”, dijo.

Emocionados salimos del café.

Emmanuel como un nuevo juglar

sembró de historias el camino bajo

[tierra.

Nuestras risas se apagaron

apenas salimos del vagón.

Atravesamos en silencio la Unidad.

Por nuestros oídos solo ha entrado

el susurro de los eucaliptos y los sauces,

cada paso nos llenaba

de una extraña emoción, de sentir

que algo ocurriría esta noche,

algo más que nosotros tres en medio

[de la plaza.

 

Venimos

por algo que no sabemos nombrar,

venimos hace más de diez años

caminando por los mismos rumbos:

desde el salón de clases al café

calles repletas de consignas, una

[escuela

como casa, compañeros tan hermanos,

una huelga nuestra adolescencia,

las celdas siempre celdas.

 

La primera vez que pisé este suelo,

no imaginé que aquí viviría,

la primera vez llegué gritando

“Vestido de verde olivo,

políticamente vivo …”

Quizá venía con él,

porque ya desde entonces

nos alegrábamos las palabras grises,

desde esos días venimos juntando

[historias,

preguntando por qué,

escarbando entre líneas, para entender

venimos.

 

Dicen, me dice casi en un susurro,

que …en trece de agosto,

y a hora de vísperas

en día de Señor de San Hipólito,

año de mill e quinientos

y veinte y un años…

se prendió Guatemuz y sus capitanes

Llovió y relampagueó…

y tronó aquella tarde…

con más agua que siempre

dice el viejo soldado queriendo

su pedacito de nuevo mundo.

 

Éramos los tres por vez primera.

Él y yo hemos venido muchas otras,

a sentarnos, a caminar, a estar de pie

a mirar este pedazo de la tierra,

hecho de tres pedazos,

de nuestras tres caras sumidas en la

[noche.

Pero antes fue solo arena,

un montículo de arena sobre el lago

luego rica ciudad, mercado populoso,

última trinchera, Colegio Ymperial,

cárcel, túmulo de estudiantes

…es lo que ha hecho

el Dador de la vida en Tlatelolco.

 

Dicen que llovió esa tarde, sobre la

[plaza

quedó el rastro de cuerpos y zapatos:

piedras rojas brotaron de los muros.

Pero el general arguye que ordenó

…que no matase ni hiriese a ningunos

[indios…

solamente en el caso de que el Ejército

sea invadido con armas de fuego…

y aun así que solamente se defendiese

y no les hiciese, otro mal…

para evitar desgracias en personal

[inocente.

Así dicen Cortés o García Barragán,

o cualquiera en cualquier plaza,

como si ignoraran

lo rápido que florece la muerte.

 

Y yo no sé de qué manera lo escriba,

pues en las calles y en los mismos

[patios

del Tatelulco no había otra cosa,

y no podíamos andar

sino entre cuerpos y cabezas de indios

[muertos…

 

Llovió y relampagueó

sobre la carne perforada,

los cráneos vueltos cuencos por el agua,

las costillas rotas, las tráqueas

y vértebras molidas, los tejidos

traspasados, los músculos contusos,

los pulmones sin oxígeno,

los hígados dañados, la sangre aún tibia

entrando en el silencio de la piedra

caliza que guardará memoria

de las palabras agolpadas

tras los labios inertes:

nosotros iremos hacia el sol…

 

Esa mañana fría,

de la que se ausentaron tantos ojos,

amaneció la plaza herida.

Piedra manchada en la memoria de la

[urbe,

piedra en el zapato de un pueblo

[vacilante,

piedra en el buche tricolor retacado de

[piedras,

piedra en la garganta de mi amiga,

que viene a esta plaza por vez primera.

Casi niña se lo prohibió,

se condenó a vivir al margen:

mordiéndose los labios,

llorando hacia adentro

el silencio de comidas obligadas,

la fortuna ominosa del abuelo Castillo

y los sus muertos

que no supieron de su asesino.

 

Éramos tres y no me he dado cuenta:

ella se ha adelantado hasta la placa

se ha detenido

con todo y su silencio,

de pie ante la estela de los caídos.

No sé desde hace cuánto

se habrá quedado sola, inmóvil.

