Imagina una especie de caverna
subterránea, provista de una larga entrada, abierta a la luz […]
y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello.
Platón
Lexis y realidad
El abuelo se quedó ciego pero es el único que ve llegar a la intrusa. Sobre el cadáver del Pastor, los ciegos viejos, la ciega loca y el ciego mudo se preguntan si el niño podrá guiarlos de vuelta al asilo si lo llevan en alto. Dentro de la casa, papá pone su dedo largo, delgado y respetable sobre los labios; las hijas bordan más lento y el mentón del niño escurre sueños plácidos sobre el corazón de mamá. No saben que se ahogó la otra hija, no saben que ahora, fuera de la casa, los espectadores imaginamos cómo saltó al río… no saben nada. Aquí nunca nadie sabe nada.
La intrusa, Los ciegos e Interior son tres piezas teatrales escritas por Maurice Maeterlinck entre 1891 y 1892, cuando el prolífico autor se debatía entre las leyes, su carrera; las letras, su gusto, y la avicultura, su pasión. Contenidas dentro de pocas cuartillas —que se traducen en escasos minutos—, la duración individual de estas obras sobre el escenario difícilmente alcanzaría la media hora. En el conjunto de estas tres piezas que apenas suman las cuarenta y ocho cuartillas se condensan los mundos fugaces inasequibles que convirtieron a Maeterlinck en el segundo dramaturgo en ser ensalzado con el anhelado Premio Nobel en 1911.
En su brevedad, las obras no se relacionan únicamente por la inmovilidad, la ceguera y la vejez —como engranajes del drama y constantes temáticas— sino por su trasfondo preexistencialista y su estética preabsurdista que presagian la orfandad del siglo venidero.
Algunos temas se consagran como las insignias de cada periodo. Para el siglo XX, sin duda, la desolación y la relatividad o quizá, si enunciamos en el orden correcto, la desolación que produce la relatividad es un tema medular. En busca del tiempo perdido, Ulises, Pedro Páramo, cualquier obra magna del siglo pasado está contaminada con la viruela en la que las dudas incontestables sobre la realidad y su sentido hacen de llagas. No cito teatro, no porque las obras dramáticas hayan resultado inmunes a dicha peste del siglo, sino porque postulo que esa angustia prorrumpe en el arte dramático en estas tres fugaces estampas de Maeterlinck, que al día de hoy no han sido suficientemente estudiadas.
Se suele creer que el cuestionamiento a la unilateralidad de la realidad no constituyó una constante en la dramaturgia sino hasta finales del siglo XX. Sin embargo, estas piezas exponen de manera unificada los bordes de la realidad. No son, en su planteamiento original, textos que rompan con las convenciones ficcionales del teatro. Los personajes no hablan con el público ni se “rompen”, no hay goteras intencionales entre la ficción y la escena; sin embargo, presentan una porosidad simbólica extraordinaria que va un paso más allá de la alegoría e irrumpe, aunque sea en eco, en la unidireccionalidad del texto dramático, si es que esto alguna vez fue posible.
La inmovilidad de los personajes y su estado endeble permite la exploración de las capas de la realidad. El mecanismo es idéntico de una obra a otra. La ceguera, la inopia y la posterior adquisición del conocimiento por medio de la descripción son las herramientas recurrentes en estas tres obras breves. En la quietud, los personajes tratan de enfocar un mundo desvanecido, como lo hacen en la caverna los hombres que describe Platón.
En La intrusa, un padre ciego, angustiado porque su hija ha tenido un parto muy malo, percibe la llegada de una intrusa, que nadie más que él y los espectadores vemos. Se intuye que la intrusa es la muerte. Todo acontece en un castillo decadente: la religión y la nobleza que mueren frente a la llegada de una modernidad débil, difícil de parir.
