“Para torturar a un hombre tienes que conocer sus placeres”,
Stanislaw Lem.
Durante mi adolescencia, la Zona Rosa fue uno de los lugares recurrentes para pasar el tiempo libre. Estudiaba muy cerca de ahí, en la colonia Cuauhtémoc y con sólo cruzar avenida Reforma mis amigos y yo accedíamos a ese lugar de calles adoquinadas que para nosotros era un espacio de libertad. Nos instalábamos en la terraza del segundo piso del Mc Donald’s de Génova donde fumábamos, comíamos helados de $2, reíamos y algunos afortunados, nos besábamos durante horas. A veces nos acercábamos con curiosidad a las sex shops que había en la zona. No podíamos entrar con nuestros uniformes de colegiales, o al menos eso pensábamos, y nos manteníamos al margen como simples espectadores curiosos.
Algunos años más tarde, el panorama ha cambiado. No sólo hay más tiendas que venden juguetes sexuales y artículos eróticos en la Zona Rosa y en el resto de la Ciudad de México, sino que algunas de ellas han cambiado su look con el objetivo de extender el mercado principalmente hacia las mujeres y parejas jóvenes.
Sobre la calle de Amberes se encuentra la más grande de la zona: toda una “Zara Erótica”. Antes de entrar me quedé mirando los aparadores. Los maniquíes perfectamente adornados con lencería y artículos leather, representaban una escena erótica en columpios sexuales que, de acuerdo con uno de los vendedores, sirven para “lograr posiciones difíciles y poder tener sexo como si flotaras”. La tienda es rosa por todos lados y en las paredes están trazadas unas muñequitas con actitudes sexuales que muestran partes del cuerpo o que interactúan usando los juguetes.
Lo primero que vi fueron los artículos para despedidas de soltera, “de lo más vendido”: removedores para bebidas, moldes para repostería, gorros y silbatos con forma de pene. Al lado, los lubricantes y cremas de distintos olores y sabores: chocolate, vainilla, moras, coco. Los vendedores me invitaron a probar el lubricante de menta con chocolate y la crema erotizante de vainilla y canela mientras me hablaban de los beneficios de su uso en la pareja. Después de dar unos pasos me topé con el área de juguetes sexuales, ordenados rigurosamente. En la parte más cercana a la entrada se encuentran los “más pequeños y discretos” y al fondo, los más extremos, “para los que buscan experiencias nuevas y sorprendentes”. Hay inclusive muestrarios en el centro del salón principal que permiten ver y tocar los juguetes fuera de sus cajas para conocer la textura, el tamaño real y el funcionamiento. En medio del salón una torre blanca mostraba lo más reciente y avanzado en vibradores. El rey de todos ellos, con un costo de $6,000 que podían dividirse en 24 pagos mensuales sin intereses, prometía llegar a lugares inimaginables, en formas no humanas, con movimientos oscilatorios, trepidatorios y extensivos, además de ser recargable como cualquier celular y a prueba de agua.
Con un poco de frustración por la imposibilidad económica de adquirir tal maravilla tecnológica, continué mi recorrido, siempre acompañada de alguno de los vendedores de camisa rosa. Subí las escaleras que servían también de exhibidor de lencería, medias de red, ropa comestible y estolas de plumas de colores. Al llegar a la sala encontré disfraces de los personajes eróticos clichés más socorridos. Dependiendo del presupuesto y del humor, uno puede convertirse en Pocahottie, La Geisha Saki 2 Me, o la Naughty Patrol Girl. O, elegir algo menos soft entre los accesorios leather que se encuentran en el espacio más reducido y marginal de la tienda: máscaras, chalecos, arneses, bozales y látigos o animarse a probar la tecnología del Bondage con cintas, cadenas, esposas y mordazas de varios materiales y estilos.
¿Tecnología? ¡Sí! Fue en ese momento que me di cuenta de que la legendaria muñeca inflable había sido desplazada por los avances tecnológicos. En su lugar, con bastantes más cosas que ofrecer, estaba la Pocket Pussy Belladona inaugurando los anaqueles de masturbadores hechos con materiales “semejantes a la piel humana”. La acompañaban la Sasha Grey Pocket Pal, el Vibe ultrasoft Handy humpers ass y el Eva Angelina’s Ripened Lips of Glory. Pero sin lugar a dudas, la joya más valiosa estaba al centro: el Cyberskin pile driver pussy and ass Audrey Hollander’s que por $9,000 garantizaba al usuario una experiencia muy cercana a la realidad.
Llegando a casa decidí buscar información en internet sobre el tema y tal vez de paso, alguna oferta directamente desde China, quienes manufacturan la mayoría de los juguetes; o desde Estados Unidos, uno de los más importantes comercializadores de los productos.
Pero con lo que me encontré fue con otros artefactos todavía más desarrollados. La tecnología de los juguetes sexuales, se une con la tecnología virtual y de las comunicaciones para traer a la venta tampones vibrantes, teleconsoladores, dildos que se conectan al Ipod, guantes vibradores, y otros accesorios que conectados al teléfono celular permiten recibir estimulación sexual a distancia.
La industria del placer sexual está marcada sin duda alguna por el avance tecnológico y las políticas de mercado. La estandarización a la que se obligan las franquicias no es fortuita.
Si bien en algunos pueblos o pequeñas ciudades del país pueden encontrarse establecimientos aislados que ofrecen artículos para el placer sexual, la existencia de cadenas es una experiencia de grandes ciudades que se conectan para llevar a cabo los procesos de diseño, manufactura y comercialización de los productos. La venta por internet de los artículos de última tecnología es un espacio urbano más que se une a dichos procesos desde hace ya bastante tiempo. Con una tarjeta, suficiente crédito y una dirección postal podría tener cualquiera de estos artefactos en la puerta de mi casa en relativamente poco tiempo.
La ciencia ficción deja de serlo un poco más cada día y se convierte en realidades que muchos deseamos pero que en principio sólo algunos pueden tener, hasta que el mismo abaratamiento de las tecnologías permita el acceso a los productos. Ideales tecnológicos como la realidad virtual hace un tiempo, o la teledildónica ahora, van marcando la pauta para las innovaciones y para nuevos nichos de mercado. En estos procesos se construyen nuevas experiencias sexuales, mediadas por la comercialización del placer y con ello del mismo del cuerpo. En palabras de Donna Haraway1, todos somos cyborgs, organismos cibernéticos, criaturas de realidad social y de ficción, híbridos de máquinas y organismos.
Buscamos la extensión de nuestros límites por medio de artefactos tecnológicos. El cuerpo y la búsqueda de placer no son excepciones, e inclusive son campos donde puede apreciarse con cierta claridad la vinculación entre tecnologías, mercado y la extensión de los límites de lo humano. El teclado del ordenador, la tarjeta de crédito, la cámara web, el teledildo se vuelven brazos, piernas, ojos y nervios, que nos permiten alcanzar placeres que parecen estar cada vez más lejos y fuera de nuestros propios cuerpos.
1 Donna Haraway, «A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late Twentieth Century,» in Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature (New York; Routledge, 1991).
Yo no he tenido la oportunidad de ir a una tienda erótica pero sería bueno visitarla para conocer las diferentes tendencias en lencería y demás productos eróticos que ofrecen, además de conocer mucho más acerca del sexo.