Por el brillo de su blusa

tan blancamente idónea, la reconozco

arrodillada en la penumbra

de esta noche cualquiera,

buscando en su interior las palabras

para hablar con los muertos

que siente como piedras en sus pasos.

Ella rompe el silencio en esta plaza,

el no decir trémulo

de su ascendencia militar,

de su abuelo paterno,

general que ganó su grado el dos

de octubre en esta plaza,

mucho antes de que ella naciera,

muchas veces condecorado

por las muchas vidas tomadas

impunemente

mucho muy orgulloso

de haber salvado a la patria.

 

Ella pide perdón

por su abuelo que morirá

sin haber dicho perdón,

con su grado,

su sagrada creencia en las órdenes

sus cenas sin familia.

Pide perdón por estar viva,

“soy la nieta del asesino,

vivo sobre su muerte, a pesar

de su muerte tengo amigos,

paseo por la ciudad, perdón,

con dos generaciones de retraso”.

El llanto se extiende,

las lágrimas gotean allí en Tlatelolco.

¡El agua se ha acedado, se acedó la [comida!

 

No sé qué hilo nos junta

en esta noche de culpas heredadas,

qué aguja enhebró mi mudanza

a este lugar, qué cuerda fue tocada

en sus entrañas para formar esa

[palabra,

perdón,

qué hilos serán tocados

por las seis letras apenas audibles,

qué música desatará esta noche

desde esta plaza con el llanto y las

[estrellas,

qué oídos, corazones, manos serán

[tocados

por esa palabra humilde y desgraciada.

 

Apenas un gesto mínimo,

lento grano que cae lastimosamente

en este reloj

que no marcará la Historia,

que tal vez no escuche nadie,

pero está como estuvieron

esos muertos en la plaza, como

[nosotros

ahora que la lluvia vuelve

sobre nuestras cabezas.

 

Y yo no sé de qué manera decir

este hueco en los costados.

Qué me ocurre al imaginar

el agua sucia por la sangre

impotable

que llueve en la masacre.

Y solo queda este lazo que nos ata

al correr del tiempo y nos re-une

esta noche, en este lugar,

hoy que la cuenta de los años nos

[alcanza:

año casa, año conejo,

año cuchillo de sacrificio,

siempre el mismo para las tres ciudades:

Tenochtitlán, Nueva España

y esta que piso a oscuras,

siempre la misma sangre.

 

Éramos los tres en medio de la plaza,

todo calla, la lluvia cesa.

Ella vuelve a nuestro lado,

apenas ha dado unos pasos

pero parece llegada

(llagada)

desde el Mictlán.

Algo ha dejado ante la placa

y vuelve siendo otra, algo

le ha cambiado

la expresión del rostro, se ha roto

algo

dentro de ella (y también de nosotros)

pero el lazo tejido por los caminos

nos anuda a esta plaza humedecida.

 

Solo nos quedará el instante

sin palabras, se grabará

el silencio tras las risas

como la hierba entre las piedras.

Resonará el momento compartido

cuando el día nos encuentre

tomando otro café en mi casa

y el eco del silencio

se cuele por los huesos de la tierra.

 

Y quedará la plaza gris

enverdecida

aquí y allá

la hierba rala

como los cabellos

de los muertos bajo las piedras,

entre las ruinas rasguñadas por el

[tiempo

y la iglesia sorda

sepultada en la noche más oscura.

 

Todo esto es lo que ha hecho

el Dador de la vida en Tlatelolco.  ~

__________

DIANA DEL ÁNGEL (Ciudad de México) estudió Lengua y Literaturas Hispánicas y en 2011 obtuvo la maestría en Letras Mexicanas en la UNAM. Fue becaria dentro del programa de formación para jóvenes escritores de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía. Desde el 2002 pertenece al Taller de Poesía y Silencio. Ha publicado Vasija (Instituto de Cultura de Morelos, 2013), así como artículos sobre retórica, gastronomía y literatura; también poemas en revistas impresas y electrónicas como Círculo de poesía, La Jornada Morelos y Artetipos. Actualmente colabora en el proyecto de la Enciclopedia de la Literatura en México.

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