Si viviéramos en la antigua Grecia, la pederastia se nos presentaría no únicamente como algo natural, sino que la aceptaríamos como función cultural, institución benéfica al servicio del Estado. Se trataba de una relación entre un hombre adulto y un adolescente. Nunca un niño. Los aprendices debían ser púberes (15 a 18 años) y los maestros y amantes, responsables de su educación militar y cívica. Las relaciones eran públicas y abiertas y podían presumirse más tarde en el currículum vitae del espartano o griego solicitante ante la oficina de empleos.
El futuro maestro tomaba con una mano la barbilla del adolescente, mientras que con la otra acariciaba sus genitales. Era todo un cortejo. Si el joven le aceptaba —después de hacerse del rogar, como bien estaba visto—, podía recibir los regalos ceremoniales necesarios, incluidos los dirigidos a su padre; dones brindados por su amante para ganarse a la familia e instaurar el arreglo político entre ambas partes.
Pero las instituciones sexuales se transforman con el tiempo y lo que antes era aberrante ahora ya no lo es, y viceversa. Y así es como funciona el mundo.
Yo no veo mal que los sacerdotes tengan una sexualidad. Pero de acuerdo a Mateo, Jesús habría dicho:
“… algunos no se casan, porque nacieron eunucos del seno materno; otros, porque fueron castrados por los hombres; y otros hay que decidieron hacerse eunucos por sí mismos, a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!”.
Y esa es justamente la cuestión que en los próximos años los integrantes de la Iglesia católica deberán dilucidar. ¿Qué tipo de eunucos integran el sacerdocio? No se trata de una pregunta cualquiera: si así nacieron desde el seno de sus madres (y sabemos que esto es un decir, porque la sexualidad y sus orientaciones se cristalizan en la infancia), lo que se presenta como virtud en realidad no lo es. Nos encontramos frente a mujeres y hombres que por alguna u otra razón, vieron truncado el desarrollo de su sexualidad, cosa que ha sucedido en todas las épocas y seguirá pasando por los siglos de los siglos —como pasa con la miopía. Pero para ser consecuentes, estos hombres y mujeres no deben presentarse como renunciantes virtuosos a algo que nunca tuvieron.
Decía yo que no veo mal que los sacerdotes tengan una sexualidad. Lo que está mal es, obvio, que la tengan fuera de la ley, con menores de edad que no los desean (como en el caso de Maciel). Otra discusión muy distinta es la de que el mundo está lleno de Lolitas y Lolitos come curas, pero debe reconocerse que tienen la ley de su parte y que así está bien que sea, porque se previenen abusos.
La verdadera “maldad” —por llamarle en los términos de la propia religión— se encuentra del lado de la institución del celibato, que ensalza como virtuosa la asexualidad de nacimiento, y condena al hombre bueno que por querer seguir a Dios —a donde quiera que este vaya— se sorprende viendo florecer sus impulsos homosexuales o heterosexuales, sintiéndose luego culpable por algo que es completamente sano.
Algunos defienden la institución del celibato con argumentos silvestres como el de “¿Qué sería de los bienes de la Iglesia si tuvieran que repartirse (capillas incluidas) entre la descendencia de los frailes? Pero es un argumento ingenuo que desconoce la manera en que otras religiones, más civilizadas, han resuelto el asunto. Por el bien del mundo, la Iglesia católica deberá seguir el ejemplo de estas.
Los eunucos de nacimiento, de querer seguirlo siendo —siempre podrán optar por la terapia—, se decidirán por el celibato antes de ordenarse. Los que no sean asexuales, pero quieran seguir a Jesús, deberán casarse. Se harán necesarias acciones afirmativas para que casados y célibes tengan las mismas oportunidades dentro de la Iglesia. Y ya entrados a la reforma, las mujeres tendrán que contar con la misma dignidad que los hombres.
Una solución alternativa, absolutamente contraproducente, sería la de llenar de sacerdotes asexuados los curatos, obispados y arquidiócesis del orbe. Como la sexualidad es una cosa completamente natural que por lo demás los hombres y mujeres asexuados no podrán nunca comprender —tanto como los ciegos los colores. ¿Queremos que una religión tan influyente como la católica, sea dirigida exclusivamente por hombres y mujeres heridos en su sexo?
MUY BUENO Y OPINO LO MISMO. EXCELENE
Gracias Sof! Beso!
Muy padre, Santi! lo voy a recomendar a oídos abiertos a la crítica, dentro y fuera de la iglesia católica.