En Los ciegos, los habitantes de un hospicio, todos invidentes, aguardan el regreso de su Pastor. Ellos creen que los dejó esperando en el bosque, sin embargo el Pastor, más alto que todos ellos y ya un anciano, yace muerto. Con los brazos sobre el pecho se acostó a morir a los pies de su rebaño, sin causar alarma, sin prometer salvación. Solo tiene ojos un niño de pocos meses, que comienza a sentir hambre y no puede guiarlos.
En Interior, un forastero debe avisar a una familia que, por casualidad, ha visto a su hija ahogarse pero, sin atreverse a decirles nada, sin comprender qué puede significar que ellos, en su ignorancia, rían y sean felices, el forastero observa a la familia desde el jardín. Cabe destacar que esta pieza fue antologada por su autor como una de sus obras para marionetas. Y el mundo, al interior del hogar, es ciertamente una fantasía encantadora. Un anciano que acompaña al forastero le describe lo que parece una rebanada de sueño, apacible y perfecto, sustentado en la ignorancia, esa utopía de la felicidad, que nunca dura, que se ve de lejos, que se admira pero que frente a la realidad jamás se sostendrá.
En La intrusa, Los ciegos e Interior impera este mecanismo exegético que Maeterlinck toma del simbolismo y del místico flamenco del siglo XIV Jean van Ruysbroeck, cuya obra tradujo al francés por primera vez en 1891. Gracias a Van Ruysbroeck y los simbolistas, Maeterlinck obtiene el dispositivo metafísico de corte sacro con el cual genera la realidad dentro de su dramaturgia al enunciar la palabra. Todo se conforma por descripciones, lo cual no solo genera ambiente, sino que asemeja nuestra propia relatividad frente a la realidad. Maeterlinck rechazó los santos óleos antes de morir porque aborrecía a la iglesia, a la que acusaba de “empequeñecer la idea de Dios”.
Por antonomasia, la dramaturgia perfila con palabras todo aquello que la escena deberá endurecer o traslucir, materializar o evaporar, con tal de hacer surgir la realidad, no la nuestra, sino la de la obra. Ninguna dramaturgia, en tanto esté escrita para la escena, estará exenta de generar una realidad material. Las expresiones metateatrales, narratológicas o posdramáticas, mientras sean teatro, generarán un residuo de realidad como una “circunstancia” ontológica y a nivel de discurso al momento en que acontezca la escenificación. Pues, a priori, sobre el escenario, hay algo. Antes que Brecht, previo a Sartre y Becket, el teatro breve de Maeterlinck no solo emplea estos mecanismos de conformación de la realidad, los hace evidentes. No hay bosque, ni para nosotros ni para los ciegos, hasta que lo encuentran en el miedo y los ruidos lejanos.
La metonimia con que Maeterlinck reutiliza las palabras no es solo simbolista, es exegética. Por ello fue un degustado de Borges. Con su teatro, el Nobel belga no pretende recrear en forma una adaptación fingida de la realidad sino crear esa otra realidad desde sus partes, desentrañándola en una emulación de nuestra propia forma de intuir los límites a través de la precepción.
Maeterlinck fue un poeta que migró a la dramaturgia para, luego, experimentar los límites genéricos entra la ciencia, la filosofía y el ensayo. Sin embargo, es su teatro —específicamente el breve— el que expresa lo abismal, constante simbólico de su escritura. En estas tres obras de Maeterlinck el mecanismo de mímesis no está declarado, no llegan a ser metateatrales, pero sugiere una suerte de conciencia de representación, o quizá más bien conciencia de presentación que las ubica en la punta de la vanguardia teatral aún hoy en día. ~
_________
ALEJANDRA CASTRO ROMERO es egresada del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM. Ha trabajado como guionista publicitaria y guionista para diversas empresas, así como docente externa para la UAQ impartiendo cursos de Ética y Valores. Actualmente es becaria del área de dramaturgia en la Fundación para las Letras Mexicanas.
Hola quería saber si podes llegara tener alguno de estos tres guiones de las obras, soy estudiante de actuación y quisiera realizar alguna. Me sirvió mucho la información, saludos