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Chávez
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En la democracia moderna, más que entre la izquierda y la derecha, hay una lucha entre dos filosofías de liderazgo: los colaboradores, por un lado, y los guerreros, por el otro; o si prefiere, entre moderados y extremistas.
Con la muerte de Hugo Chávez, los políticos guerreros en América Latina perdieron su máxima referencia. Hay muchos que han festejado su muerte, cosa que se me hace de poco gusto y poco sentido de proporción ya que, sus pecados eran de megalomanía más que de crueldad. Sin embargo, para mí no queda duda que su saldo como gobernante es negativo, y esto se debe a que el exmilitar y líder golpista veía el proceso de gobernar como otra forma de combate. Lamentablemente para Venezuela y los demás países que han seguido su ejemplo, gobernar no es lo mismo que hacer la guerra. Al contrario, la guerra implica el uso de medidas que en tiempos de paz serían absurdas; nadie pensaría restringir la venta de medias para hacer más paracaídas, o producir más tanques que camiones de carga. Así, pues, no es una sorpresa que Chávez—líder que basó su presidencia en la lucha contra sus distintos enemigos, que priorizó su derrota aún cuando no le convenía—implementó una serie de políticas absurdas. Corrió a casi 20 mil empleados, incluso a los gerentes más hábiles, de la petrolera estatal (vio la empresa como un foco de oposición) que en su momento fue el orgullo de América Latina. Ya no lo es. Gracias a Chávez, PVDSA se ha convertido en un caos, con cuantiosos accidentes, desplomes de producción, y una carga fiscal cada vez mayor.
Venezuela también se ha convertido en el mejor amigo de Irán mientras se ha alejado de Estados Unidos, Europa, y una gran parte de América Latina. Esta decisión no tiene una justificación económica (Irán es una economía mediocre y con pocas complementariedades para Venezuela) ni diplomática (Irán siendo un país renegado en la comunidad internacional), pero no importa; igual que con PVDSA, la percepción de enemigos por parte de Chávez lo guiaba, sean las que sean las consecuencias. Además, descuidó varios elementos más mundanos pero vitales de la gobernación, desde la estabilidad de la moneda y la seguridad pública, hasta la provisión de productos básicos. Ahora, la luz se corta con frecuencia en las ciudades de Venezuela; el bolívar ha perdido gran parte de su valor; Caracas es una de las ciudades más violentas del mundo y; a los supermercados venezolanos no se les surte la leche, el huevo, o papel de baño que se requiere.
La obsesión de Chávez con sus enemigos no era paranoia; sí los tenía. PVDSA había patrocinado una huelga nacional que paralizó la economía del país en 2002. El mismo año, Estados Unidos apoyó o toleró un golpe en su contra, una de las muchas maniobras idiotas de la administración de Bush. Pero la respuesta de Chávez de darles duro a sus enemigos, aunque comprensible a nivel emocional, no fue adecuada. Y gracias a su filosofía, hereda un desastre a su sucesor que, por lo pronto, es Nicolás Maduro. No digo que el estilo combativo de gobernar siempre sea inapropiado. No es así. Los guerreros suelen ser los impulsores de cambios de paradigma (tal como Chávez hizo con su atención a los pobres y la integración de los mismos a la maquinaria política), mientras los colaboradores aceptan más el statu quo. Claro, si un presidente tiene que defender su país de un invasor mejor que sea un guerrero, Churchill es un gran ejemplo, pero hoy vivimos en otra era. Ya no existen grandes bloques ideológicos luchando por acabar o invadir a sus rivales como en la Guerra Fría o la Segunda Guerra Mundial. Ya que, considerar todos los retos del país en un contexto de lucha contra enemigos resulta manifiestamente contraproducente.
Se ha dicho que el chavismo sin Chávez no es posible. Eso depende de como uno quiere definir el fenómeno. Puede que Maduro no logre consolidar su poder en Venezuela, y que los discípulos de Chávez acaben consumidos en pleitos internos. Pero el ejemplo de Chávez sigue influyendo en Argentina, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, y en aquellos países donde un cambio de régimen no parece inminente. Es que aunque no se le llame “chavismo”, la filosofía de la política como combate—donde los medios están subordinados siempre al fin, en que el fin no es gobernar competentemente sino derrotar a los enemigos, reales o inventados—sigue demasiado vigente.
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